La vuelta al mundo en ochenta días. Julio Verne

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La vuelta al mundo en ochenta días - Julio Verne


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este pasajero presentaba un pasaporte, sobre el cual deseaba que constase el visado británico.

      Fix tomó instintivamente el pasaporte, y con rápida mirada lo leyó, escapándose por poco cierto movimiento involuntario. El papel tembló en sus manos. Las señas que constaban en el pasaporte eran idénticas a las que había recibido del director de la policía británica.

      Este pasaporte no es vuestro dijo Fix al pasajero.

      No respondió éste , es el pasaporte de mi amo.

      ¿Y vuestro amo?

      Se ha quedado a bordo.

      Pero repuso el agente es necesario que se presente en persona en el despacho del consulado a fin de identificarlo.

      ¿Y eso es necesario?

      Indispensable.

      ¿Y dónde está la oficina?

      Allí en la esquina de la plaza respondió el inspector, indicando una casa que distaba unos doscientos pasos.

      Entonces, voy a buscar a mi amo, que no tendrá mucho gusto en molestarse.

      Después de esto, el pasajero saludó a Fix y se volvió a bordo del vapor.

      El inspector volvió al muelle y se dirigió con celeridad al despacho del cónsul; en seguida, por petición suya, urgente, fue introducido a la presencia de dicho funcionario.

      Señor cónsul le dijo sin más preámbulo , tengo poderosas presunciones para creer que nuestro hombre ha tomado pasaje a bordo del “Mongolia”.

      Y Fix refirió lo que había pasado entre el criado y él con motivo del pasaporte.

      Bien, señor Fix respondió el cónsul , no sentiría ver el rostro de ese bribón. Pero tal vez no se presentará si es lo que suponéis. Un ladrón no procura dejar detrás de sí rastros de su paso, sobre todo no siendo obligatoria la formalidad del pasaporte.

      Señor cónsul respondió el agente , si como debemos suponerlo es hombre entendido, vendrá.

      ¿A hacer visar su pasaporte?

      Sí. Los pasaportes nunca sirven más que para molestar a los hombres de bien y facilitar la fuga de los tunantes. Os aseguro que ése estará en regia, pero espero que no lo visaréis.

      ¿Y por qué no? Si el pasaporte es regular respondió el cónsul no tengo derecho a negarme a visarlo.

      Sin embargo, señor cónsul, será necesario que yo detenga aquí a ese hombre hasta haber recibido de Londres un mandato de prisión.

      ¡ Ah! Eso es cuenta vuestra, señor Fix respondió el cónsul , pero yo no puedo…

      El cónsul no terminó su frase. En aquel momento llamaban a la puerta de su gabinete, y el ordenanza de la oficina introducía a dos extranjeros, uno de los cuales era precisamente el criado que había conversado con el agente de policía.

      Eran efectivamente amo y criado. El primero sacó el pasaporte, rogando lacónicamente al cónsul que se sirviera visarlo. Tomó éste el documento Y lo leyó atentamete, mientras Fix, en un rincón del gabinete, observaba o más bien devoraba al extranjero con sus ojos.

      Cuando el cónsul terminó su lectura, dijo:

      ¿Sois Phileas Fogg, “esquíre”?

      Sí, señor respondió el gentleman.

      ¿Y ese hombre es vuestro criado?

      Sí. Un francés llamado Picaporte.

      ¿Venís de Londres?

      Sí.

      ¿Y vais adónde?

      A Bombay.

      Bien. Ya sabéis que la formalidad del visado no es necesaria, y que ya no exigimos la presentación del pasaporte.

      Ya lo sé, señor respondió Phileas Fogg , pero deseo conste mi paso por Suez.

      Como gustéis.

      Y el cónsul, después de haber firmado y fechado el pasaporte, lo selló. Míster Fogg pagó los derechos; y, después de haber saludado con frialdad, salió seguido de su criado.

      ¿Y bien? Preguntó el inspector.

      Y bien respondió el cónsul , tiene trazas de un perfecto hombre de bien.

      Posible respondió Fix , pero no se trata de esto. ¿No os parece, señor cónsul, que ese flemático caballero se parece rasgo por rasgo al ladrón cuyas señas tengo?

      Convengo en ello: pero ya sabéis, todas las señas…

      Ya estoy harto de saberlo respondió Fix . El criado me parece menos impenetrable que el amo. Además, es francés y no podrá contenerse de hablar. Hasta luego, señor cónsul.

      Dicho esto, el agente salió y se fue en busca de Picaporte.

      Entretanto, míster Fogg, después de salir de la casa consular, se había dirigido al muelle. Allí dio algunas órdenes al criado, y después se embarcó en una lancha y volvió a bordo del “Mongoliá”, metiéndose en su camarote. Tomó allí su libro de anotaciones, que llevaba los siguentes apuntes:

      “Salida de Londres, el miércoles 2 de octubre a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la tarde.

      “Llegada a París, el jueves 3 de octubre a las siete y veinte de la mañana.

      “Llegada por Monte Cenis a Turín, el viernes 4 de octubre a las seis y treinta y cinco minutos de la mañana.

      “Salida de Turín el viernes a la siete y veinte minutos de la mañana.

      “Llegada a Brindisi el sábado 5 de octubre a las cuatro de la tarde.

      “Embarcado en el “Mongolia”, el sábado a las cinco de la tarde.

      “Llegada a Suez, el miércoles 9 de octubre a las once de la mañana.

      “Total de horas transcurridas, ciento cincuenta y ocho y media, o sea seis días y medio”.

      Míster Fogg escribió estas fechas en un itinerario dispuesto por columnas, que indicaba, desde el 2 de octubre hasta el 21 de diciembre, el día de la semana, el del mes, las llegadas reglamentarias y las efectivas en cada punto principal, París, Brindisi, Suez, Bombay, Calcuta, Singapore, Hong Kong, Yokohama, San Francisco, Nueva York, Liverpool, Londres, y que permitía calcular el adelanto obtenido o el retraso experimentado en cada punto del trayecto.

      Este método itinerario lo tenía de esta suerte en cuenta todo, y míster Fogg sabía siempre si adelantaba o atrasaba.

      Por consiguiente, inscribió también aquel día, miércoles 9 de octubre, su llegada a Suez, que cuadrando con la llegada reglamentaria no le daba ventaja ni desventaja.

      Después se hizo servir de almorzar en su camarote. En cuanto a ver la población, ni siquiera pensaba en ello, porque pertenecía a aquella raza de ingleses que hacen visitar por sus criados los países por donde viajan.

      VIII

      Fix había tropezado en pocos instantes con Picaporte, que todo lo examinaba y miraba, no creyéndose obligado a no hacerlo.

      Pues bien, amigo mío le dijo Fix saliéndole al encuentro ; ¿habéis visado el pasaporte?

      ¡Ah! Sois vos respondió el francés . Muchas gracias. Estamos perfectamente en regla.

      ¿Y os estáis enterando del país?

      Sí; pero andamos tan aprisa que me parece viajar en sueños. ¿Es cierto que estamos en Suez?

      En Suez.

      ¿En Egipto?


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