Un mundo sin depresión. Alfonso Basco

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Un mundo sin depresión - Alfonso Basco


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subes tu primera cima, sales del primer pozo… es más fácil salir en los siguientes. Y a veces, ver que otros han salido es suficiente para tener fuerza y salir tú mismo.

      Te animo a buscar y encontrar vías, salidas, soluciones. A creer que hay mil formas posibles de hacer todo. Y miles de personas que estarían encantadas de tenderte una mano, incluso los dos brazos.

      «El cambio está en uno mismo»

      La historia de Elisa

      Me llamo Elisa, tengo 36 años y nací en Argentina. He pasado los últimos diez años en Madrid desde que me casé. Me considero una persona introvertida, empática, amable, familiar y algo tímida. Tengo cuatro hermanas; soy la más pequeña de todas por cinco minutos, ya que una de ellas es mi melliza. Debido a que tengo una hermana melliza crecí compartiendo todo el tiempo y por eso busco habitualmente el apoyo de la otra persona para tomar decisiones o llegar a un acuerdo. Mis hermanas sacaron más bien el carácter de mi padre, mientras que yo soy la única que sacó el carácter de mi madre. Mi madre es una mujer amorosa, que nunca quiso tener conflictos con nadie, muy dedicada a sus hijas y a su marido, como la gran mayoría de las mujeres de aquella época. Siempre ha sido ama de casa, lo que implicaba tener independencia económica nula e inculcaba a sus hijas a ser buenas amas de casa, es decir, a saber limpiar, recoger, planchar, cocinar… en definitiva, a tratar bien a su marido, porque, en su realidad no cabía otra opción distinta. Por otro lado, mi padre era un hombre muy trabajador, exigente, temperamental y machista. Había que seguir sus órdenes porque de otra manera se enfadaba, y se enfadaba mucho… Y si además estaba borracho (algo muy frecuente los fines de semana); entonces su enfado se volvía maltrato hacia sus hijas y su esposa.

      El origen de mi depresión fue el maltrato por parte de mi ex pareja. Fue una situación que duró unos doce años y que yo no podía (¿o no quería?) ver debido a que es algo muy sutil que cuesta distinguir, ya que tu autoestima es literalmente minada a través de pensamientos muy destructivos que el maltratador va introduciendo en tu mente lentamente de forma muy astuta para que tú te vuelvas cada vez más dependiente de él. Muchas personas caen en la creencia de que el maltrato es algo muy intenso, agresivo y espontáneo, como se muestra en las películas, pero nada más lejos de la realidad. Según mi experiencia, el maltrato es algo que se va alimentando poco a poco; es como si te introdujeran un virus en tu cabeza sin que tú lo notes. Comienza con pequeños e imperceptibles controles y abusos de poder.

      Y aunque sí que pude detectar algo raro al comienzo de nuestra relación, con el tiempo me fui durmiendo. No podía ver, estaba ciega, no podía detectar lo que mi pareja me hacía, el daño psicológico. Las relaciones sexuales eran muy enfermas, pero la manipulación es tal que no eres capaz de ver que lo tuyo no es normal.

      Quizá si las personas habláramos más sobre sexo, sobre qué es una relación sexual sana, sobre lo peligrosos que son los vídeos en Internet dirigidos específicamente a hombres donde se muestra a las mujeres como objetos y se las denigra explícitamente... sería mejor para todos. ¿Por qué no dejamos claro que eso que se muestra no es una relación sexual sana? Eso a mí seguramente me habría ayudado, y mucho, y mi autoestima no se habría dañado hasta el punto de no poder mantener sexo con un hombre durante los dos años siguientes al divorcio.

      Esta relación de dominación o sumisión generó consecuencias negativas en mi salud mental. Leyendo sobre el tema descubrí que hasta tiene un nombre: «depresión de género».

      Las causas de la depresión de género no son biológicas, genéticas ni hereditarias. Se asemeja a una depresión producida después de cualquier situación difícil que se produce en la vida de las personas: una muerte, una enfermedad, un accidente, la pérdida de un trabajo, alguna adicción, etc. Se produce (mayoritariamente) en las mujeres (aunque también la pueden sufrir hombres), y sus causas son específicas como consecuencia de la subordinación y la violencia aplicada por parte de la persona maltratadora, por ejemplo en el ámbito de la pareja.

      Con el paso de los años me di cuenta de que mis emociones se fueron agudizando (la tristeza, la culpa, los miedos y los sentimientos de soledad), lo que precisamente caracteriza a las depresiones, y que afectaban a mi rutina y mis actividades diarias. Fue entonces cuando pude deducir que estaba sufriendo depresión.

      Con 33 años, un año después de la separación, y a la que se sumó la muerte de mi padre, empecé a experimentar sentimientos muy intensos de depresión y no entendía muy bien a qué se debían. Solo sabía que aquello era algo que no me había pasado nunca y que era tan inmensamente doloroso que no sabía si sería capaz de soportarlo mucho tiempo (de hecho, en el fondo sabía que no). Pues bien, mi depresión se hizo visible unos días en los que no tenía que trabajar porque la empresa me cambiaba de proyecto. Comencé a sentir mucho dolor en el pecho y no encontraba explicación alguna. Mi conclusión fue que este dolor debía estar causado por mi soledad. ¡Claro! Tener a la familia en otro país, no tener pareja ni hijos, no ver casi a mis amigos, no ver a los compañeros del trabajo… «Claro, estoy sola, ¿cómo no voy a deprimirme? ¿Y en algún momento dejaré de estar sola? Pues probablemente no; es tan difícil encontrar a alguien a quien poder amar y que al mismo tiempo te ame... Y si voy a estar sola el resto de mi vida, si cualquier esfuerzo que haga va a ser en vano, ¿realmente vale la pena seguir viviendo? ¿Qué sentido tiene vivir? Si la vida solo trae sufrimiento… El mundo es tan peligroso, tan amenazante… No aguanto más este dolor, no puedo seguir así; si termino con mi vida ya no tendré que sentir este dolor, todo habrá acabado».

      Al día siguiente por la mañana, al despertar mi mente había dejado de dar vueltas y comenzó a recordarme que nunca antes había tenido pensamientos tan negativos. «¡Hey! Estos pensamientos no eres tú; tú eres mucho más que eso… solo necesitas creer en ti misma».

      Fue en ese instante cuando me di cuenta de que había algo que no estaba viendo, o no quería ver, algo externo e importante que había desencadenado mi depresión que se había originado muchos años antes.

      Fui detectando cada patrón mental que había desarrollado desde la niñez, no solo por la relación con mi padre, sino por un modelo que siento que nos impone la sociedad y que a las mujeres nos pide sacrificio, dependencia y pasividad, dejando a un lado un objetivo básico de toda vida, que es la autonomía personal. En definitiva, aprendemos a sufrir y no desarrollamos nuestras capacidades para el disfrute. Este modelo limita y empobrece todo desarrollo intelectual y corporal y nos impide decidir, disentir, ser dueñas de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad. Interiorizamos múltiples miedos por todo lo que ocurre en un mundo que a menudo sentimos ajeno, desconocido y amenazador.

      Por fin había tomado la decisión de poner fin a mi relación, por fin pude ver con claridad que aquello no era amor, que me estaba destruyendo intensamente por dentro. Por fin había logrado tener una mirada hacia mí compasiva, por fin estaba decidida a luchar por mí, a empezar a valorarme y recuperar mi autoestima. En definitiva, a empezar una nueva vida, a volver a nacer.

      Creo que el haberme dado cuenta de que mi situación podía cambiar si así lo quería fue el paso más importante que tomé para dejar atrás mi depresión. Sí, sin lugar a dudas, aquel momento en el que me di cuenta de que yo era dueña de mi destino, que yo era quien decidía, fue la clave del gran cambio.

      La meditación fue para mí el principio del camino a seguir para salir de la depresión, o al menos para comenzar a hacerme consciente de que este estado podía aliviarse momentáneamente. Así fue mi primer paso, que en definitiva era similar a una terapia psicológica que no requería de un profesional y podía practicar de manera individual. Consistía básicamente en meditar quince minutos cada mañana, nada más despertarme, y quince minutos por la noche, justo antes de irme a dormir. En mi caso estas meditaciones eran guiadas a través de los ejercicios de un libro (Un curso de milagros). Desde el primer día pude sentir un cambio: lo primero que notas es que la depresión no es real; solo es algo que está en tu mente, y que solo va a mantenerse en el tiempo si no haces nada al respecto. Seguidamente se puede sentir en el cuerpo una sensación de alivio muy grande. Y a los tres meses de repetir estos ejercicios se puede apreciar que la mente está más limpia de toda la negatividad que produce la depresión.

      Seguidamente, además de meditar a diario, tomé la


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