Donde no se hiela el tiempo. Федерико Гарсиа Лорка
Читать онлайн книгу.cuerpos se calienten con brebajes hechos del caldo de los huesos que encuentren de Lorca. Y hablando de huesos…
Decía Federico que España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, pero lo que no se podía imaginar es que años más tarde su propia muerte fuese parte de ese espectáculo.
«¿Dónde está el duende?», se preguntaba Federico. Y yo me pregunto…
¿Dónde está el cante jondo? (En despachos de la Junta de Andalucía)
¿Dónde está la arquitectura? (Hoy día más cercana a la Torre Pelli que a la Giralda o a la Alhambra)
¿Dónde están las cunas? (Seguramente en los fondos de la mayoría de las iglesias que pueblan la Andalucía de marca blanca)
¿Dónde están las madres? (Exigiendo más igualdad laboral)
¿Dónde están los flamencos y los gitanos? (En Fuente Vaqueros seguro que no)
¿Dónde está la literatura española de principios de siglo xx? (Sepultada por la marca fascista de la generación del 27)
¿Dónde están los toreros? (Asesinando en nombre de la cultura y la tradición, subvencionados por el Estado)
¿Dónde están los poetas? (En las empresas de publicidad)
¿Dónde está el pueblo andaluz? (Votando clientelarmente al PSOE)
Estas son solo propuestas para contestar a las anteriores cuestiones. Cada quien puede colocar la respuesta que crea más oportuna. Porque si hay algo en común en las tres conferencias que hoy aquí celebramos es que cualquiera puede construir su propia respuesta sobre las tradiciones a su libre albedrío, y no seré yo quien esté en contra de la libertad de creación.
Pero…
¿Dónde está, dónde están, dónde estamos?
Niño de Elche, noviembre de 2016
Arquitectura del cante jondo
Sería renegar de mí si yo no dijese que esta conferencia es solo una maqueta de frío yeso, donde las nervaduras son esparto y el aire, cal muerta de pared. No se puede decir misa en un segundo ni en una hora explicar, sugerir o colorear lo que se ha hecho en tantos siglos. Todos habéis oído hablar del cante jondo y seguramente tenéis una idea más o menos exacta de él; pero es casi seguro que a los no iniciados en su trascendencia histórica, artística o a los ignorantes de su ámbito emotivo evoca una falsa España de bajo fondo llena con los últimos residuos que dejó en el aire la bailarina del mal fuego y los bucles empapados en vino que lograron triunfar en París. Todavía al decir «cante jondo» mucha gente se olvida de que Andalucía tiene ríos, montes, anchas tranquilidades donde respira el sapo y traslada estos vocablos típicos a un lugar confinado donde hierve y fermenta el alcohol profesional. Hace unos años, recién vuelto a Granada en vacaciones de mi universidad madrileña, paseaba con Manuel de Falla por una calle granadina donde surgen a veces esos típicos huertos orientales que van siendo únicos en el mundo. Era verano y mientras discurríamos nos limpiábamos el sudor de plata que produce la luna llena andaluza. Falla hablaba de la degeneración, del olvido y el desprestigio que estaban envolviendo nuestras viejas canciones, tachadas de tabernarias, de chulas, de ridículas por la masa de la gente, y cuando protestaba y se revolvía contra esto, de una ventana salió la canción antigua, pura, levantada con brío frente al tiempo:
Flores, dejadme;
flores, dejadme;
que aquel que tiene una
pena no se la divierte nadie.
Salí al campo a divertirme;
dejadme, flores, dejadme.
Nos asomamos a la ventana y a través de las celosías verdes vimos una habitación blanca, aséptica, sin un cuadro, como una máquina para vivir del arquitecto Le Corbusier, y en ella dos hombres, uno con la guitarra y el otro con su voz. Tan limpio era el que cantaba que el hombre de la vihuela desviaba suavemente los ojos para no verlo tan desnudo. Y notamos perfectamente que aquella guitarra no era la guitarra que viene en los estuches de pasas y tiene manchas de café con leche, sino la caja litúrgica, la guitarra que sale por las noches cuando nadie la ve y se convierte en agua de manantial. La guitarra hecha con madera de barca griega y crines de mula africana.
Entonces Falla se decidió a organizar un concurso de cante jondo con la ayuda de todos los artistas españoles y la fiesta fue por todos los conceptos un triunfo y una resurrección. Los que antes detestaban, ahora adoran, pero yo los conozco. Ellos están detenidos por un criterio de alta autoridad, pero serán los primeros en saltar en contra, porque no lo han comprendido nunca. Por eso cuando me tropiezo con algún intelectual frío o algún señorito de la biblioteca que pone los ojos en blanco oyendo unas soleares, yo le arrojo a la cara con ímpetu ese puñado de crema blanca que el cinematógrafo me ha enseñado a llevar siempre oculto en mi mano derecha.
Antes de pasar adelante yo quiero hacer una distinción esencial que existe entre cante jondo y cante flamenco. Distinción esencial en lo que se refiere a la antigüedad, a la estructura y al espíritu de las canciones. Se da el nombre de «cante jondo» a un grupo de canciones andaluzas cuyo tipo genuino y perfecto es la siguiriya gitana, de la que se derivan otras canciones aún conservadas por el pueblo como los polos, martinetes, deblas y soleares. Las canciones llamadas malagueñas, granadinas, rondeñas, peteneras, tarantas, cartageneras y fandangos no pueden considerarse más que como consecuencia de las antes citadas y, tanto por su construcción como por su ritmo, difieren de ellas. Estas son las llamadas flamencas.
Después de haber observado todas estas canciones se saca como consecuencia que la caña y la playera o plañidera, hoy desaparecidas casi por completo, tienen en su primitivo estilo la misma composición que la siguiriya gitana y sus gemelas y parece ser que dichas canciones fueron en tiempo no lejano simples variantes de la citada canción madre. Textos relativamente recientes hacen suponer que la caña y la playera ocuparon en el primer tercio del siglo pasado el lugar que hoy asignamos a la siguiriya gitana. Estébanez Calderón, en sus lindísimas Escenas andaluzas, hace notar que la caña es el tronco primitivo de los cantares que conservan su filiación árabe y morisca y observa con su agudeza peculiar cómo la palabra caña se diferencia poco de gannia, que en árabe significa «canto».
Las diferencias esenciales del cante jondo con el cante flamenco consisten sencillamente en que el origen del primero hay que buscarlo en los primitivos sistemas musicales de la India; es decir, en las primeras manifestaciones del canto, mientras que el segundo, consecuencia del primero, puede decirse que toma su forma definitiva en el siglo XVIII.
El cante jondo es un canto teñido por el color misterioso de las primeras edades de cultura; el cante flamenco es un canto relativamente moderno donde se nota la seguridad rítmica de la música construida. Color espiritual y color local: he aquí la honda diferencia. Es decir: el cante jondo, acercándose a los primitivos sistemas musicales, es tan solo un perfecto balbuceo, una maravillosa ondulación melódica, que rompe las celdas sonoras de nuestra escala atemperada, que no cabe en el pentagrama rígido y frío de nuestra música actual y quiebra en pequeños cristalitos las flores cerradas de los semitonos. El cante flamenco, en cambio, no procede por ondulación sino por saltos, como en nuestra música. Tiene un ritmo seguro, es artificioso, lleno de adornos y recargos inútiles y nació cuando ya hacía siglos que Guido d’Arezzo había dado nombre a las notas. El cante jondo se acerca al trino del pájaro, al canto del gallo y a las músicas naturales del chopo y la ola; es simple a fuerza de vejez y estilización. Es, pues, un rarísimo ejemplar de canto primitivo, de lo más viejo de Europa, donde la ruina histórica y el fragmento lírico comido por la arena aparecen vivos como en la primera mañana de su vida.
Veamos la diferencia.
Este cantaor es malo. Canta solo con la garganta; no tiene duende. Solo vive para grandes públicos desorientados.
(Disco)
En cambio vamos a oír al duende de los duendes, al de los sonidos negros: a Manuel Torres, que ha subido al cielo hace dos meses y sobre cuyo ataúd pusieron unas rosas con mi nombre.