Como desees. Cary Elwes

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Como desees - Cary Elwes


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me gusta del mundo. No hay nada más satisfactorio.

      Cuando comienzas una película, tienes una idea de cómo quieres que sea, pero nunca sabes si alguien más compartirá tu interés. En una ocasión, Bill Goldman se refirió al libro que quería en su lápida como una historia excéntrica. Cuando llegó el momento del estreno de la película, nadie tenía ni idea de cómo venderla. ¿Era un cuento de hadas? ¿Una aventura de espadachines? ¿Una historia de amor? ¿O era simplemente una sátira disparatada? Lo cierto es que era, y es, todo eso. Nada fácil de capturar en un tráiler de dos minutos o un anuncio de la tele de treinta segundos.

      Tuvimos cierto éxito entre la crítica, pero solo obtuvimos un beneficio moderado. Por suerte, a través de los VHS, los DVD y la televisión, consiguió arraigarse, y durante los últimos veinticinco años, su popularidad ha crecido. No tengo palabras para explicar lo placentero que me resulta cuando gente que la vio por primera vez cuando eran niños me dice cuánto les gusta a sus hijos. Qué emoción saber que una película en la que has participado forma parte del legado a futuras generaciones.

      Leer el libro de Cary me ha hecho recordar momentos maravillosos. Elwes ofrece un precioso relato de lo que para mí, y estoy seguro de que para todos nosotros, fue una de las mayores experiencias creativas de nuestras vidas. Nos muestra como solo él puede, a través de la mirada del hombre de negro, el mundo de los RAG, el Milagroso Max y los Acantilados de la Locura. Y lo hace con gracia y estilo. Así que acurrucaos en un rincón acogedor y divertíos asaltando el castillo.

       Rob Reiner

      Introducción

      Nueva York, 2 de octubre de 2012

      En el escenario del Alice Tully Hall, en el Lincoln Center, rodeado de miembros del reparto y algunos del equipo, a muchos de los cuales llevaba años sin ver, siento una sensación casi sobrecogedora de gratitud y nostalgia. Nos hemos reunido aquí, en el Festival de Cine de Nueva York, para celebrar el vigésimo quinto aniversario de La princesa prometida, una película cuya popularidad y repercusión abarca, ahora, generaciones.

      Ese hecho por sí solo me deja atónito: ¿cómo puede una película concebida de manera tan estrafalaria y modesta alcanzar tan elevada posición en el panteón de la cultura popular? Pero lo que realmente me impresiona, mientras recorro la hilera con la mirada y observo los rostros de mis colegas actores, es lo rápido que ha pasado el tiempo. ¿De verdad hace ya veinticinco años? ¿Un cuarto de siglo? El paso del tiempo se hace notar especialmente en aquellos que faltan, el gran Peter Falk y ese hombre tan dulce como inmenso, André el Gigante.

      Pero para contrarrestar la tristeza está la camaradería de estar de nuevo con aquellos que se encuentran aquí esta noche y que estuvieron a mi lado hace tantos años: Rob Reiner, Billy Crystal, Carol Kane, Wallace Shawn, Chris Sarandon, y Mandy Patinkin, por no mencionar a Robin Wright, con un aspecto tan encantador como el día en que la vi por primera vez, hace tantos años. Aunque, pensándolo bien, siempre ha puesto el listón absurdamente alto en lo que a belleza respecta, y no parece haber cambiado. Los únicos que no han podido venir son Christopher Guest y Fred Savage, que, por desgracia, están ocupados con otros proyectos.

      Esta es una noche de alfombras rojas y recuerdos, de entrevistas y una proyección llena de risas y alegría. Es también solo la tercera vez que he visto la película completa junto a un público desde su estreno en 1987 en el Festival Internacional de Cine de Toronto. Ese evento previo, aunque exitoso, no produjo exactamente el tipo de respuesta que uno esperaría de una película destinada a convertirse en un clásico.

      ¿Es justo referirse a La princesa prometida como un clásico? ¿El cuento de hadas sobre piratas y princesas, gigantes y magos, los Acantilados de la Locura y los Roedores de Aspecto Gigantesco? Sin duda alguna, es una de las películas citadas más a menudo en la historia del cine, con frases como:

       «Hola. Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir».

       «¡Inconcebible!».

       «Tu furor es un misterio».

       «¡Divertíos asaltando el castillo!».

       «No te mezcles en una guerra de conquista en Asia».

       «La vida es dolor, alteza. Quienquiera que diga lo contrario, pretende engañaros».

       «Dormid a gusto y soñad con enormes mujeres».

       «No soportaría que murieseis avergonzado».

       «Por favor, considérame como una alternativa al suicidio».

       «Nos amamos. ¿Crees que ocurre todos los días?».

       «Lamento no complaceros».

       «¡No soy una bruja, soy tu mujer!»

       «El maddimonio. ¡Ede acueddo bendito!».

       «Parecéis un hombre decente. Lamentaré mataros…» «Vos también lo parecéis. Lamentaré morir».

       «La muerte no detiene al amor. Lo único que puede hacer es demorarlo».

       «¡Nunca luches contra un siciliano cuando la muerte está al acecho!».

       «Hay pocos bustos perfectos en este mundo. Sería una lástima estropear el tuyo».

      Y por supuesto…

      «Como desees».

      Clásico: una pequeña palabra que conlleva un enorme peso, aunque algunas veces se usa con demasiada ligereza; una reputación ganada con el paso del tiempo, y dada solo a escasas películas que resisten repetidas visualizaciones. Dicho esto, La princesa prometida ha envejecido extraordinariamente bien. Creo que esto se debe, en parte, a la calidad del guion, la dirección y al maravilloso conjunto de actores con los que tuve el auténtico placer de trabajar.

      Pese a que son los fans quienes realmente han mantenido vivo el recuerdo de la película, cada uno de nosotros, miembros del reparto, tiene recuerdos de la creación del filme, momentos que han seguido con nosotros a lo largo de los años. Todos tenemos historias sobre encuentros o momentos, como que nos aborden y nos pidan recitar una de las frases favoritas de La princesa prometida. Mandy jura que apenas pasa un día sin que alguien le pida, en alguna parte, que recite las palabras más famosas de Íñigo Montoya, en las que jura vengarse en nombre de su padre.

      «Y nunca los decepciono», dice.

      Hace poco, leí en alguna parte que a un pasajero le pidieron que abandonara un avión porque su camiseta de Montoya con la famosa frase asustó a uno de los pasajeros que nunca había visto la película. Después de que se lo explicaran, al parecer el pasajero de la camiseta tuvo permiso para permanecer en el avión.

      El propio Mandy tiene un largo e impresionante currículum. Ha ganado un Tony, un Emmy y otras muchas incontables distinciones. Pero, como la mayoría de los que estamos en el Lincoln Center esta noche, sabe que algún día en su obituario aparecerá, de forma más prominente que ninguna otra cosa, su relación con La princesa prometida.

      Y no le parece nada mal, como al resto de nosotros.

      Puede que haya pocos bustos perfectos en el mundo, pero no hay pocos actores que alcancen un nivel de reconocimiento o fama por la popularidad (o, en algunos casos, ignominia, que es otra historia totalmente diferente) de una película concreta y su papel en la misma. Puede convertirse en una bendición o en una maldición; a veces un poco de ambas, dependiendo de las circunstancias. Durante las tres últimas décadas, he aparecido en casi un centenar de películas y series de televisión. He sido protagonista y actor secundario, y he trabajado en prácticamente todos los géneros. Pero haya hecho lo que haya hecho o haga lo que haga, La princesa prometida será siempre la obra con la que más se me relacione; y Westley, con su bigotito y coleta, el personaje al que estaré unido de por vida.

      No Tiempos de gloria, que recibió más elogios de la crítica


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