Hagamos las paces. Marie Estripeaut-Bourjac
Читать онлайн книгу.Repaso, en este instante, varios libros y otros textos que recogen su trabajo. La miro asimismo en la fotografía que tengo al frente de mi escritorio cuando, con algunos miembros de mi familia, fuimos a cantarle en un diciembre los villancicos que disfrutó con tanta alegría. Recuerdo su mirada de dulzura y también de picardía, como cuando contaba la anécdota navideña que la impulsó a pintar el cuadro llamado Buscando al niño, basado en una tradición decembrina de nuestra región donde (como juego) se esconde un poco de dinero para que lo busquen los niños. A esto se le llama “buscar al niño Dios”, nombre que dice mucho de nuestra idiosincrasia, la cual reúne prácticas religiosas y ansias de dinero.
Me siento en mi interior renovada con su presencia permanente, la del afecto, la de la amistad y la de su creación que nos dice, a la manera de Heidegger, que “poéticamente el ser humano habita el mundo” (poesía es creación). El ser humano también expresa el mundo para dejar su huella, y mostrar otras formas de vivirlo y trazar unas nuevas escrituras sobre la tierra.
Desde esa perspectiva del afecto, la amistad, la admiración y el agradecimiento por su fina sensibilidad, evoco a Débora y escribo unas cuantas líneas sobre ella y su valiosa obra; líneas cruzadas más por vivencias que por pretensiones de análisis artísticos o históricos.
Tres momentos de dolor y creación
1. El Bogotazo
En una entrevista personal con Débora Arango, ella recordó el acontecimiento que marcó la historia de nuestra nación así:
El nueve de abril de 1948, estaba en mi casa oyendo la radio cuando se interrumpió la transmisión para mencionar que el gran líder liberal Gaitán había sido asesinado en la calle, no lejos de la casa del presidente de la República. Escuchábamos, con mi familia, la terrible noticia acompañada del informe de cómo se iba reuniendo una muchedumbre que empezaba a protestar airada y, llena de dolor y rabia, instigaba a una reacción violenta. Se narraba también sobre los disturbios en otras ciudades, que en Medellín fueron muy fuertes, para rechazar la muerte de ese gran hombre.
Se me ocurrió entonces coger un lápiz y papel para hacer algunos trazos de los terribles acontecimientos que estaba oyendo. Sentí la necesidad de pintar ese doloroso y trágico momento de nuestra historia y realicé una acuarela. (Bravo, 1985)2
De una manera sencilla y sensible a la vez, un día en los años ochenta, al mostrarme esa acuarela —propiedad del Museo de Arte Moderno de Medellín—, tan fundamental en su obra y en la historia del arte colombiano, y que llamó la artista Masacre del 9 de abril, me contó Débora el origen de ese cuadro, memoria histórica y plástica de uno de los acontecimientos más trágicos de Colombia que ha sido denominado El Bogotazo.
Arango. Masacre del 9 de abril, 1948, acuarela, 76 x 57 cm.
Según los expertos en la investigación de nuestros conflictos, El Bogotazo es el origen de lo que muchos llaman la “Violencia” con mayúscula —que empieza en 1948 y llega hasta el Frente Nacional en 1958—. Esta Violencia se diferencia de las “violencias” (con minúscula), que se refieren a las que siguieron, sobre todo, en las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del actual. Estas violencias infortunadamente continúan hoy, cometidas por muy diferentes actores del conflicto que han marcado de forma recurrente la historia de Colombia. Estos fenómenos dieron origen a que un grupo de investigadores dentro de las Ciencias Sociales (a quienes se les llaman “violentólogos”) haya y siga produciendo, por lo demás, muy valientes estudios sobre nuestros conflictos.
Cabe mencionar que el líder Jorge Eliécer Gaitán fue un personaje que Débora conoció de cerca, pues se lo presentó la antioqueña Amparo Jaramillo, amiga de la artista y quien fuera esposa del caudillo liberal. Gaitán fue Ministro de Educación en el mandato del presidente Eduardo Santos, uno de los jefes de Estado durante el período llamado La República Liberal por la historiografía colombiana. Además, fue candidato a la presidencia en 1946 y, en el año de 1948, Débora pintó una acuarela denominada Gaitán, que nos muestra a ese caudillo en acción cuando, con su presencia y discurso, atraía a multitudes que lo seguían. Por otra parte, Gaitán admiró y apoyó a la artista y organizó, en el año 1940, una exposición en el foyer del Teatro Colón de Bogotá. Esta exposición causó un enfrentamiento con el líder conservador (y luego presidente) Laureano Gómez, quien le hizo una encarnizada crítica a la artista antioqueña desde el senado y en el periódico El Siglo. Este enfrentamiento se ensañó en muchas ocasiones por sectores muy tradicionales que condenaban la obra de la pintora como atrevida, inmoral e irreverente3.
Volviendo a la narración del origen de la obra Masacre 9 de abril, un trabajo fundamental de su obra pictórica, debo reconocer que me causó una profunda impresión, no solo por el valor testimonial de un acontecimiento trágico de nuestra historia, sino tal vez por la manera tan fuerte como lo expresó en su obra. Allí, aparecen en una iglesia unos curas y religiosos que buscan escapar a una multitud enfurecida que trata de tomarse el lugar. A un lado del templo, el cadáver del homicida de Gaitán, Juan Roa Sierra, es arrastrado por la calle.
Esta acuarela removió en mi interior momentos lejanos cuando de niña y, estando en la casa con mi familia, oí también la transmisión de la noticia de ese día funesto de nuestra historia. Este es el primer recuerdo que tengo de lo que se ha constituido, infortunadamente, en el problema más dramático de nuestro país: la violencia, el conflicto.
Me conmovió, al mismo tiempo, poder ver esa representación y oír la voz de la autora, así como apreciar las manos de una creadora que se ha constituido en una de las figuras más vigorosas de nuestra historia cultural. Siempre el contacto con su alma y su palabra me interrogaba y me llevaba a pensar en lo insondable (para los que no somos artistas especialmente) que es la inspiración en el arte. Esta inspiración hizo que un hecho, un episodio, una sensación, una trágica impresión, se transformara en una obra valiosa tan contundente que se constituyó, en este caso, en parte de un relato fundamental de nuestra historia, tocando las fibras más delicadas de nuestra sensibilidad. Esta obra es una invitación a entender la violencia que aún signa de tragedia nuestra historia política, social, cultural y económica.
2. La violencia política
Pasemos ahora a otro momento. Escucho de nuevo la voz de Débora Arango y no puedo olvidar tampoco un día en su casa de Envigado, Casablanca, cuando la artista me mostró una acuarela denominada El tren de la muerte. Para responder a mi inquietud acerca de dónde se inspiró para esta impresionante pintura, ella narró, con sencillez pero con emoción y tristeza, el recuerdo:
Me encontraba con miembros de mi familia en Puerto Berrío en el Hotel Magdalena, al lado del río. Allí iban muchas familias antioqueñas que tenían posibilidades, ya que era un lugar muy acreditado como sitio de vacaciones y de celebraciones: cumpleaños, matrimonios, aniversarios. Recuerdo muy bien que una noche oí voces y vi un tumulto en el lugar donde llegaba el tren del Ferrocarril de Antioquia al frente del hotel. Observé con dolor y angustia cómo se entraba a empujones en una bodega de la estación a varios hombres que habían recogido en una redada. Al otro día muy temprano, sentí el pito y la campana del tren, me asomé desde la ventana del hotel y vi, en los vagones donde usualmente trasladaban ganado, a muchos de esos seres humanos recogidos en la redada, agolpados como si fueran animales, con signos tremendos y macabros de dolor, de miedo. Por eso, cuando pinté la escena, la llamé El tren de la muerte. (Bravo, 1985)
Arango. El tren de la muerte, 1948, acuarela, 77 x 56 cm.
Cuando Débora me contaba este desgarrador episodio, una mirada de angustia acompañaba el recuerdo de esos tiempos trágicos de la “Violencia”. Sentí cómo su palabra, al frente de la pintura conmovedora, producía un gran impacto, el de la memoria