Neofascismo. Chantal Mouffe

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Neofascismo - Chantal  Mouffe


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primer momento a la bestia del nazismo como si no hubieran dimensionado el peligro que enfrentaban.

      Las comparaciones y analogías históricas pueden contribuir a pensar un fenómeno social determinado, a contextualizarlo, analizarlo o buscar similitudes y diferencias. Sin embargo, en numerosas ocasiones estas comparaciones sólo sirven como herramienta política para generar apoyo, como el que buscaba la Casa Blanca para invadir Irak. Al fin y al cabo, quién podía oponerse a derrocar al mismísimo Hitler reconvertido en un aterrador Saddam Hussein que tendría armamentos para atacar las principales capitales europeas y matar a millones de personas.

      Neofascismo, el libro que el Dipló presenta en esta oportunidad, está lejos de las simplificaciones. Muy por el contrario, mediante la reflexión de prestigiosos autores busca problematizar el ascenso de nuevas fuerzas políticas calificadas de “extrema derecha” en Europa, un continente que se parece muy poco al que fue entre la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, y mucho menos al de la década de 1930, cuando emergió el nazismo en Alemania después de la Primera Guerra Mundial.

      Una “nueva” Europa

      “Europa ya no es Europa” suelen lamentar aquellos que añoran países con tradiciones, lenguas, religiones y costumbres diferentes que tenían muy poco en común entre sí y que apenas se mezclaban cuando sus casas reales se unían por conveniencia doscientos años atrás. El ascenso del capitalismo trajo la expansión colonial y millones de africanos, árabes, musulmanes, hindúes y asiáticos abandonaron las colonias (antes y después de las independencias) para instalarse en las metrópolis. Si una de las razones que esgrimió el presidente Charles De Gaulle para abandonar Argelia fue que temía que el crecimiento demográfico de “esos” franceses terminara por transformar a Francia, no es menos cierto que con la independencia de Argelia se les quitó la nacionalidad francesa, incluso después de que miles de argelinos franceses se hubieran trasladado a la Francia continental.

      Entre 1945 y 1975 españoles, portugueses, marroquíes, tunecinos y argelinos llegaron a Francia, país que duplicó su población extranjera. Los portugueses y españoles eran europeos, pero los magrebíes del Norte de África –árabes y musulmanes en su mayoría– modificaron por su parte aun más la sociedad francesa y la integración –consecuencia de la inmigración– se convirtió allí en un problema social y político. Los hijos y nietos de aquellos inmigrantes magrebíes nacieron y crecieron en las periferias urbanas criándose como franceses de segunda categoría que estallan en cólera cada tantos años para protestar contra su falta de integración. Como caldo de cultivo para los partidarios de extrema derecha suele decirse sin una pizca de inocencia que Francia se “kebabizó” (“La France kebabizée?”, Rue 89) en referencia a la carne cocinada a las brasas traída de Medio Oriente. Alemania no le va a la zaga y el “doner kebab” –un aporte de los inmigrantes de Turquía que llegaron en la década de 1970– ya se ha convertido prácticamente en la comida “nacional” alemana.

      A raíz de los cambios en Europa, la provocadora periodista Oriana Fallaci se atrevió a afirmar en una entrevista a The Wall Street Journal en 2005 que “Europa ya no es más Europa; es Eurabia, una colonia del islam, donde la invasión islámica no es sólo física, sino mental y cultural”.

      Los atentados terroristas perpetrados por jóvenes musulmanes nacidos en Europa son un reflejo de estos cambios. A mediados del siglo pasado los ataques de los independentistas argelinos se realizaban en los territorios ocupados por las potencias coloniales contra los soldados extranjeros y rara vez en suelo europeo. Hoy, algunos de estos jóvenes son hijos de quienes emigraron hacia la metrópoli y, nacidos en Europa, no se identifican con los lugares que abandonaron sus padres o abuelos e incluso se han radicalizado por la discriminación que sienten en la vida cotidiana como nacionales de segunda categoría. También hay que tomar en cuenta la transformación de la estructura productiva, con la consecuente desaparición de los grandes conglomerados industriales y sus organizaciones sindicales, y la pérdida de referentes socio-políticos que caracterizaron a gran parte del siglo XX.

      El debate sobre la radicalización de los jóvenes franceses y su relación con el Islam excede las páginas de este libro aunque está planteado por el impacto que provocaron los ataques terroristas perpetrados en Francia y las diferentes respuestas surgidas desde los ámbitos gubernamentales y los diversos partidos políticos. Está claro que no existe un consenso respecto de las causas que motivaron los ataques ni tampoco sobre la forma de resolver los temas de fondo. Esta dificultad se da por las profundas diferencias de diagnóstico, como sucede en el caso de dos de los grandes estudiosos sobre el Islam como Gilles Kepel y Olivier Roi. Mientras Kepel asegura que se trata de la radicalización del Islam, Roi sostiene que es la islamización de la radicalidad.

      Después de la caída del muro de Berlín, otros millones, que provenían de los países que conformaban el bloque soviético, también decidieron probar suerte en Europa Occidental, cuna del desarrollo capitalista y del “pensamiento democrático moderno”.

      Es indudable que los sucesivos procesos migratorios han transformado las principales capitales europeas, hasta convertir a algunas en verdaderos ámbitos multiculturales, como Londres, donde cuesta encontrar “auténticos” ingleses. Nada mejor que los resultados del referéndum por el “Brexit” para ratificar lo antedicho: en la multicultural Londres la mayoría votó por permanecer en la Unión Europea, mientras que a medida que uno se alejaba de la capital había más “ingleses” y crecía el voto para abandonar la Unión Europea.

      El problema de los partidos tradicionales de “centro” o “centro-derecha” es que están inmersos en sus propias contradicciones y no se deciden a implementar aquello que pregonan. En cambio, quienes sí parecen estar dispuestos a concretar esos postulados son aquellos partidos denominados de “extrema derecha”, que ahora se sienten envalentonados por el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos.

      El presente libro de el Dipló contiene múltiples opiniones y definiciones sobre estos partidos y movimientos europeos influenciados por fenómenos como el fascismo y el nazismo que dejaron su huella a lo largo de todo el siglo XX y que hoy tienen un fuerte discurso antiinmigratorio. Tal es así que no existe consenso entre los diferentes autores acerca de si definirlos como “neonazis”, “neofascistas”, de “derecha”, “ultraderecha”, “extrema derecha” o nazis y fascistas a secas, entre otras definiciones que se abordan en los trabajos que componen este libro.

      No deja de ser verdad que ciertos periodistas utilizan los adjetivos calificativos de manera más superficial –y, muchas veces, con fines comerciales– y que los académicos tienden a una mayor rigurosidad al analizar fenómenos colectivos. Es importante la salvedad porque no se puede tildar de “fascista” a cualquier movimiento de “extrema derecha” como ocurre en ocasiones con cierto lenguaje periodístico que no repara en disquisiciones teóricas y prefiere el sensacionalismo antes que el análisis riguroso de un fenómeno.

      El punto de partida para casi todos los autores es la experiencia histórica y la conciencia de los cambios sucedidos a lo largo del siglo XX tomando como momento inicial la Revolución Rusa de 1917, que cambió el sentido de la historia. Sin embargo, las definiciones se plantean como problemáticas cuando se asegura –como varios especialistas hacen en el libro– que las expresiones “izquierda” o “derecha” son anticuadas y que existe una gran desilusión respecto de los partidos políticos tradicionales y de la política en sí misma.

      Las


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