Manifiesto por la filosofía. Alain Badiou
Читать онлайн книгу.poesía es la dimensión secreta, esotérica, de la sofística, ya que lleva a lo más extremo la flexibilidad, la variancia de la lengua.
La pregunta es entonces, para nosotros, la siguiente: ¿existe un período moderno de la filosofía? La relevancia de este punto se debe hoy, por un lado, a que la mayoría de los filósofos declaran que existe efectivamente tal período y, por el otro, a que somos contemporáneos de su acabamiento. Tal es el sentido de la expresión “posmoderno”, pero incluso en quienes no la utilizan, el tema de un “fin” de la modernidad filosófica, de un agotamiento de sus operadores propios –muy en especial la categoría de Sujeto–, está siempre presente, así sea bajo el esquema del fin de la metafísica. Por lo demás, casi siempre este fin es asignado al proferimiento nietzscheano.
Si designamos empíricamente por “tiempos modernos” el período que va del Renacimiento a la actualidad, es sin duda difícil hablar de un período en el sentido de una invariancia jerárquica en la configuración filosófica de las condiciones. Es, por cierto, evidente que:
– en la época clásica, la de Descartes y Leibniz, y por efecto del acontecimiento galileano cuya esencia es la introducción del infinito en el matema, la condición dominante es la matemática;
– a partir de Rousseau y Hegel, escandida por la Revolución francesa, la composibilidad de los procedimientos genéricos se encuentra bajo la jurisdicción de la condición histórico-política;
– entre Nietzsche y Heidegger, es el arte, que tiene por centro al poema, el que retorna mediante una retroacción antiplatónica en los operadores por los que la filosofía designa nuestro tiempo como el de un nihilismo olvidadizo.
Hay, pues, a lo largo de esta secuencia temporal, un desplazamiento del orden, del referente principal a partir del cual se esboza la composibilidad de los procedimientos genéricos. La coloración de los conceptos es un buen testimonio de dicho desplazamiento, entre el orden de las razones cartesiano, el pathos temporal del concepto en Hegel y la metafórica metapoética de Heidegger.
Sin embargo, tal desplazamiento no debe disimular la invariancia, por lo menos hasta Nietzsche, pero continuada y extendida tanto por Freud y Lacan como por Husserl, del tema del Sujeto. Este tema no padece una deconstrucción radical hasta la obra de Heidegger y de quienes lo suceden. Las refundiciones a las que es sometido por la política marxista así como por el psicoanálisis (siendo este último el tratamiento moderno de la condición amorosa) son deudoras de la historicidad de las condiciones, y no de la resiliación del operador filosófico que trata esta historicidad.
Es cómodo entonces definir el período moderno de la filosofía por el uso organizador central que se hace en él de la categoría de Sujeto. Aunque esta categoría no prescriba un tipo de configuración, un régimen estable de composibilidad, es suficiente en lo que atañe a la formulación del problema: ¿está acabado el período moderno de la filosofía? Lo que equivale a decir: proponer para nuestro tiempo un espacio de composibilidad en el pensamiento de las verdades que en él se prodigan, ¿exige la conservación y el uso, aun profundamente alterado o subvertido, de la categoría de Sujeto? O por el contrario, ¿nuestro tiempo es aquel en que el pensamiento exige la deconstrucción de esa categoría? Lacan responde a la cuestión reestructurando en forma radical dicha categoría, que él mantiene (lo que significa que, para él, el período moderno de la filosofía continúa, perspectiva que es también la de Jambet, Lardreau, y la mía); Heidegger (pero también Deleuze, con matices, Lyotard, Derrida, Lacoue-Labarthe y Nancy resueltamente) responde que nuestra época es aquella en la que “la subjetividad es llevada a su consumación”, que por consiguiente el pensamiento mismo no puede consumarse sino más allá de esta “consumación”, lo que no es otra cosa que la objetivación destructiva de la Tierra, que la categoría de Sujeto debe ser deconstruida y tenida por último avatar (moderno, precisamente) de la metafísica; y que el dispositivo filosófico del pensamiento racional, cuyo operador central es precisamente esa categoría, es mantenido ahora en el olvido sin fondo de aquello que lo funda: que “el pensamiento solo comenzará cuando hayamos aprendido que esa cosa tan magnificada desde hace siglos, la Razón, es el enemigo más implacable del pensamiento”.
¿Somos todavía, y a qué título, galileanos y cartesianos? ¿Razón y Sujeto son todavía, o no, aptos para servir de vector a las configuraciones de la filosofía, aun si el Sujeto está excentrado o vacío y la Razón sometida al azar supernumerario del acontecimiento? ¿Es la verdad el no-velamiento velado cuyo riesgo solamente asume el poema en palabras? ¿O es aquello por lo cual la filosofía designa en su espacio propio los procedimientos genéricos disyuntos que entretejen la continuación oscura de los Tiempos modernos? ¿Debemos continuar, o retener, la meditación de una espera? He aquí el único asunto polémico actualmente significativo: decidir si la forma del pensamiento del tiempo, filosóficamente instruida por los acontecimientos del amor, del poema, del matema y de la política inventada, sigue ligada, o no, a esa disposición que Husserl todavía llamaba de la “meditación cartesiana”.
4. HEIDEGGER CONSIDERADO COMO UN LUGAR COMÚN
¿Qué dice el Heidegger “corriente”, el que organiza una opinión? Dice esto:
1) La figura moderna de la metafísica, tal como se articuló alrededor de la categoría de Sujeto, se encuentra en la época de su acabamiento. El verdadero sentido de la categoría de Sujeto se ofrece en el proceso universal de objetivación, proceso cuyo nombre apropiado es: reinado de la técnica. El devenir-sujeto del hombre es la transcripción metafísica última del establecimiento de este reinado: “El hecho mismo de que el hombre devenga sujeto y el mundo objeto es tan solo una consecuencia de la esencia de la técnica en vías de instalación”. Precisamente por ser un efecto del despliegue planetario de la técnica, la categoría de Sujeto es incapaz de volver el pensamiento hacia la esencia de este despliegue. Ahora bien, pensar la técnica como último avatar historial, y cierre, de la época metafísica del ser, es hoy el único programa posible para el pensamiento mismo. Por lo tanto, el pensamiento no puede establecer su sede a partir de aquello que nos conmina a sostener la categoría de Sujeto: este mandato es indistinguible del de la técnica.
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