La más odiada. Nico Quindt

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La más odiada - Nico  Quindt


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la sinceridad, cuando me dicen verdades tan absolutas como que “soy la mejor” no me puedo resistir.

      Se hicieron las 18:00 hs y pasé a recoger a Louis por su casa. Quedaba en el barrio pobre de la ciudad. Los niños jugaban en la calle sin miedo a las bacterias del suelo. La gente no tenía sentido de la moda.

      —¡Oh por Dios! —Exclamé al ver a ese chico cruzar la calle. Clavé los frenos de inmediato, saqué la cabeza por la ventanilla de mi camioneta BMW, no suelo hacerlo, pero era una situación límite—. ¡Oye! Esa camisa estuvo de moda la primavera del año pasado... —moví las manos y abrí los ojos como dos platos agitando la cabeza. Él me miraba y parecía no entender—. No puedes seguir usándola… ya pasó de moda.

      «Ok, cálmate, estás en un barrio carenciado, donde la gente no tiene estilo. Respira profundo y continúa conduciendo» —me dije.

      Louis estaba esperándome en la puerta, obviamente. Si tenía que esperarlo medio segundo: adiós la salida al shopping, se lo había aclarado. Sophia Laurent no espera a nadie, a Sophia Laurent se la espera.

      Subió a la camioneta, se colocó el cinturón de seguridad y yo aceleré mientras conversábamos.

      —Bueno, si tuvieras que conquistar a una chica como yo, cosa que no sucedería ni en un millón de años, te diría que siquiera lo intentes, pero en el caso del resto de las perdedoras de la escuela que no tienen muchas opciones de encontrar a un chico, yo diría que deberíamos hacer algunos ajustes. Primero te llevaré a un coiffeur a darle vida y forma a eso que tienes arriba de la cabezota, que es cualquier cosa menos un cabello, luego vamos a comprar un poco de gasolina para quemar esa ropa que traes y después iremos de shopping. Armani, algo de Polo, Gabbana y seguramente algún perfume de Carolina Herrera. Y una cosa más, mi primer y único consejo: eres lo mejor a lo que puede acceder una hambreada como Jessica, creo que hasta podríamos dejar el perfume CH de lado que, aun así, no podría decirte que no, es decir, vamos…

      Entramos a ese lugar de encantos. Cada vez que mi figura cruzaba esas puertas, las vidrieras resplandecían. Las vendedoras de las tiendas me observaban dejando caer lo que tuvieran en las manos al ver cruzar mi cuerpo esbelto y exclusivo por los pasillos, sabían que todas las prendas me quedaban maravillosamente bien, incluso hasta desearían regalarme su ropa con tal de verme usarla y admirarme. Sí, soy única.

      Anna miraba atónita. Se ocultó detrás de una de las columnas y nos observaba muy animados mirando escaparates y probándonos diferentes prendas.

      De pronto se alejó sin que la notáramos.

      *

      Se hicieron casi las 12:00 del mediodía cuando terminamos de convertir a Louis en una especie de ser humano decente. Mordí una manzana verde de 52 calorías y lo miré de arriba hacia abajo.

      —Sophia, Sophia, Sophia… lo volviste a hacer… ¿cómo lo haces? —Me dije.

      *

      Louis caminaba por el pasillo de la preparatoria luciendo la nueva ropa que había adquirido junto a mí. Escuchó la voz de Jessica al otro lado de la pared antes de llegar a la puerta del aula y se acercó para atender a lo que decía.

      —No tiene madre, ese puede ser su punto débil… —propuso Jessica.

      —Seguro su madre se suicidó cuando la escuchó hablar por primera vez… —comentó Julieta— es tan presumida.

      —Creo que su punto débil es su padre —afirmó Anna.

      —El padre es otro idiota igual que ella.

      —¿Igual a ella? Te refieres a ser atea, engreída, racista, elitista, discriminadora, odiosa, superficial, narcisista, ególatra, sarcástica, zorra… —confirmó Julieta.

      Anna estaba un poco dubitativa. No sabía si debía exponer lo que vio. Meditó algunos instantes y luego se decidió.

      —Tengo algo que contarles —aseguró con debilidad por la interrupción a Jessica— los he visto a ella y a Louis juntos comprando ropa en el shopping.

      Louis escuchaba consternado. Uno de los libros que traía consigo se le resbaló de las manos e hizo un ruido sordo al caer al piso.

      Las chicas quedaron en silencio y fue Jessica la que se aproximó al pasillo a ver quién estaba. Louis tuvo que simular una caída arrojándose al suelo.

      Jessica lo encontró tirado.

      —Louis… ¿estás bien? —Preguntó la joven con preocupación.

      —Sí, solo he tropezado por caminar y leer al mismo tiempo. Me pasa por distraído.

      —Hola… —retomó Jessica dándole un beso en la mejilla, se había olvidado de saludarlo. Louis sintió un estremecimiento. Le encantaba el contacto con la piel de esa chica.

      —Hola —respondió el muchacho con cara de gatito mojado.

      —¡Qué bien hueles! —Agregó ella—. Amo ese perfume.

      —Por supuesto… «Sophia sí sabía lo que hacía».

      —¿Cómo? —Preguntó Jessica.

      —Es decir… por supuesto que me he comprado este perfume que es el último de Carolina Herrera.

      —Ahhh un hombre que sabe quién es Carolina Herrera… que dulce —suspiró.

      «Sophia eres la mejor» —pensó Louis. Bah, en realidad no sé lo que pensó, dado que yo estoy contando esta historia, pero ¿qué otra cosa pudo haber pensado?

      Se quedó un tiempo con ellas siendo admirado por su buen gusto para vestirse (maldito infeliz, todo me lo debe a mí) y luego se retiró contento como un retrasado patético, es decir como un hombre enamorado.

      Tenía una decisión imposible de tomar. Estaba enamorado de Jessica, pero no quería traicionarme.

      Louis tomó la decisión de llamarme.

      —Están planeando algo contra ti, creo que van a ir hasta las últimas consecuencias, así es que cuídate —me advirtió. Su voz al teléfono sonaba melodramática.

      —¿Quiénes?

      —No puedo decirte más nada… tú me comprendes…

      —Ya veo… es Jessica y su grupo de infelices. Pero ¿qué pueden hacer para afectarme? ¿Seguir teniendo ese gusto pésimo para vestirse? ¿Continuar sin actualizar su teléfono celular? ¿Seguir conduciendo un automóvil del año anterior?

      —Ok adiós, siempre te tomas todo en broma… —se despidió Louis.

      ¡Esperen un momento! ¿acaba de colgarme él? Marqué su número.

      —Hola? —Contestó.

      —¿Cómo te atreves a colgarme tú?

      —Perdón, no volverá a suceder…

      —Por supuesto que no volverá a suceder. Solo por esta vez, y porque me previenes de lo que planean esa banda de zorras mal acondicionadas. Bye.

      *

      Al día siguiente volví a clases desperdigando magia por el mundo. Nuevamente ingresé al aula. Sabía que todos sabían del plan para acabarme. No podían disimularlo. Louis me miró desconcertado.

      —No puedo escribir más por ti, deberás escribir tú sola en la hora de Della Fontaine —me susurró.

      —Shh silencio negrito, ¿Por qué opinas? Si hace cien años eras un animal…

      Della Fontaine ingresó al aula mientras yo aún no terminaba de acomodar mi nuevo blazer de corderoy Prada en el respaldar del asiento.

      —Una sola hoja de papel sobre el pupitre. Les tomaré una prueba… sorpresa —dijo el infeliz. Viejo amargado.

      —Prueba de literatura… bla, bla, bla y vivieron felices para siempre… perdón,


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