Casi Ausente. Блейк Пирс

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Casi Ausente - Блейк Пирс


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niños comieron temprano porque nosotros vamos a salir. Ahora la cocina está cerrada. Mañana el desayuno estará listo desde las siete. ¿Puedes esperar hasta entonces?

      —S…supongo que sí.

      Se sentía mal de tanta hambre que tenía. El dulce prohibido en su bolso, que había pensado darles a los niños, se convirtió de pronto en una tentación irresistible.

      —Y debo enviar un correo electrónico a la agencia, para avisarles que estoy aquí. ¿Podría darme la contraseña del Wi-Fi? Mi teléfono no tiene señal.

      La mirada de Margot se volvió inexpresiva.

      —No tenemos Wi-Fi y no hay señal para teléfonos celulares aquí. Hay un teléfono de línea en el escritorio de Pierre. Para enviar un correo electrónico tienes que ir a la ciudad.

      Sin esperar a que Cassie respondiera, se dio la vuelta y se dirigió al dormitorio principal.

      Las criadas ya se habían ido, dejando la cama de Cassie en un estado de perfección espeluznante.

      Cerró la puerta.

      Nunca imaginó que sentiría nostalgia, pero en ese momento ansiaba escuchar una voz amigable, el murmullo de la televisión, el desorden de un refrigerador lleno. Los platos en la pileta, los juguetes en el piso, el sonido de los videos de YouTube reproduciéndose en un celular. El alegre caos de una familia normal, la vida de la que esperaba formar parte.

      Por el contrario, sentía que ya estaba envuelta en un conflicto amargo y complicado. Nunca debió haber esperado hacerse amiga de estos niños inmediatamente, no con la dinámica familiar que se había desarrollado hasta ahora. Este lugar era un campo de batalla, y aunque encontrara en Ella una aliada, temía que ya se había hecho una enemiga con Antoinette.

      La luz del techo, que había estado titilando, se apagó de repente. Cassie buscó su mochila a tientas para sacar su teléfono, y desempacó lo mejor que pudo con la luz de la linterna. Lo enchufó en el único tomacorriente visible al otro lado del dormitorio, y en la oscuridad arrastró los pies hasta la cama.

      Con frío, preocupación y hambre, se trepó entre las frías sábanas y se cubrió hasta el mentón. Esperaba sentirse más esperanzada y optimista después de conocer a la familia, pero estaba dudando de su capacidad para lidiar con ellos y temía lo que ocurriría al día siguiente.

      CAPÍTULO CUATRO

      La estatua se erguía rodeada de oscuridad en la puerta de Cassie.

      Sus ojos sin vida y su boca se abrieron, al tiempo que se acercaba a ella. Las finas grietas alrededor de sus labios se ensancharon y todo su rostro comenzó a desintegrarse. Los fragmentos de mármol cayeron como una lluvia y repiquetearon en el suelo.

      —No —susurró Cassie, pero se dio cuenta de que no se podía mover.

      Estaba atrapada en la cama con las extremidades paralizadas, aunque su mente en pánico le imploraba que se escapara.

      La estatua se dirigió hacia ella con los brazos extendidos, y de sus extremidades caían en cascada trozos de piedra. Comenzó a gritar, era un sonido fuerte y agudo, y mientras lo hacía Cassie vio lo que había debajo de la cáscara de mármol.

      El rostro de su hermana. Frío, gris, muerto.

      —¡No, no, no! —gritó Cassie, y sus propios gritos la despertaron.

      El dormitorio estaba totalmente oscuro y ella estaba enrollada, tiritando. Se sentó, aterrada, y tanteó en busca de un interruptor que no estaba allí.

      Su mayor temor, el que luchaba por reprimir durante el día, pero que lograba entrar en sus pesadillas. Era el temor de que Jacqui hubiese muerto. Si no ¿por qué su hermana había dejado de comunicarse de repente? ¿Por qué no había recibido cartas o llamadas telefónicas, ni una sola noticia de ella durante años?

      Temblando de frío y miedo, Cassie se dio cuenta de que las piedras que repiqueteaban en su sueño se habían convertido en el sonido de la lluvia, que con las ráfagas de viento golpeaban contra el vidrio de la ventana. Y por encima de la lluvia, escuchó otro ruido. Era el alarido de uno de los niños.

      “Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos”.

      Cassie se sintió confundida y desorientada. Quería prender una lámpara en su mesa de luz y tomarse unos minutos para tranquilizarse. El sueño había sido tan vívido que aún se sentía atrapada adentro de él. Pero los alaridos debían de haber comenzado mientras ella dormía, quizás habían causado su pesadilla. La necesitaban urgentemente, tenía que apresurarse.

      Corrió el acolchado y descubrió que no habían cerrado bien la ventana. Con el viento, la lluvia había entrado por un hueco, y los bordes de las sábanas estaban empapados. Se levantó de la cama en la oscuridad y se dirigió al otro lado del dormitorio, en donde esperaba que estuviera su teléfono.

      Una capa de agua en el suelo había convertido a los azulejos en hielo. Se patinó, perdiendo su punto de apoyo, y aterrizó con un golpe seco y doloroso en la espalda. Se había golpeado la cabeza contra el marco de la cama y su visión explotó en estrellas.

      —Maldición —susurró, e intentó aliviarse sobre las manos y rodillas, esperando que el dolor de cabeza y el mareo disminuyeran.

      Gateó por los azulejos y tanteó en busca de su teléfono, con la esperanza de que se hubiese salvado de la crecida de agua. Vio con alivio que esta parte del dormitorio estaba seca. Prendió la linterna y se apoyó dolorida sobre los pies. La cabeza le punzaba y su blusa estaba empapada. Se la quitó y rápidamente se puso la primera ropa que encontró: unos pantalones deportivos y una blusa gris. Descalza, salió rápidamente del dormitorio.

      Iluminó las paredes con su linterna pero no encontró ningún interruptor cerca. Cuidadosamente, siguió al rayo de luz en dirección al sonido, dirigiéndose hacia las habitaciones Dubois. El dormitorio más cercano al de ellos era el de Ella.

      Cassie golpeó la puerta rápidamente y entró.

      Afortunadamente, la luz estaba prendida. En el resplandor de la lámpara del techo, podía ver la cama de una plaza cerca de la ventana, a donde Ella había arrojado su acolchado. Chillando y gritando dormida, Ella luchaba contra los demonios de su sueño.

      —¡Ella, despierta!

      Cassie cerró la puerta y se acercó rápidamente. Se sentó al borde de la cama y tomó los hombros de la niña dormida suavemente, sintiéndolos encorvados y estremecidos. Su cabello oscuro estaba enmarañado y la blusa del pijama arremangada. Había pateado el acolchado azul a los pies de la cama, por lo que debía de tener frío.

      —Despierta, está todo bien. Es solamente un mal sueño.

      —¡Vienen a buscarme! —Dijo Ella sollozando y luchando para librarse de Cassie—. ¡Ya vienen, están esperando en la puerta!

      Cassie la abrazó con firmeza y la sentó, intentando tranquilizarla, le colocó una almohada en la espalda y alisó su blusa arrugada. Ella estaba temblando de miedo. La manera en que se había referido a “ellos” hizo que Cassie se preguntara si se trataba de una pesadilla recurrente. ¿Qué estaba ocurriendo en la vida de Ella para desencadenar un terror tan vívido en sus sueños? La pequeña niña estaba completamente traumatizada, y Cassie no sabía cuál era la mejor manera de tranquilizarla. Tenía recuerdos difusos de Jacqui, su hermana, agitando una escoba a un armario para espantar a un monstruo imaginario. Pero ese miedo tenía su origen en la realidad. Las pesadillas habían comenzado luego de que Cassie se escondiera en el armario, durante una de de las rabietas de su padre borracho.

      Se preguntó si el miedo de Ella también se originaba en algo que había ocurrido. Tendría que intentar averiguarlo luego, porque ahora necesitaba convencerla de que los demonios se habían ido.

      —Nadie viene por ti. Todo está bien. Mira. Estoy aquí y la luz está prendida.

      Los


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