Matar un reino. Alexandra Christo

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Matar un reino - Alexandra Christo


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y cariño: Oh, príncipe Elian, intentando salvarnos a todos. Si entendieran lo que se necesita, los horribles y repugnantes gritos de las sirenas. Si vieran los cadáveres de las mujeres en mi cubierta antes de que se disuelvan en espuma de mar, entonces mi gente no me miraría con tanto cariño. Ya no sería un príncipe para ellos, y por mucho que lo desee, sé que no debe ser así.

      CINCO

      El palacio de Keto se encuentra en el centro del mar Diávolos y siempre ha sido el hogar de la realeza. Aunque los humanos tienen reyes y reinas en cada grieta de la tierra, el océano posee una sola gobernante. Una reina. Ésta es mi madre, y un día lo seré yo.

      Un día cercano. No es que mi madre sea demasiado vieja para gobernar. Aunque las sirenas vivamos cien años, después de algunas décadas dejamos de envejecer, y pronto las hijas lucen como sus madres y las madres como hermanas, y se hace difícil saber qué edad tiene alguien en realidad. Ésta es otra razón por la que contamos con la tradición de los corazones: la edad de una sirena nunca está determinada por su rostro, sino por la cantidad de vidas que ha robado.

      Ésta es la primera vez que rompo esa tradición y mi madre está furiosa. Mirándome por encima del hombro, la Reina del Mar es tiránica. Para un extraño, podría parecer incluso infinita, como si su reinado nunca pudiera llegar a su fin. No parece que perderá su trono en unos cuantos años.

      Como es costumbre, la Reina del Mar deja su corona una vez que reúne sesenta corazones. Sé el número exacto que mi madre ha escondido en la bóveda bajo los jardines del palacio. Antes, los anunciaba cada año, orgullosa de su creciente colección. Pero dejó de proclamarlos cuando alcanzó los cincuenta. Dejó de contar o, por lo menos, de decirle a la gente que lo hacía. Pero yo nunca me detuve. Cada año contaba los corazones de mi madre con la misma rigurosidad con la que sumaba los míos. Así puedo saber que sólo le quedan tres años antes de que la corona sea mía.

      —¿Cuántos son ahora, Lira? —pregunta la Reina del Mar, cerniéndose sobre mí.

      De mala gana, inclino la cabeza. Kahlia se detiene a mis espaldas, y aunque no puedo verla, sé que está atenta.

      —Dieciocho —respondo.

      —Dieciocho —reflexiona la Reina del Mar—. Qué gracioso que tengas dieciocho corazones, cuando tu cumpleaños no es sino hasta dentro de dos semanas.

      —Lo sé, pero…

      —Déjame decirte lo que yo sé —la reina se sienta en su trono de esqueleto—. Se suponía que debías llevar a tu prima para que obtuviera su decimoquinto corazón, y de alguna manera eso resultó ser demasiado difícil.

      —No especialmente —digo—, sí la llevé.

      —Y también cogiste algo para ti.

      Sus tentáculos se extienden alrededor de mi cintura y me arrastran hacia ella. En un instante, siento el crujido de mis costillas.

      Cada reina comienza como sirena, y cuando la corona pasa a ella, su magia le roba las aletas y deja en su lugar poderosos tentáculos que mantienen la fuerza de los ejércitos. Se vuelve más calamar que pez, y con esa transformación viene la magia, inflexible y grandiosa. Suficiente para dar forma a los mares a su capricho. La Reina del Mar y la Bruja del Mar, ambas.

      Nunca conocí a mi madre como sirena, pero no puedo imaginar que alguna vez se haya visto normal. Ella luce símbolos ancestrales y runas tatuadas en rojo sobre su estómago, que se extienden hasta sus pómulos gloriosamente tallados.

      Sus tentáculos son negros y escarlata y se difuminan como sangre derramada en tinta, y sus ojos hace mucho tiempo se convirtieron en rubíes. Incluso su corona es un magnífico tocado que termina en pico en los cuernos sobre su cabeza y fluye como extremidades por su espalda.

      —No voy a cazar en mi cumpleaños para compensarlo —concedo sin aliento.

      —Oh, pero sí lo harás —la reina acaricia su tridente negro. Un solo rubí, como sus ojos, brilla en medio de la lanza—. Porque hoy nunca sucedió. Porque nunca me desobedecerías ni menoscabarías mi autoridad de ninguna manera. ¿Lo harías, Lira?

      Aprieta mis costillas con más fuerza.

      —Por supuesto que no, madre.

      —¿Y tú? —la reina dirige su atención hacia Kahlia, y yo intento ocultar cualquier señal de zozobra. Si mi madre viera preocupación en mis ojos, sería otra debilidad más que ella podría explotar.

      Kahlia nada hacia delante. Su cabello está recogido detrás de su rostro con un lazo de algas marinas, y sus uñas todavía están cubiertas con pedazos de la reina de Adékaros. Inclina la cabeza en lo que algunos podrían interpretar como una muestra de respeto. Pero yo sé que no lo es. Kahlia nunca mira a la Reina del Mar a los ojos, porque si lo hiciera, entonces mi madre sabría exactamente lo que mi prima piensa de ella.

      —Pensé que ella sólo lo mataría —dice Kahlia—. Nunca pensé que también cogería su corazón.

      Es una mentira y me alegro.

      —Bueno, cuán perfectamente estúpido es que no conozcas a tu prima —mi madre la mira con avidez—. No estoy segura de pensar en un castigo lo suficientemente desagradable para una idiotez tan absoluta.

      Aprieto una mano contra el tentáculo que sujeta mi cintura.

      —Cualquiera que sea el castigo —digo—, yo lo aceptaré.

      La sonrisa de mi madre se crispa, y sé que está pensando en todas las formas en que esto me hace indigna de ser su hija. Aun así, no puedo evitarlo. En un océano de sirenas que sólo cuidan de sí mismas, proteger a Kahlia se ha convertido en un acto reflejo desde el día en que ambas fuimos forzadas a ver morir a su madre. Y he continuado a lo largo de los años, mientras la Reina del Mar ha intentado moldear a Kahlia y a mí y las perfectas descendientes de Keto, tallando nuestros filos de la manera correcta para que ella pudiera admirarlos. Es un espejo de una infancia que preferiría olvidar.

      Kahlia es como yo. Demasiado como yo, tal vez. Y aunque es lo que hace que la Reina del Mar la odie, también es la razón por la que yo elijo cuidarla. Me he quedado a su lado, resguardándola de las facetas más crueles de mi madre. Proteger ahora a mi prima ya no es una decisión, es instinto.

      —Qué amable de tu parte —dice la Reina del Mar con una sonrisa desdeñosa—. ¿Es por todos esos corazones que has robado? ¿Tomaste algo de su humanidad, también?

      —Madre…

      —Tal lealtad a una criatura que no es tu reina —suspira—. Me pregunto si ésta es la forma en que te comportas con los humanos también. Dime, Lira, ¿lloras por sus corazones rotos?

      Ella me suelta, asqueada. Odio en lo que me convierto ante su presencia: trivial e indigna de la corona que voy a heredar. En sus ojos, veo mi fracaso. No importa cuántos príncipes cace, nunca seré el tipo de asesina que ella es.

      Todavía no soy lo suficientemente fría para el océano que me dio a luz.

      —Dámelo para que podamos seguir adelante —dice la Reina del Mar con impaciencia.

      Arrugo la frente.

      —¿Que te lo dé? —pregunto.

      La reina extiende su mano.

      —No tengo todo el día.

      Tardo un momento en darme cuenta de que se refiere al corazón del príncipe que maté.

      —Pero… —sacudo la cabeza— es mío.

      ¡Qué increíblemente infantil me he vuelto!

      Los labios de la Reina del Mar se curvan.

      —Me lo vas a dar —dice—. Ahora mismo.

      Al ver la expresión de su rostro, me giro y nado hacia mi habitación sin decir una palabra más. Allí, el corazón del príncipe yace enterrado junto a otros diecisiete. Con cuidado, excavo a través de la teja


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