Antes De Que Anhele. Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.saboreando, pero no es que hubiera nada de lujurioso en ello. A pesar de la obvia erección que sentía contra su cadera y del beso de por sí, a ella no le pareció que hubiera nada sexual en lo que estaba intentando hacer.
Se puso de pie y le miró. Le mostró la mordaza que había tenido puesta en la boca y se la colocó de nuevo. Ella sacudió la cabeza para rebelarse, pero solo sirvió para que él presionara con más fuerza. Cuando bajó la cabeza después de atar algo a sus espaldas, cayó al suelo.
Los ojos de ella buscaron frenéticamente algo con lo que ayudarse y entonces fue cuando supo con certeza que no estaban en su casa. No… esto era diferente. Había cachivaches variados por todas partes, apilados contra paredes metálicas. Una bombilla de luz tenue colgaba del techo.
No, pensó. No es su casa. Esto es como una de esas unidades para guardar cosas… diablos, ¿estamos en mi unidad?
Así era, precisamente. Y este hecho le martilleó el cerebro más fuertemente de lo que el suelo le había golpeado la espalda. También le hizo sentir con bastante claridad que, sin duda alguna, iba a morir.
Él se puso en pie y la miró casi con cariño. Sonrió de nuevo y, esta vez, no había nada de atractivo en él. Ahora parecía un monstruo.
Se alejó, abriendo una puerta que hizo un sonido casi mecánico al moverse. La cerró de golpe si mirarla ni una vez más.
En la oscuridad, Claire cerró los ojos de nuevo y gritó contra la mordaza de la bolita roja que tenía en la boca. El grito retumbó en su cabeza hasta que pensó que se le iba a partir el cráneo por la mitad. Lanzó un grito ahogado hasta que pudo saborear la sangre en su boca, y en algún momento, poco después, llegó la oscuridad de nuevo.
CAPÍTULO UNO
La vida de Mackenzie White se había convertido en algo que ella jamás hubiera imaginado para sí misma. A ella nunca le había preocupado demasiado la ropa cara o encajar con el grupo popular. A pesar de que era increíblemente bella según los gustos de la mayoría, nunca había sido lo que su padre había llamado en su día “la clase presumida”.
Sin embargo, últimamente, se había sentido de esa manera. Le echaba la culpa a la planificación de su boda. Culpaba a las revistas de bodas y las degustaciones de pasteles. De una potencial ubicación de lujo a la otra, de pedir unas invitaciones exclusivas a tratar de decidir el menú de la recepción, nunca se había sentido tan estereotípicamente femenina en toda su vida.
Es por esa razón que, cuando agarró la lustrosa, familiar, arma de nueve milímetros en la mano, la estaba reivindicando. Era como volver a ver a una vieja amiga que sabía quién era ella de verdad. Sonrió ante ese sentimiento mientras entraba al nuevo circuito de tiroteo activo simulado del bureau. Basado en la misma idea que el infame Callejón de Hogan, una instalación de formación táctica diseñada para que parezca cualquier calle de una ciudad y que el FBI ha utilizado desde finales de los 80, el nuevo circuito ofrecía equipamiento de vanguardia y nuevos obstáculos que la mayoría de los agentes y agentes en formación tenían que experimentar por primera vez. Entre las novedades, había brazos robóticos que venían con luces infrarrojas que funcionaban de un modo similar a las etiquetas láser. Si no derribaba un objetivo lo bastante deprisa, la luz del brazo parpadearía, detonando una pequeña alarma en el chaleco que llevaba puesto.
Pensó en Ellington y en que se había referido a ello como a la versión que había hecho el bureau de American Ninja Warrior. Y lo cierto es que razón no le faltaba, por lo que a Mackenzie le incumbía. Miró la luz roja en la esquina de la entrada, esperando a que se pusiera en verde. Cuando lo hizo, Mackenzie no perdió ni un segundo.
Entró al circuito y se puso a la busca de objetivos de inmediato. Habían dispuesto el espacio casi como si se tratara de un videojuego en el sentido de que los objetivos aparecían por sorpresa desde detrás de los obstáculos, esquinas, y hasta desde el techo. Todos ellos estaban conectados con brazos robóticos que permanecían ocultos y que, por lo que ella entendió, nunca hacían aparecer los objetivos con la misma pauta temporal. Por tanto, durante esta segunda ocasión, ninguno de los objetivos que había derribado en la primera ocasión saldrían del mismo sitio que la última vez. Siempre se le iba a presentar como una nueva carrera.
Tras dar dos pasos, surgió un objetivo desde una caja estratégicamente colocada. Lo derribó con un disparo de su nueve milímetros e instantáneamente, se puso a caminar en busca de más. Cuando llegó el siguiente, llegó desde el techo, un objetivo que tenía el tamaño como de una softball. Mackenzie le dio directamente en el centro al tiempo que se le venía encima otro objetivo desde su derecha. También aplastó a este último y siguió entrando a la sala.
Decir que esto le resultó catártico era quedarse cortos. Aunque no le incomodaba planificar su boda ni la dirección que estaba tomando su vida, aun quedaba cierta sensación de libertad en permitir que el cuerpo se moviera por instinto, reaccionando a situaciones intensas. Mackenzie no había formado parte de un caso activo en casi cuatro meses, que había pasado concentrada en atar todos los cabos sueltos en el caso de su padre y, por supuesto, en su inminente boda con Ellington.
Durante ese tiempo, también había conseguido una especie de promoción. Aunque todavía trabajaba bajo la supervisión del director McGrath y reportaba sus actividades directamente a él, le habían asignado el papel del agente de confianza. Era otra de las razones por las que no había trabajado en un caso activamente en casi cuatro meses; McGrath estaba ocupado intentando decidir qué rol quería que jugase Mackenzie dentro del grupo de agentes que estaban a cargo de su vigilancia.
Mackenzie se movió por la carrera como si fuera algo mecánico, como un robot al que hubieran programado para que hiciera esta cosa en concreto. Se movió con fluidez, apuntó con precisión y velocidad, corrió como una experta y sin titubeos. Si acaso, estos cuatro meses que había pasado sentada al escritorio y en reuniones le habían renovado la motivación para participar en este tipo de ejercicios de entrenamiento. Cuando por fin regresara al campo, tenía toda la intención de ser mejor como agente que la que había acabado por solucionar el caso de su padre.
Llegó al final del circuito sin caer realmente en la cuenta de que había terminado. Había una puerta metálica enrollable en la pared que tenía delante de ella. Cuando cruzó la línea amarilla sobre el hormigón del circuito que indicaba que había concluido, la puerta se enrolló hacia arriba. Entonces entró a una pequeña sala con una mesa y un solo monitor en la pared. La pantalla del monitor mostraba sus resultados. Diecisiete objetivos, diecisiete aciertos. De los diecisiete aciertos, nueve habían dado en la diana. De los otros ocho, cinco habían estado a un veinticinco por ciento de dar en la diana. La calificación general de su carrera era del ochenta y nueve por ciento. Era un cinco por ciento mejor que su carrera anterior y un nueve por ciento mejor que cualquiera de los otros ciento diecinueve resultados publicados por otros agentes y estudiantes.
Necesito practicar más, pensó mientras salía de la sala para ir al vestuario. Antes de cambiarse, sacó su teléfono móvil de la mochila y vio que tenía un mensaje de texto de Ellington.
Mamá acaba de llamar. Va a llegar antes de tiempo. Lo siento…
Mackenzie suspiró profundamente. Hoy, Ellington y ella iban a visitar un posible espacio para la boda y habían decidido invitar a su madre. Iba a ser la primera vez que Mackenzie se encontraba con ella y se sentía como si estuviera de nuevo en el instituto, esperando estar a la altura de la mirada escrutadora de una madre amorosa y vigilante.
Tiene gracia, pensó Mackenzie. Excepcionalmente diestra con un arma, nervios de acero… y aun así, tengo miedo de conocer a mi futura suegra.
Todo este asunto de la vida domesticada le estaba empezando a irritar de verdad. Aun así, sentía la agitación por esa emoción mientras se ponía su ropa de calle. Hoy iban a ver el espacio que ella prefería, Se casaban en seis semanas. Era el momento de emocionarse. Y con esto en mente, se marchó a casa, con una sonrisa en la cara la mayor parte del camino.
***
Resulta que Ellington estaba igual