El desarrollismo. Elsa M.Gracida

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El desarrollismo - Elsa M.Gracida


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una curva en forma de campana. Su segmento ascendente abarca los primeros tres lustros de los años estudiados. Durante ese lapso las tasas de crecimiento registran un incremento constante y alcanzan su nivel histórico entre 1960 y 1965. A partir de entonces, la curva exhibe un descenso continuo —desacelerado en los años del boom petrolero—, hasta alcanzar el nivel más bajo del periodo en 1982.

      Por sectores, se observa que mientras las actividades primarias —agricultura, ganadería y minería— aumentan a tasas gradualmente inferiores a las del PIB, la industria en cada uno de sus componentes —manufactura, electricidad, petróleo y petroquímica básica, y construcción— lo hace con mayor rapidez; y el sector terciario, a un ritmo próximo al del producto global. Junto a este crecimiento desequilibrado, advertido también al interior de cada actividad, sin duda el hecho más sobresaliente es el remplazo de la agricultura por la industria, en su papel de centro dinámico del desenvolvimiento del país. Dando cuenta del fenómeno, la manufactura es el sector que más contribuye a la expansión de la economía y, desde 1956, el principal generador del Producto Interno Bruto.

      Al tomar en consideración el desempeño de los dos ejes principales de la política económica instmmentada —estabilidad y sustitución de importaciones—, numerosos estudios caracterizan estos años como de desarrollo estabilizador, y como el tiempo en que México vive la segunda etapa del proceso de sustitución de importaciones para referirse, posteriormente, a su crisis o agotamiento.

      Es cierto, tal como lo indican los dos enfoques —inspirados en la teoría neoclásica y en el pensamiento de la Comisión de Estudios para América Latina (CEPAL), respectivamente— la estabilidad de precios y del tipo de cambio, así como la sustitución de importaciones, son rasgos distintivos de la transformación económica experimentada. Entre 1950 y 1970, mientras el PIB crece a razón de 6.6% medio anual, la inflación lo hace en sólo 4.5% . La moneda mexicana, por su parte, mantiene inalterable su paridad cambiaría por 22 años, luego de la devaluación de abril de 1954, cuando pasa de 8.65 a 12.50 pesos por dólar. Asimismo, en 1950-1968, la participación de la importación de bienes intermedios y de capital en la oferta total —esto es, el coeficiente de sustitución de importaciones— desciende en 44 y 28% , respectivamente.

      Con todo y su importancia, estos indicadores no son suficientes para reconocer las características dominantes en la dinámica económica del periodo y de sus relaciones internas. Ellas, como se señaló antes, se desprenden de un desenvolvimiento más general: el proceso de industrialización.

      Apuntalada por la resolución industrializadora de los agentes económicos, la economía culmina, en los años cincuenta, la primera fase de su proceso. Es entonces cuando, en un contexto de crecimiento inflacionario y de sustitución no planeada de importaciones, gracias a la activa intervención estatal se conforma en el país, si bien de manera incipiente, el sector productor de maquinaria y equipo. De este modo, los agregados de la industria manufacturera doméstica pasan a constituirse en el soporte interno del crecimiento.

      Durante la segunda fase, a pesar de que se consolida una estructura caracterizada por la reducida dimensión del sector de maquinaria y equipo, el avance industrial experimenta su mayor dinamismo y modernización. Esto sucede bajo el estímulo de la producción de bienes de consumo durables e intermedios y de la expansión del mercado mundial. En forma simultánea, enmarcada por el desarrollo estabilizador y la segunda etapa del proceso de sustitución de importaciones, la economía obtiene, en el ámbito de los grandes agregados macroeconómicos, resultados nunca antes vistos y que no se han vuelto a conseguir.

      El esquema estabilizador recupera la tesis dominante al inicio del periodo, según la cual la expansión económica por sí misma es condición suficiente para impulsar el desarrollo. Convertirlo en un proceso sostenido, agrega, requiere contener las presiones inflacionarias y sostener invariable el tipo de cambio. Sin embargo, como la nueva orientación considera ambos fenómenos de naturaleza esencialmente monetaria, sólo se preocupa por cubrir su manifestación financiera; no por corregir los desequilibrios estructurales de la organización productiva y social que los engendran.

      En otras palabras, para financiar estos desequilibrios, sin afectar los niveles de precios y del tipo de cambio, el esquema se limita a sustituir el uso de recursos de efecto inflacionario —como ahorro forzoso y emisión monetaria— por el ahorro voluntario, tanto de origen interno como externo. Tal proceder se aplica en el manejo del déficit de las finanzas públicas, identificado como una de las causas más importantes del aumento general de precios, y del saldo negativo en cuenta corriente de la balanza de pagos, asiento de la depreciación de la moneda.

      De esta forma, para financiar la diferencia entre gastos e ingresos públicos se recurre al endeudamiento interno, captado a través del mecanismo de encaje legal. También se hace uso de la deuda pública externa, de manera creciente, conforme el saldo negativo aumenta y se expande la oferta de capital internacional. La ampliación del déficit no es ajena al funcionamiento de las herramientas uúlizadas para promover la generación del ahorro privado voluntario y su reinversión. El sacrificio en la recaudación impositiva, el sostenimiento de precios bajos en los bienes y servicios de origen estatal, al igual que la concesión de exenciones y subsidios, inciden negativamente en el aumento de los ingresos. A la vez, un mayor gasto exige la atención a las demandas en educación y bienestar social, así como la expansión de los sectores productivos de propiedad pública.

      En este último ámbito, a los antiguos rezagos se suman nuevas presiones conforme se refuerza el carácter inequitativo del crecimiento. El fenómeno es considerado en el esquema estabilizador como una consecuencia inevitable del proceso para acelerar la generación de ahorro voluntario y, con ello, la expansión de la economía.

      Entre tanto, para financiar el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos e incrementar las reservas monetarias en los montos indispensables para mantener una paridad fija, se recurre a la importación de capital en sus dos modalidades: endeudamiento público e inversión extranjera directa. Sin embargo, el saldo negativo de la balanza comercial es, ante todo, producto de la existencia de un restringido y declinante sector exportador, esencialmente de origen agrícola, y de un aparato productivo que necesita importaciones crecientes de bienes intermedios y de maquinaria y equipo, pero no apto para generar las divisas requeridas por su modalidad de funcionamiento.

      Mientras no se corrijan las presiones devaluatorias y las causas básicas de la inflación engendradas por las distorsiones de la estructura económica —el creciente deterioro de las actividades agrícolas y la desproporcionalidad productiva de la industria de transformación, entre las más relevantes—, la estabilización del tipo de cam bio y de los precios sólo puede ser temporal y, cada vez más, dependiente de la captación de capital foráneo. Por otra parte, esta última circunstancia causa nuevos desajustes en las cuentas externas, conforme aumentan el servicio de deuda (amortizaciones e intereses) y las remesasal exterior por concepto de inversión extranjera directa. A la vuelta del tiempo, cuando ambos renglones exceden los ingresos que los ocasionan, México pasa de importador a exportador neto de capitales.

      Por lo pronto, ya en la segunda mitad del decenio de los sesenta, los principales indicadores asociados con el desarrollo estabilizador revierten definitivamente su tendencia exitosa de los años precedentes. A partir de entonces, la evolución del país se torna menos dinámica y más fluctuante hasta desembocar, en 1976, en una profunda crisis que anuncia el agotamiento del esquema seguido. Es así como la expansión de la economía, tras alcanzar un nivel histórico de 7%, entre 1960 y 1965, disminuye de manera constante, y manifiesta profundas variaciones en los quinquenios siguientes. En 1976 se registra un ritmo de crecimiento


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