Jesucristo. Los evangelios. Terry Eagleton
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Akal / revoluciones / 6
Terry Eagleton presenta a
Jesucristo
Los Evangelios
Traducción de la introducción y notas de: Alfredo Brotons Muñoz
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Nota a la edición digital:
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Título original
The Gospels
© de la introducción, Terry Eagleton, 2007
© Ediciones Akal, S. A., 2012
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-3808-5
Introducción
Terry Eagleton
¿Fue Jesús un revolucionario? Desde luego, frecuentó algunas turbias compañías políticas. Uno de los miembros de su círculo íntimo era conocido como Simón el Zelote, y los zelotes eran de un movimiento antiimperialista clandestino que tenía como objetivo la expulsión de los romanos de Palestina. En realidad, la presencia romana en la provincia no era especialmente opresiva. No es que hubiera centuriones en cada esquina. En conjunto, Roma gobernaba la región a distancia, mientras que la ley y el orden cotidianos quedaban en manos los sátrapas locales leales al emperador. Al pueblo no se le impuso ninguna de las instituciones romanas legales, educativas o religiosas, y las sensibilidades judías fueron en general respetadas en aras de la paz y la tranquilidad políticas. En la propia tierra natal de Jesús, Galilea, no había ninguna presencia romana oficial, de manera que es improbable que fuera criado por unos padres ardientemente antiimperialistas. Los soldados que pudiera ver de niño estarían allí de permiso, no para reprimir al populacho. En Judea, donde Jesús murió, la presencia romana era mínima.
Aun así, había razones religiosas por las que incluso el gobierno no intervencionista de un Estado pagano resultaba intolerable para el pueblo elegido de Dios. Los zelotes abogaban por un Estado judío purificado, tradicionalista, teocrático, y promovían una ideología no muy diferente de la que tiene al-Qaeda hoy en día. Cuarenta años después de la muerte de Jesús, se embarcaron en un descabellado aventurerismo contra las fuerzas de ocupación que habían reducido a ruinas el Templo de Jerusalén. Además del militante Simón, a otros dos discípulos de Jesús, Santiago y Juan, se les da un sobrenombre (Hijos del Trueno) que algunos estudiosos del Nuevo Testamento sospechan que quizá los vincula también con los insurgentes. El apellido de Judas, Iscariote, tal vez derive de su lugar de nacimiento; pero puede asimismo significar «sicario», lo cual podría sugerir una filiación zelote. Es posible que Judas vendiera a Jesús porque había esperado que éste fuera un Lenin y quedó amargamente desencantado cuando se dio cuenta de que no iba a liderar al pueblo contra el poder colonial. O bien simplemente se dio cuenta de que su aparentemente masoquista maestro estaba condenado al fracaso, y decidió apartarse antes de que fuera tarde y de paso extraer un pequeño beneficio.
Simón Pedro, mano derecha de Jesús, al parecer llevaba espada, algo poco corriente en un pescador galileo, y en un momento determinado el mismo Jesús hace recuento de las armas de que disponen sus camaradas. A un espectador no iniciado su enseñanza bien pudo sonarle a la conocida doctrina zelote. Podemos estar seguros de que las multitudes que rodeaban a Jesús incluían a zelotes y otros disidentes interesados por hasta qué punto era políticamente correcto. Treinta años antes, un activista conocido como Judas el Galileo había predicado la insurrección; treinta años más tarde, los zelotes lanzarían su desesperada rebelión contra Roma. El propio periodo de Jesús fue bastante más tranquilo que aquellos en que se produjeron estos fogonazos de resistencia; pero en algunos ámbitos la esperanza en la liberación de Israel seguía siendo muy grande.
Sin embargo no es probable que Jesús formara parte de la resistencia antiimperialista. Para empezar, a diferencia de los zelotes, parece haber creído en el pago de impuestos («Dad al César...»). Además, sus relaciones con los fariseos, de alguna manera el ala teológica de los zelotes, eran pésimas. De hecho, son la única secta a la que condena al infierno, tal vez para dejar claras las diferencias entre la doctrina de ellos y la suya propia. Los fariseos, que eran mucho más que legalistas e hipócritas, no han merecido la mala prensa que les ha dispensado la posteridad. Quizá fueran estrictos en sus observancias, pero los increíblemente puristas esenios, la secta asociada con los Manuscritos del Mar Muerto, los hacían parecer una banda de hippies. El Evangelio de Marcos sugiere que los fariseos querían matar a Jesús por las buenas acciones de éste, algo sumamente improbable. Lo refuta, entre otras cosas, el hecho de que la secta no parece tomar parte en su arresto y ejecución. Quizá estuvieran demasiado convencidos de que se trataba de un compañero de viaje como para obrar así.
Fueron los saduceos, el clero y la aristocracia laica de Jerusalén los que parecen haber puesto más empeño en lograr la caída de Jesús. Formaban parte de la clase dirigente en mayor medida que los fariseos. En conjunto, la piedad de los fariseos los hacía admirados y respetados por los demás judíos. Su ala liberal, la llamada escuela de Hillel, simpatizaba probablemente con las enseñanzas y actividades de Jesús, a pesar de que éste se hallaba incluso a la izquierda de ellos. A Jesús tal vez se le pudiera definir teológicamente como un fariseo izquierdista-liberal, aunque su osada declaración de que ninguna comida era impura bien pudo abrir una grave brecha con el grupo. Sus creencias en la resurrección y el Día del Juicio, la era mesiánica y el reino de los cielos son doctrinas típicamente farisaicas. Otra razón por la que resulta improbable que fuera un zelote es que sus discípulos no fueron arrestados tras su ejecución. De haber sido insurgentes conocidos, casi con certeza las fuerzas romanas de ocupación se habrían movilizado para neutralizarlos. Entre sus discípulos es posible que hubiera algunos militantes antiimperialistas, pero las autoridades romanas parecen haber tenido claro que el movimiento de Jesús no pretendía el derrocamiento del Estado. No fue por esto por lo que se crucificó a su líder.
Es más, la razón por la que fue crucificado tiene algo de misteriosa. Desde luego no fue porque proclamara ser el Hijo de Dios. Jesús no realiza tal afirmación en los Evangelios más que una vez, de manera inverosímil, en la escena del juicio de Marcos; y Marcos tiene su propia hacha política que afilar. Aun cuando Jesús se hubiese llamado a sí mismo el Hijo de Dios en más ocasiones, no habría resultado evidente qué entendía por ello. En un sentido del término, no habría estado más que afirmando lo obvio. Todos los judíos eran hijos e hijas de Dios. Eso no implicaba que uno fuera un superhombre. Israel era, colectivamente, el Hijo de Dios. Jesús no pretendía proclamar su divinidad a todos sin excepción, y fue prudente que no lo hiciera. Sus milagros los realizó no para convencer a los que le rodeaban de que era Dios (es más, buena parte del tiempo lo pasa tratando de escapar más que intentando atraer a las multitudes), sino por razones bien simbólicas, bien de compasión. Se niega a realizar lo que se podrían llamar milagros de autolegitimación, y se muestra claramente irritado cuando se le piden. También podríamos señalar, siguiendo con el tema de los milagros de Jesús, que no todos los que leyeron acerca de ellos cuando los Evangelios fueron escritos se los tomaron literalmente. Consideraron que muchas veces eran explicaciones de hechos tomadas de antiguas fábulas, y que en ocasiones tenían más de parábolas que de relatos históricos. El Nuevo Testamento no tuvo que esperar a que los liberales