No te daré mi voto. Miguel Ángel Martínez López

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No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López


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estudiaría individualizadamente los casos de todos los empleados. La entrevista es una pequeña parte del estudio.

      –Entiendo. Y luego sacará el bombo de la lotería para decidir a quién despide.

      –Toda empresa, después de una fusión, necesita optimizar sus recursos. Es duro para los que estamos dentro (yo también estoy incluido), pero es necesario. El compromiso de la empresa con los empleados es tener en consideración la situación personal de cada uno y eso es lo que estamos haciendo. El compromiso con los accionistas es optimizar los recursos. No podemos hacer más. Recuerde que hay empleados, puede que incluso usted sea uno, que también son accionistas.

      –Al final, resultará que nos despedirán por nuestro bien.

      El entrevistador se encogió de hombros.

      Moisés no pudo callarse, aunque entró con el firme propósito de no polemizar sobre el asunto; ya había roto la barrera del silencio, ya no podía parar:

      –Yo lo veo de otra manera –contestó Moisés–. Suponga que un hombre rico se casa con una mujer rica; uniendo sus grandes patrimonios serían mucho más ricos. ¿Imagina usted que se dijeran: “Vamos a desprendernos de la mitad de nuestra riqueza para optimizar nuestros recursos”? ¿No sería más lógico sumarlos y ser doblemente ricos?

      –No sé que tiene que ver con esto.

      –¿No ha oído nunca hablar aquí de “nuestro capital humano”? “Lo más valioso que tenemos aquí son las personas”, ¿le suena?

      El entrevistador sonrió como se sonríe ante un niño o ante un loco y apuntó:

      –A veces se dicen cosas…

      –¿No cree usted que, si una empresa se encontrara de pronto con el doble de capital, no sería capaz de doblar su actividad? Y si el capital fuera humano, ¿no sería capaz de hacer el doble de cosas?

      La sonrisa del entrevistador se fue apagando rápido, como una cerilla al viento.

      –Está usted muy equivocado. Si la empresa pudiera funcionar sin gente, nos echarían a todos. Una cosa es lo que se dice y otra lo que se piensa.

      Sonó el teléfono mientras los dos hombres tensaban la mirada, uno que no quería dejar de preguntar y otro que no aceptaba la pregunta porque ya había hablado más de la cuenta. El timbre sonó de nuevo y el entrevistador puso su mano en el auricular.

      –Ya puede marcharse –dijo a Moisés, y descolgó el teléfono.

      El texto del periódico era contundente: «La fusión crea una empresa líder en el sector con un beneficio cercano a los mil ochocientos millones de euros».

      –Ana, ¿tú sabes cuántos son mil ochocientos millones de euros?

      –Demasiados. Realmente no lo sé. Yo, las cifras que conozco, están entre lo que cuesta una barra de pan y un chalet de lujo, todo lo demás es mucho o muchísimo, pero realmente no sé cuánto. Si me dijeras la mitad de esa cifra, me daría un poco igual, me seguiría pareciendo una cifra incontable.

      −Es el precio de veinte mil empleos −respondió Moisés con los ojos clavados en el periódico.

      −No lo creo −apuntó su mujer−. Es más bien la disculpa para eliminar veinte mil empleos.

      Ana miró con cariño a su marido, se recostó en su costado y le acarició como Aladino a la lámpara maravillosa, queriendo sacar el genio escondido en su interior.

      −No te preocupes, ni siquiera sabes si tú estás en la lista. Además, si te tocara ser uno de los despedidos, hasta puede que te venga bien. Cada vez te gusta menos tu trabajo.

      −Cada vez me gusta menos mi empresa −respondió Moisés−. Mi empresa y sus mensajes cada vez más rebosantes de hipocresía: “lo más importante es el cliente”, “lo más valioso son las personas”, “la prioridad son nuestros accionistas”… Cuando en sus labios se lee claramente la verdad, como en una película mal doblada. Sus hechos son gritos que denuncian sus mentiras: ¡Lo más importante es el dinero! Aunque resulte muy duro decirlo con estas palabras, pero trabajo en una empresa de AVAROS. Pero lo más dramático es que las demás son, más o menos, iguales; todas las grandes empresas están regidas por la avaricia. Vivimos en una economía de avaricia −Moisés apartó el periódico y envolvió a su mujer con el brazo estrechándola contra su pecho−. No me hagas mucho caso, hoy no tengo el día muy bueno.

      Isidro Jarabo almorzaba, como siempre, con su amigo Agustín en un destartalado mesón cerca de la oficina. La esclavitud a los hábitos arraigados les impedía cambiar de lugar a pesar de lo roído de los manteles y de la mediocridad de los menús que se repetían aburridamente. Hablaron de fútbol y de famosos que se iban muriendo, pero al final, aunque los dos evitaban hablar del asunto, volvieron a caer en el tema doloroso:

      −¿Cómo llevas los expedientes?− preguntó Agustín a su viejo amigo.

      −Hoy he entrevistado a un tipo curioso −comentó Isidro Jarabo sin levantar la mirada de la apelmazada paella de los jueves−. De vez en cuando te encuentras con gente que piensa un poco y se da cuenta de la realidad. Todo esto, las entrevistas y los expedientes, no son más que pantomimas para desfigurar, a los ojos de la mayoría, la lotería que precede a la poda.

      Un silencio espeso se llenó del sonido de los cubiertos y los platos.

      −Una mierda.

      Isidro Jarabo era un tipo serio, de los que no les gusta decir una palabra por encima de otra, ni contaminar el lenguaje de tacos y malsonancias, que a su gusto no son más que tácticas burdas para ocultar la falta de vocabulario. Por eso estas palabras sonaron especialmente fuertes en su boca. Su amigo Agustín se quedó perplejo, pensando que quizá la paella era aún peor que de costumbre.

      −Una gran mierda −Isidro levantó lentamente los ojos buscando la compasión de su amigo−. ¿Quién me ha nombrado a mí juez en este sinsentido? Alguien se está llenando los bolsillos o está ampliando su colección de medallas por esta gran operación. La fusión de dos grandes empresas, el fortalecimiento de la economía nacional, las ventajas para asegurar la competitividad y el servicio a los clientes, y un montón de sinergias que demuestran que dos más dos son cinco, como todo el mundo sabe. ¿Sabes lo que significa exactamente “sinergia”? –Agustín negó con la cabeza– Viene del griego, es algo así como colaboración, la definición exacta es (me la sé de memoria): “Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. ¿Sabes lo que quieren decir éstos cuando dicen “sinergia”? –Su amigo volvió a negar con un gesto– Quieren decir “ahorros” y “despidos”.

      »Claro, eso tiene su trabajo sucio, porque las sinergias son de bulto: Nos ahorramos nosecuantas nóminas eliminando al personal duplicado, tantas oficinas, con sus inmuebles, aumenta nuestro volumen y nuestra capacidad de negociación en las compras, etcétera, etcétera… y para conseguir todo eso buscamos un grupo de expertos que analicen nuestros activos y descubran todos los puntos de “mejoras sinérgicas”. Y, ¿cómo se buscan los expertos? Dos pringados de Recursos Humanos por dirección provincial, preferentemente mayores y antipáticos, para que no les preocupe mucho ganarse el odio de todos los elegidos para la desvinculación (otro asqueroso eufemismo) y no les quede tiempo para cobrarse las simpatías de los que se queden. ¿Qué te parece? −Isidro Jarabo miró para un lado, como queriendo coger fuerzas para seguir adelante.

      Su amigo Agustín aprovechó el paréntesis para destensar algo la cuerda:

      −Pero los sindicatos habían negociado un procedimiento para todo eso, que asegurara un proceso limpio para las listas de desvinculación, ¿no?

      −No −Isidro bajó la voz como para vestir claramente de confidencialidad la respuesta−. Los sindicatos han negociado un procedimiento para poder revisar las listas previamente, para asegurar cómo quedan los suyos a cambio de no apoyar las reclamaciones. No han podido conseguir más, o no han querido, no lo sé. El caso es que mi informe, mi escaso y ridículo informe, será el único dato que


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