Antropología de la integración. Antonio Malo Pé

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      [7] Una exposición completa de esta corriente filosófica se encuentra en J. M. BURGOS, El personalismo. Temas y autores de una filosofía nueva, Palabra, Madrid 2000.

      [8] En relación con la idea de libertad como apertura véase J. A. GARCÍA CUADRADO, Antropología filosófica, EUNSA, Pamplona, 2001, pp. 146 y ss.

      [9] El rechazo de la categoría metafísica de accidente para hablar de la relacionalidad humana no se debe al significado ordinario del término “accidente” como entidad de poca importancia, sino más bien al carácter particular que algunos accidentes —como la temporalidad, la virtud, la relación, etc.— desempeñan en la Antropología filosófica, pues, a través de ellos, la esencia humana es capaz de perfeccionarse personalmente. Algo semejante habría que decir de la libertad: no es un accidente, pues se trata de una realidad que es inseparable del ser personal, aun cuando por diversas causas no se manifieste completamente. Todo esto nos habla del ser humano como distinto de los demás seres materiales. Como veremos, esta diferencia proviene del ser espiritual de la persona. La distinción antropológica entre ser y esencia personales, se basa en otra más general, de carácter metafísico, que santo Tomás descubre entre el acto de ser y la esencia. De hecho, en opinión de Leonardo Polo, la persona humana dispone de acuerdo con su esencia porque tiene libertad, es decir, el poder disponer: «Yendo más allá de la simetría con el ser del universo, la libertad humana es trascendental. La libertad es una dotación de la que depende la esencia del hombre, dependencia que asegura el disponer, es decir, la esencia a nivel de los hábitos» (cfr. L. POLO, presente y futuro del hombre, Rialp, Madrid 1993, p. 191).

      [10] «Quien se conoce a sí mismo, conocerá a Dios» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Gredos, Madrid 1998, El pedagogo, III, p. 261).

      [11] «Así lo que es supremo en el género de los cuerpos, es decir, el cuerpo humano de complexión equilibrada, llega a tocar lo más bajo en el género de las sustancias intelectuales, es decir, el alma humana, que podemos descubrir por el modo de conocer intelectualmente. Por eso se dice que el alma intelectual es como el “horizonte” y la “frontera” entre los seres corporales e los incorpóreos, pues es una sustancia incorpórea, que sin embargo es forma de un cuerpo» (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Contra Gentiles, III, 112c).

      II.

      EL PRESUPUESTO DE LA INTEGRACIÓN PERSONAL: LA UNIÓN SUSTANCIAL CUERPO-ALMA

      1 Las dimensiones del cuerpo: material, viviente, sentiente, espiritualizado

      2 La corporalidad: el cuerpo vivido y sus expresiones

      3 La unión sustancial cuerpo-alma

      4 El alma como principio vital, sentiente y espiritual

      ¿Por dónde comenzar el estudio de las personas humanas? Esta pregunta es importante pues, según la repuesta que se le dé, así será la perspectiva antropológica adoptada y, como consecuencia, la visión que tendremos del hombre. En los manuales al uso a menudo se empieza por el fenómeno de la vida, ya que la existencia humana no sería nada más que un tipo de vida. Pienso, sin embargo, que el inicio de la Antropología filosófica no puede basarse en una abstracción, es decir, en una categoría lógica (el género “vida”), a la que se añadirían después algunas características concretas (las diferencias específicas propias del “vivir humano”). Más bien, habrá que partir del dato más inmediato que poseemos, el cuerpo, pues las personas humanas somos seres corpóreos.

      El cuerpo humano, que puede desempeñar una función instrumental —como en la confección de vestidos, construcción de casas y satisfacción de necesidades básicas—, participa también de las funciones práctica y hermenéutica de la razón, las cuales se orientan a la perfección personal, o sea, al don de sí. Así, mediante la conciencia de sus dinamismos, inclinaciones, afectos y acciones, el cuerpo es vivido como corporeidad propia y puede ser interpretado e integrado personalmente.

      El cuerpo humano constituye, pues, una perspectiva vital unitaria, capaz de permitirnos acceder —si bien de forma parcial— a la unidad de composición de la persona. En efecto, el cuerpo no solo manifiesta la materialidad y el dinamismo físico-fisiológico de la persona, sino también, aunque de modo limitado, sus dimensiones psíquicas y espirituales. En definitiva, en el cuerpo humano se descubre que la persona es un microcosmos. Por eso, se nos ofrece ya en él una perspectiva unitaria de la persona, constituida tanto por lo que es más elemental en la naturaleza (los niveles físico, vegetativo y sensitivo), como por lo más elevado (niveles tendencial-afectivo y racional-volitivo).

      En primer lugar, el cuerpo humano es material, es decir, está constituido por átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, sistemas orgánicos, etc. Cada uno de esos elementos está al servicio del que es inmediatamente superior según una estructura jerárquica, en virtud de la cual lo que está debajo, o es inferior, hace posible lo superior.

      A causa de su constitución material, el cuerpo humano está sometido a las mismas leyes fisicoquímicas —como la de la gravedad— que regulan el funcionamiento de los demás cuerpos, y posee también, como ellos, una serie de propiedades: medida, temperatura, carga eléctrica, etc. Además, en virtud de su materialidad, el cuerpo puede comunicarse con los demás seres materiales de diferentes modos: mediante la alimentación, el vestido, el uso de instrumentos, el cuidado de la naturaleza, etc.

      En segundo lugar, el cuerpo humano corresponde al de un ser vivo. Y, en cuanto vivo, las sustancias fisicoquímicas que lo componen adquieren nuevas propiedades emergentes. Por ejemplo, las sustancias químicas de la sangre son capaces de transportar el oxígeno a las células, a los tejidos, a los músculos y a los órganos. Como ocurre en los demás seres vivos, el cuerpo humano está constituido tanto por propiedades fisicoquímicas emergentes, como por órganos, es decir, por una estructura de partes heterogéneas que, sin embargo, están dotadas de unidad y orden, pues su fin es el bien del ser vivo.

      En la constitución del cuerpo se observa, pues, una complejidad creciente, que va desde las sustancias materiales y órganos hasta el cuerpo. Por lo que, aparentemente, las etapas serían: primero, lo físico y químico; después, lo orgánico y, por último, lo funcional. Sin embargo, el orden de constitución real es el inverso: primero es el cuerpo vivo, después los órganos y sus funciones y, por último, las sustancias fisicoquímicas, pues unos y otras existen en virtud del cuerpo, y no al revés. Por supuesto, la prioridad del cuerpo es ontológica, no cronológica, ya que los órganos se forman más tarde que las sustancias fisicoquímicas. La prioridad ontológica del cuerpo en relación con sus partes explica que las propiedades emergentes de las sustancias fisicoquímicas y de los órganos dependan, en última instancia, del mismo principio por el cual el cuerpo está vivo. Pues, como veremos,


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