Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González Casanova
Читать онлайн книгу.universal de las mediaciones. Estas cobrarían una presencia enorme y sus actores jugarían un papel protagónico que jamás habían realizado con anterioridad ni para comprender ni para cambiar la sociedad y el Estado.
Tras la nueva historia no sólo cambió la estructura de la explotación, sino el conjunto de los sistemas y subsistemas en que opera como relación social característica de todo el sistema o que bajo distintas formas se presenta en las distintas partes del sistema y permite el funcionamiento del conjunto. En las nuevas condiciones cambió, por supuesto, también la lucha contra la explotación. Ya no fue sólo una lucha centrada en la plusvalía; fue una lucha reestructurada, mediatizada y universalizada por el excedente y por la distribución del producto en el interior de las naciones y a escala global.
El gran cambio supuso una redefinición política de la lucha y de los cuatro conceptos principales que expresan distintos tipos de relaciones: la plusvalía, el excedente, el comercio de mercancías, servicios, dinero y capitales, y la distribución del producto y del capital. La plusvalía se refería a un valor creado por el trabajador del que éste sólo recibía una parte, representada por el salario, mientras el capitalista se apropiaba de la otra. Centrar las luchas en esa definición llevaba a enfocarlas en una lucha de clases entre trabajadores y capitalistas que terminaría con el sistema. Mucho tiempo después, Baran y Sweezy pondrían el acento en el “excedente” del producto sobre el costo social necesario para la renovación de la fuerza y los instrumentos de trabajo, haciendo ver que el capital monopólico y el imperialismo integrados disponían del excedente para la inversión y los gastos improductivos de la industria militar y el Estado, para la gran industria de la publicidad y los despilfarros consumistas. Sus planteamientos apuntarían a la más amplia lucha de trabajadores y de pueblos que se habían levantado contra el capitalismo monopólico y contra el colonialismo dirigido por los oligopolios y sus sedes imperiales. Formulaban el problema dentro de una estructura imperialista y monopólica que se había consolidado a escala global, y en la que Baran descubriera la aparición de un centro y una periferia, en que el centro extraía sistemáticamente el excedente de la periferia para defenderse de la tendencia natural a la baja de la tasa de utilidades. Los costos de la reestructuración y del nuevo funcionamiento del capitalismo imperial corrían a cuenta de los trabajadores, en especial los de la periferia mundial. Para lograr esos objetivos, el sistema dominante había capitalizado y monopolizado al colonialismo en sus aspectos comerciales, tributarios, productivos, financieros, monetarios, culturales y políticos. Arghiri Emmanuel sistematizó el análisis de un intercambio desigual por el que los países de la periferia transmiten más valor del que reciben; lo que permite a los países centrales aumentar los ingresos y prestaciones a sus trabajadores y sumar al incremento tecnológico de la producción los ingresos del nuevo multicolonialismo, a fin de disminuir las contradicciones y las luchas internas más peligrosas. Todos estos hechos señalaron un cambio en la dialéctica de la explotación y en sus vínculos con la dialéctica de la distribución: ambas plantearían los nuevos problemas relacionados con el poder y la política.
La dialéctica de la distribución cambió con relación al producto y también al capital. El cambio en la distribución del capital estuvo más directamente ligado a cambios en la estructura del poder. El cambio en la distribución del producto estuvo más directamente ligado a cambios en las mediaciones y represiones políticas y sociales.
La historia de la repartición o distribución del capital y el trabajo se refuncionalizó en las distintas regiones del mundo, en cada una de ellas y en los distintos sectores de la producción. También se refuncionalizó en el sector privado, en el sector público y en el sector social de las economías.
Las luchas que dieron lugar a nuevas reparticiones y distribuciones en la “formación de capital” nunca descuidaron la preservación y el incremento del poder en torno de las grandes empresas monopólicas y sus Estados: dieron prioridad a esas empresas, así como a los aparatos y bases sociales de los Estados penetrados por ellas y que las protegían en el campo militar, financiero, comercial, industrial, tecnológico y científico. Las grandes empresas y las redes empresariales que formaron lograron un alto nivel de protección y de fuerza al contar siempre con los recursos financieros, la tecnología, el trabajo calificado y especializado, la publicidad y el mercado (Richard Barnet). A partir de ellos controlaron al Estado propio en las decisiones principales para preservar y ampliar la acumulación, empezando por los mercados monetarios y financieros, un poder más a su disposición. Si durante ciertos momentos, y en periodos más o menos largos se vieron obligados a ceder terreno en Estados y mercados, la lucha por recuperar los espacios perdidos nunca desapareció, y a fines del siglo XX llevó a un mundo totalmente controlado por los antiguos monopolios articulados con los Estados imperialistas.
Recordar que los problemas de distribución y apropiación no sólo se refieren al producto sino al capital es muy importante para recuperar la verdadera historia del siglo XX y construir una política alternativa que se proponga superar los graves problemas de distribución y apropiación del producto.
En lo que a la distribución del producto se refiere, no es conveniente ver sólo los problemas de mediación sino los de desigualdad, y ambos para comprender los vínculos o las mediaciones sociales de distribución y explotación. El arco de la distribución de los ingresos directos e indirectos para el sector trabajo va desde los trabajadores altamente calificados hasta los excluidos: comprende políticas de estímulo y de privación. Entre las políticas de estímulo estructural y sistémico, las más importantes corresponden al crecimiento de los estratos o sectores medios. Están asociadas a mediaciones a la vez políticas y sociales de los más distintos tipos, en las que destacan el desarrollo de las luchas sindicales legalizadas, el de los sistemas políticos de democracia electoral, partidaria y parlamentaria y el de los Estados benefactores. Su desarrollo es posible con el aumento de la productividad por las tecnologías y con la refuncionalización del colonialismo y las inmensas transferencias de excedente a que éste da lugar. Entre las políticas de privación destacan las del desempleo abierto y encubierto, las de los trabajadores informales e ilegales nativos y migrantes, las de los “marginados” de los beneficios, productos y servicios del progreso o el desarrollo, y las de los “excluidos” de la época neoliberal. Todos ellos corresponden a la vieja categoría de los “pobres” —precursora de “proletarios” en la época del capitalismo clásico—. Hoy incluyen a las cuatro quintas partes de la humanidad.[3]
De los “pobres” y “extremadamente pobres”, excluidos y desposeídos, surge hasta nuestros días una enorme población que “se ofrece a trabajar como sea y en lo que sea”, en condiciones óptimas para sus empleadores: se trata de los explotados de la Tierra que oscilan entre ser explotados y ser excluidos, aunque generalmente sólo se hable de ellos como “pobres” y “extremadamente pobres”, en un ocultamiento institucional y “humanitario” de la explotación universal. Sus bajos salarios, sus largas jornadas de trabajo, la intensidad de su trabajo, la carencia de todo tipo de derechos y prestaciones, la falta de garantías mínimas de higiene, salubridad y seguridad en los lugares de trabajo, y la facilidad con que habiendo perdido todos sus derechos como trabajadores y como ciudadanos pierden sus empleos, siempre precarios, son característicos de estos trabajadores en un mundo con explotación y sin lucha de clases. En ese mundo subsisten los explotados por la clase hegemónica sin que los explotados actúen como clase contra quienes los oprimen y dominan.
La política de distribución en la época del neoliberalismo mejoró su eficiencia y abatió sus costos mediante sistemas de gastos, salarios, prestaciones y servicios focalizados[4] en los que la estratificación y la movilidad ascendente de los trabajadores no beneficiaron a estratos o regiones de poblaciones nacionales, sino que limitaron sus beneficios a poblaciones localizadas en algunos puntos o “nichos” del sistema, estratégicamente ubicados, a modo de feudos y ciudades abiertas con muros de contención poco visibles. Esa política, basada en la teoría y técnica de sistemas autorregulados, no sólo se combinó con la de los trabajadores informales sedentarios y migrantes, o con la del fomento de guerras tribales, religiosas, étnicas, y de otras hegemónicas y electrónicas, sino con nuevas políticas de solidaridad o caridad transnacional que permitieron acabar con muchas instituciones de seguridad social