La práctica integral de vida. Ken Wilber

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La práctica integral de vida - Ken  Wilber


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reconocer, clasificar y finalmente trascender (e incluir) perspectivas. Echemos ahora un vistazo a los elementos fundamentales que componen OCON.

      OCON significa “omni-cuadrante, omni-nivel, omni-línea, omni-estado y omni-tipo”. Éste es, dicho en pocas palabras, el conjunto más sencillo de distinciones que pueden explicar la complejidad de nuestro mundo y la profundidad y amplitud de la conciencia a que aspira la verdadera práctica.

      Aunque a menudo digamos que OCON “da sentido a todo”, lo cierto es que OCON es un marco de referencia limitado. De hecho, deja multitud de huecos vacíos que deberán aguardar a la llegada de nuevos descubrimientos y nuevas experiencias individuales. OCON es “una teoría de todo” que deja espacio e incluye conscientemente la mayoría de las formas de conocimiento de las que somos conscientes, desde la fenomenología hasta la ciencia sistémica, los estudios culturales, el empirismo, la contemplación, la psicología evolutiva, etcétera.* Y lo hace basándose en décadas de investigación intercultural, siglos de ciencia y milenios de sabiduría. OCON nos ayuda a entender que el Kosmos es mucho más grande de lo que anteriormente suponíamos y puede servir como marco de referencia de casi cualquier quehacer humano, incluida la Práctica Integral de Vida.

      Revisemos ahora brevemente los elementos compositivos fundamentales del marco de referencia OCON:

      Los cuadrantes combinan dos de las distinciones más fundamentales del Kosmos: interior/exterior e individual/colectivo, dos fronteras que establecen cuatro dominios diferentes, el interior y el exterior de lo individual y de lo colectivo (o, dicho en otras palabras, el yo, el nosotros, el ello y el ellos).

      Los niveles son las diferentes estructuras supraordenadas que van presentándose en la medida en que la evolución se adentra en nuevos territorios. Estas estructuras —a las que, en ocasiones, denominamos “estadios” u “olas” del desarrollo— reflejan diferentes alturas de la conciencia (como, por ejemplo, egocéntrico, etnocéntrico, mundicéntrico, etcétera).

      Las líneas son áreas concretas en las que tiene lugar el crecimiento y el desarrollo (como, por ejemplo, las facetas interpersonal, moral, musical, cognitiva, de las necesidades, etcétera) que se conocen, en ocasiones, como “inteligencias múltiples” o “corrientes” del desarrollo.

      Los estadios son formas provisionales, cambiantes y a veces más elevadas de conciencia (como, por ejemplo, la vigilia, el sueño, el sueño profundo, los estados meditativos, “la zona” y las experiencias cumbre).

      Los tipos son modalidades horizontales diferentes (como, por ejemplo, las expresiones masculina y femenina, las diferencias interculturales o los tipos de personalidad que nos presentan los modelos del eneagrama o de Myers-Briggs).

      No es ningún secreto que la vida contemporánea puede resultar abrumadora. La posibilidad de acceder a tanta información y a tantas variedades de experiencia diferentes es, simultáneamente, una bendición y una condena. La sobrecarga de información puede resultar sofocante, exigente, intimidadora, paralizante, aterradora, agotadora y extenuante. Y, lo creamos o no, un marco de referencia integral simplifica mucho las cosas. Bien podríamos decir que el marco de referencia OCON es, en este sentido, una aspirina para el dolor de cabeza generado por el exceso de información.

       ¿Pero es éste un viaje estrictamente mental?

      Integrar la mente, el cuerpo y el espíritu es una de las tareas esenciales de cualquier PIV. ¡Pero ello no implica, en modo alguno, que debamos desembarazarnos de la mente porque, después de todo, se trata de una dimensión esencial de la ecuación! Son muchas las personas que consideran a la mente como un obstáculo para el desarrollo espiritual y, en consecuencia, insisten en la necesidad de ir más allá de ella, de soslayarla y de abandonarla. “¡Desembarázate de la mente y entra en el cuerpo!”, “¡Deja de ser tan cabezón y simplemente sé!” o “¡Si fueses realmente espiritual evitarías tantas distinciones intelectuales y escucharías con más esmero la sabiduría de tu cuerpo!”.

      Pero todas estas frases no hacen sino poner de relieve el prejuicio de que el cuerpo es “experiencial” y de que la mente, al ser “conceptual”, nos aleja de la experiencia inmediata. Queremos experimentar algún tipo de unidad o intimidad con el Espíritu, pero la mente, con sus divisiones y distinciones, acaba con la experiencia sentida. Y todo ello sin mencionar siquiera el fl ujo de pensamientos y distracciones (la llamada “mente del mono”) que no dejan de afl orar mientras estamos meditando. Es por esto por lo que la regla de la espiritualidad popular se ha convertido en “¡Sé!” o, dicho en otras palabras, “¡No seas tan intelectual!”.

      Realmente es posible, en ausencia de práctica realmente integral, quedar atrapados en la cabeza. Pero, como la PIV no soslaya nada, también incluye la mente y el intelecto. A fin de cuentas, la mente es una dimensión de la PIV. El uso de un marco de referencia OCON es, en sí mismo, un aspecto de la práctica de integración entre el cuerpo, la mente y el Espíritu (y también la sombra).

      Pensar con claridad es esencial para el cultivo de una moral adecuada, tomar decisiones conscientes y hasta practicar la compasión. Si queremos empatizar con alguien debemos ser capaces de asumir su perspectiva (un acto ciertamente mental). Es necesario, para ser auténticamente espirituales, contar con una mente sana y desarrollada.

      La información, cuando no está adecuadamente organizada, pierde su utilidad. Y es que, desconectados de una imagen mayor que les dé sentido y de una pauta que lo conecte todo, los datos puros no son más que fragmentos de información desconectada que se apila en montones y no explican absolutamente nada. OCON nos ayuda, en este sentido, a identificar esas pautas fundamentales y convertir los montones en totalidades. La visión integral nos revela el modo de acomodar facetas aparentemente desgajadas de nuestra experiencia y proporcionarnos, sin simplificar excesivamente las cosas, un lugar para cada cosa reduciendo, de este modo, la complejidad de la vida.

      Aunque no haya mapa que incluya todos los detalles, siempre podemos crear el espacio suficiente para que quepan todos los mapas. Del mismo modo que, en una brújula, caben todas las direcciones posibles, basta con un par de direcciones (Norte-Sur y Este-Oeste) para acomodar, en ellas, todas las orientaciones posibles.

      Es así como, con dos sencillas distinciones, los cuatro cuadrantes nos abren también un espacio en el que cabe todo, es decir

      1. Interiores (pensamientos, sentimientos, significados y experiencias meditativas) y exteriores (átomos, cerebros, cuerpos y conductas)

      e

      2. Individuos (que tienen su propia forma y experiencia distintiva) y colectivos (que interactúan dentro de grupos y de sistemas culturales)

      Estas dos distinciones nos abren a las cuatro dimensiones o espacios del mundo de los que hablábamos en el Capítulo 3, los espacios del yo, del nosotros, del ello y del ellos.

      La visión integral advierte el modo en que las realidades propias de los cuatro cuadrantes —desde la conciencia y la sombra del cuadrante superior-izquierdo hasta los valores y relaciones del cuadrante inferior-izquierdo, las conductas y los factores fisiológicos individuales del cuadrante superior-derecho y los sistemas ecológicos y tecnoeconómicos del cuadrante inferior-derecho— se interpenetran para dar lugar a todos y cada uno de los


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