Cuando es real. Erin Watt

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Cuando es real - Erin Watt


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sentirme como una mientras sigo a Paisley y entro en el ascensor a la mañana siguiente.

      Diamond Talent Management es un edificio entero. No un par de plantas sin más, sino un edificio acristalado, con ascensor y todo un equipo de seguridad. Los guardias de seguridad, guapos pero serios y con pendientes en la oreja, me ponen los pelos de punta, pero Paisley pasa a su lado y los saluda con la mano. La imito. Ojalá no me hubiese tomado un segundo café esta mañana porque está el estómago me da vueltas como un tsunami.

      Los ascensores son de brillante latón, y hay un tipo vestido de traje cuyo único trabajo parecer ser echarle productos de limpieza y secarlos con un trapito. Tiene una mandíbula que no desentonaría junto a la ladera de una montaña y un trasero lo bastante firme como para rivalizar con el de un jugador de fútbol americano.

      Paisley se baja en la sexta planta, que está adornada con las letras de división musical en grande y en oro sobre un fondo de madera oscura. La recepcionista es más guapa que la mitad de actrices que aparecen en las portadas de las revistas. Intento no mirar boquiabierta sus labios perfectamente perfilados y el largo rabillo de kohl que lleva pintado en los ojos.

      —Deja de mirarla así —murmura Paisley en voz baja mientras pasamos junto al mostrador de recepción.

      —No puedo evitarlo. ¿Diamond solo contrata a gente que pueda actuar en sus propias películas?

      —Las apariencias no lo son todo —dice con ligereza, pero yo no la creo, porque está claro que Diamond exige que los currículos incluyan foto. Hay que ser guapa para trabajar en el mundo del entretenimiento, supongo, aunque estés detrás de las cámaras.

      Nos indican que entremos a una enorme sala de reuniones, donde me detengo en seco. Está llena de gente. Hay por lo menos diez personas.

      Escruto rápidamente la mesa, pero no reconozco a nadie, y la única persona a la que sí podría reconocer —y el motivo de esta reunión— ni siquiera está ahí.

      Un hombre alto con el pelo negro y la piel de plástico se pone en pie en el extremo de la mesa.

      —Buenos días, Vaughn. Soy Jim Tolson, el representante de Oakley. Es un placer conocerte.

      Estrecho la mano que me tiende con incomodidad.

      —Encantada de conocerlo, señor Tolson.

      —Por favor, llámame Jim. Toma asiento. Tú también, Paisley.

      Al mismo tiempo que mi hermana y yo nos acomodamos en las sillas más cercanas a la suya, él rodea la mesa y empieza a hacer un montón de presentaciones de las que apenas me entero.

      —Esta es Claudia Hamilton, la publicista de Oakley, y su equipo. —Señala a la pelirroja de tetas grandes y, luego, a otras tres personas, dos hombres y una mujer, a su lado. Después, mueve la mano hacia tres hombres de semblante serio al otro lado de la mesa—. Nigel Bahri y sus socios. Los abogados de Oakley.

      ¿Abogados? Lanzo una mirada de pánico a Paisley, que me da un apretón en la mano por debajo de la mesa.

      —Y, por último, mi asistente, Nina. —Asiente a la rubia menuda a su derecha—-. Y sus asistentes: Greg… —añade mientras señala al tipo afroamericano a su izquierda—… y Max. —Ahora asiente casi imperceptiblemente al hombre con sobrepeso junto a Greg.

      Joder. ¿Su asistente tiene asistentes?

      En cuanto las presentaciones terminan, Jim no pierde el tiempo y va directo al grano.

      —Bueno, tu hermana ya te ha contado algunos detalles del trabajo, pero antes de compartirlos todos contigo, tengo unas cuantas preguntas para ti.

      —Eh, vale. ¿Cuáles? —Mi voz suena extrañamente alta en esta enorme sala de reuniones. El eco parece interminable.

      —¿Por qué no empiezas hablándonos un poco sobre ti?

      —sugiere.

      No estoy segura de saber qué quiere que diga. ¿Espera que recite la historia de mi vida? Bueno, nací en California. Vivo en El Segundo y mis padres murieron en un accidente de coche cuando tenía quince años.

      ¿O quizá espera que diga cosas triviales? Mi color favorito es el verde. Me dan miedo las mariposas y odio a los gatos.

      La confusión debe de ser muy evidente en mi rostro, porque Jim me ofrece un poco de ayuda.

      —¿Qué te gusta? ¿Qué quieres hacer cuando termines el instituto?

      —Eh, ya he terminado el instituto —admito.

      —¿Estás en la universidad? —Claudia, la publicista, se gira y frunce el ceño a Paisley—. Puede que tenga que perderse algunas clases. ¿Cuántos años tienes?

      —Diecisiete.

      —La edad de consentimiento sexual en California son los dieciocho. —Ese recordatorio proviene del final de la mesa, donde los abogados, en plural, están sentados.

      Claudia le resta importancia con la mano.

      —Solo van a salir. Nada más. Además, el público de Oakley está formado, en su mayoría, por chicas jóvenes. Alguien mayor no tendría el mismo impacto. —Se gira hacia mí—. ¿Qué haces ahora mismo?

      —Trabajo. Me he tomado un año sabático para trabajar y ayudar a mi familia.

      Ya lo he dicho muchísimas veces, pero la sola mención de la muerte de mis padres todavía hace que se me encoja el corazón.

      —Los padres de Paisley y Vaughn murieron hace un par de años —explica Jim.

      Paisley y yo nos encogemos de dolor cuando toda la mesa nos mira con pena, menos Claudia, que sonríe de oreja a oreja.

      —Maravilloso. Una huérfana inteligente e intrépida —dice, y su voz es tan chillona que hace que me chirríen los oídos—. Esta historia se pone cada vez mejor. Es justo lo que estamos buscando.

      ¿Estamos? Estoy todavía más confusa si cabe. Creía que esto iba de fingir ser la novia de Oakley Ford, así que ¿por qué estoy en una sala de reuniones junto a un montón de extraños? ¿No debería estar aquí también mi futuro novio falso?

      —¿Tienes pensado ir a la universidad? —pregunta Jim.

      Asiento.

      —Me admitieron en la Universidad del Sur de California y en la Universidad Estatal de California, pero lo he aplazado hasta el próximo año académico.

      Me seco las manos sudorosas en los vaqueros mientras repito mi discurso preparado sobre experimentar lo que es la vida de verdad antes de ir a la universidad y convertirme en una profesora.

      Por el rabillo del ojo, veo al «equipo» de Claudia tomar notas con empeño. La confesión de que me gusta dibujar me gana unas cuantas miradas de interés por parte de los relaciones públicas.

      —¿Se te da bien? —pregunta Claudia de pronto.

      Me encojo de hombros.

      —No se me da mal, supongo. Principalmente hago bocetos a lápiz. Sobre todo de rostros.

      —Está siendo modesta —habla Paisley con voz firme—. Los dibujos de Vaughn son increíbles.

      Los ojos azules de Claudia brillan de emoción mientras se gira hacia su equipo y, luego, cuatro voces gritan al unísono:

      —¡Fan art!

      —Perdona… ¿qué? —digo, patidifusa.

      —Así provocaremos el primer contacto. Llevamos pensando en varios encuentros monos por ordenador, pero todos nos parecían demasiado forzados. Pero este tiene potencial. Imagínatelo: tú tuiteas un precioso boceto que has dibujado de Oakley, y él queda tan impresionado ¡que te retuitea! —La publicista de voz fuerte de Oakley empieza a hacer gestos rápidos con las manos al tiempo que se emociona cada vez más por la imagen que está pintando—. Y sus seguidores se darán cuenta, porque apenas responde a sus tuits. Oakley


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