Mitología china. Javier Tapia

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Mitología china - Javier Tapia


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fama de sucio, cobarde, vicioso e ignorante, incapaz de tomar decisiones y a expensas de todo tipo de robos, abusos y vejaciones, tanto por parte de los grandes señores como por cualquier horda de bandoleros que pasaran por allí.

      No había respeto para nada ni para nadie, y quienes carecían de poder y fuerza bélica estaban condenados a ser presa fácil de cualquiera. Las hambrunas eran terribles, no se tenía en consideración a los ancianos, la maternidad no estaba ponderada, sobre todo si el producto de la misma era femenino, y lo que no se perdía en las malas cosechas se perdía en el juego y el alcoholismo. Los matrimonios, por supuesto, eran de conveniencia, y el amor y los enamoramientos eran trágicos e imposibles incluso para las élites.

      No había respeto para la autoridad, aunque sí miedo y hasta terror, y la corrupción, los engaños, las traiciones y las trampas estaban a la orden del día en todos los estratos sociales (como sucede hoy en día en buena parte del mundo), y la inmoralidad y la falta de ética campaban a sus anchas.

      Confucio, el orden social sin dioses.

      El confucianismo vino a poner orden, y se convirtió en la religión oficial sin supersticiones ni dioses de la China Imperial, e incluso de la China popular y comunista que conocemos hoy en día. Sin embargo, y a pesar de que la ética, la moral, el respeto a la autoridad, el esfuerzo, el cuidado de los ancianos y la organización estatal se convirtieron en el emblema chino que les dio grandes victorias y avances en todos los terrenos, la mala fama de los chinos no mejoró demasiado con el paso del tiempo.

      El orden estatal, por férreo que sea, a menudo no puede hacer nada contra el comportamiento popular que, si bien obedece a las jerarquías para evitar castigos, da rienda suelta a sus pulsiones más tradicionales y rituales en cuanto puede, y así los mitos y las leyendas, las emociones y las creencias vuelven a ocupar su lugar.

      La llegada de Buda

      Dos siglos después de los Anales de primavera y otoño, cuando China gozaba de orden y progreso, laicismo y buen hacer en prácticamente todos los terrenos, aparece Buda arrastrando multitudes con un discurso laico, es decir, sin dioses pero sí con la promesa de trascendencia, de la posibilidad de ascender a un paraíso, el Nirvana, si se hacen los méritos suficientes en esta vida.

      Esta válvula de escape, que en un principio no fue bien recibida por las autoridades chinas, resultó ser muy funcional porque absorbió a otra forma religiosa laica, pero extraña y rebelde, el Zen.

      Representación del Bodhi Darma, Buda.

      El Zen anterior al budismo se burlaba de todos y de todo, exceptuando a Lao Tse, pero contaba con una serie de conocimientos y hasta un lenguaje propio sobre astronomía, astrología, orden de las construcciones, ciclos de cultivo y cosecha, y comportamiento de las personas, que se transmitían de boca a oreja, de maestros a discípulos, y que no se vendía ni al poder ni a los poderosos. Y, si bien no era muy activo físicamente, sí lo era intelectualmente y despreciaba las normas, las ideas del bien y el mal, desconfiaba del progreso y no participaba en las enseñanzas de Confucio, al que consideraba un esbirro de las jerarquías.

      El budismo en China pronto fue Budismo Zen, introduciendo valores de amor universal, obediencia, buen comportamiento, caridad, fe, esperanza y trascendencia en el más allá por más que se sufriera en este valle de lágrimas, desalentando así cualquier tipo de ambición personal, de riqueza material y de poder, que también repudiaba el zen desde la rebeldía y no desde la sumisión, desde el pensamiento y no desde la creencia, desde la no acción y no desde la colaboración y la fraternidad que pregonaba el budismo.

      Lao Tse, el todo y la nada

      En medio de Confucio y Buda se erige la figura de Lao Tse, el gran pensador independiente, más cercano al Zen clásico y tradicional que a lo que sería el blando Budismo Zen, y sin el cual la suma sociológica que compone al carácter chino sería incomprensible.

      Sima Qian, el gran historiador chino, que repasa toda la historia china desde sus inicios hasta el siglo I antes de nuestra era, recoge las enseñanzas del taoísmo —y por lo tanto de Lao Tse— y lo coloca por encima de cualquier otro pensador oriental, tanto por sus conocimientos como por la influencia que tuvo en su tiempo y a lo largo de los siglos.

      Lao Tse, el padre del taoísmo.

      En una sociedad tan diametralmente opuesta como la china, donde las élites se alejan de las bases populares sin dejar lugar a una clase media, parecería imposible que surgieran figuras pensantes, gente que cuestionara todo y buscara algo más.

      En el Mediterráneo, con los griegos y babilonios, Mesoamérica, con los mayas y preincas, e India, con los jainistas y tibetanos, surgen grandes pensadores y visionarios en fechas similares, observadores de su entorno y de las estrellas, de los fenómenos naturales y de los seres humanos, dejando de lado a los dioses, superando los mitos y las leyendas, y utilizando el raciocinio individual por encima de las emociones y las supersticiones de la masa.

      El ser y la nada, el ser y su ser interior, el amor al conocimiento y el desprecio por la ignorancia, la fuerza de la razón introspectiva en contra de las emociones externas desordenadas, el hieratismo oriental en una palabra.

      A pesar de la diferencia de pensamientos, es gracias a las propuestas de alfabetización de Confucio que las enseñanzas de Lao Tse se popularizan en todo oriente. Cuatrocientos años hicieron falta para que el confucianismo fuera del todo instaurado, y fueron tantas las guerras y los levantamientos en contra del nuevo orden, que a esta etapa se le llama periodo de los Reinos combatientes, hasta que se impuso un solo reino imperial, el de la dinastía Qin, que empezó muy bien y terminó muy mal, porque el emperador recuperó ciertos mitos, se endiosó y se volvió el más cruel tirano que se hubiera conocido en China.

      China Imperial

      Confucio había renegado la legitimación de gobernar dada por los dioses, ya fuera por linaje o iluminación, porque los gobiernos eran cosa de hombres y para los hombres, pero los emperadores del 200 antes de nuestra era hasta principios del siglo XX, con la llegada de la República China, no le hicieron caso, y quien más y quien menos se consideraba a sí mismo Emperador Divino, o Emperatriz Divina en algunos casos, tan alejados de las miserias humanas que raras veces tuvieron en cuenta las necesidades más elementales de sus pueblos.

      -Dinastía Qin, sin un referente exacto de su comienzo, alrededor del 400 antes de nuestra era, pero sí de su final, 209 antes de nuestra era. En sus doscientos años de duración unificó los estados chinos, terminó la construcción de la Gran Muralla, creó la Ciudad Prohibida, impuso el chino mandarín como lengua única, así como el confucianismo como religión obligatoria y oficial, quemó textos antiguos que pudieran contradecir el nuevo orden y rescató mitos y leyendas que favorecían la figura del emperador: Qin Shi Huang, fundador de esta dinastía, quien se hizo enterrar con toda su corte viva y con los Guerreros de terracota, ante la imposibilidad de matar a todo su ejército para que emprendiera el vuelo celestial junto con él.

      Durante un par de milenios se creyó que dicho entierro era un mito, una leyenda fruto de la imaginación popular china, hasta que una excavación a mediados del siglo XX descubrió la tumba de Qin Shi Huang y dio una gran sorpresa al mundo entero, que tuvo que reescribir muchos textos de historia sobre China ante la evidencia que demostraba que la mitología china se había convertido en realidad.

      -Dinastía Han, que nace tras la muerte de Qin Shi Huang y que fue prácticamente un golpe de estado, hizo de China una potencia comercial, cultural, científica y social. En este periodo, por ejemplo, se inventa el papel como lo conocemos hoy en día, se abre la Ruta de la Seda, Sima Qian escribe las extensas Memorias históricas, se recuperan textos y manuscritos antiguos, se desarrolla la educación a nivel popular más allá de la simple alfabetización, se crean escuelas de artes y oficios, se logran avances en agricultura, ganadería y minería, se inventa el sismógrafo, se desarrolla una conciencia


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