Desafío. Ricardo Forster

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Desafío - Ricardo Forster


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chabolistas de personas inmigrantes. Estas medidas aún no se han implementado. Para saber más: [https://www.eldiario.es/andalucia/Junta-insostenible-situacion-asentamientos-inmigrantes_0_1016999129.html#click=https://t.co/SRi0lAHzg4].

      El coronavirus y la visibilización de la clase trabajadora

      Arantxa Tirado Sánchez

      Una mujer, vestida de uniforme con el logo de la empresa que la subcontrata, limpia la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de una universidad catalana, ajena a la noticia: a partir del día siguiente, se suspenden las clases en toda la Universidad. Me cruzo con ella, le comento la noticia y se encoge de hombros. La empresa de limpieza, externalizada, no les ha notificado nada todavía. En cambio, los profesores de la Facultad tienen la información desde hace horas. Alumnos y profesores no podrán volver a las aulas. Pero, ¿qué sucederá con el personal de limpieza? Su respuesta, resignada, es elocuente: «Nos tocará desinfectar». Es el 12 de marzo de 2020, dos días antes de que el Gobierno de España decretara el Estado de alarma y estableciera el confinamiento de la población.

      Esta anécdota ejemplifica la jerarquía laboral existente en el ámbito universitario. Nada nuevo para los marxistas: hay clases en la universidad, y diferencias intraclase. Por supuesto, también en la sociedad en su conjunto. Pero a la vez nos muestra algo que el coronavirus se ha encargado de develar, como tantas realidades que estaban ahí pero no queríamos mirar, pasando igual de desapercibidas que las trabajadoras de la limpieza. A saber: cuando la cosa se pone seria, hay trabajos prescindibles y trabajos que parecían menos importantes pero que son indispensables para que el mundo no colapse. ¿Era que no mirábamos o que no veíamos? Quizá sí las veíamos con los mismos ojos que ahora, pero sin el filtro que empañaba la visión. Un filtro en forma de escala de valores y prioridades que ha sido arrancado por el virus de manera brutal. Aun así, todavía hay quienes se niegan a verlo y siguen vagando, metafóricamente hablando, cual ciego del Ensayo sobre la ceguera de Saramago.

      En medio de una pandemia sanitaria, que pone en jaque a la sociedad y al sistema económico, lo imperceptible que vivía en las sombras está emergiendo frente a lo superfluo que acaparaba los focos. Todos aquellos que estaban ahí, y cuya función se daba por hecho o se ignoraba, son los que nos están salvando hoy. Las invisibles, los nadie, los que hacen con su trabajo que todo esté listo para que otros puedan también trabajar, son los protagonistas de esta historia. Aquellos que, en muchos casos, cobran el salario mínimo o, en otros, no contaban con el suficiente reconocimiento social, ni qué decir de visibilidad en los medios. Trabajadores y trabajadoras de súper, limpieza, repartidores/as, camioneros/as, enfermeros/as, teleoperadores/as, agricultores/as y un largo etcétera de trabajos sin los cuales nuestra vida no podría reproducirse ahora mismo. También están los médicos, que siempre gozaron de prestigio social y visibilidad, aunque en los últimos tiempos han padecido asimismo una precarización laboral generalizada, pero que, como sabemos, ha tenido distinto impacto social en función del lugar de partida. Ahora los aplaudimos en ventanas y balcones. Algunos los tildan de héroes y heroínas, pero no son seres míticos ni mágicos, es la clase trabajadora en acción, aquella que mueve el mundo y que también tiene capacidad de pararlo cuando se trata de exigir mejoras laborales o un orden económico y social distinto. Lo real maravilloso que reside en lo cotidiano y que algunos no podían ver con su mirada gris, tecnócrata y neoliberal.

      Sin duda, hemos asistido a todo un proceso de desaparición forzada y demonización de la clase obrera, nada improvisado, cuya intencionalidad entendemos con mayor claridad en estos momentos en que la clase trabajadora se erige como actor imprescindible. Durante años nos invisibilizaron, ridiculizaron, denigraron, criminalizaron nuestras huelgas y reivindicaciones al grito de «¡privilegiados!». Decían que exigir salarios dignos y condiciones laborales mínimas era algo propio de egoístas. Nos trataron como parásitos sociales que no se esforzaban lo suficiente frente a un empresariado que asumía todos los riesgos y, encima, daba trabajo y generaba riqueza. Éramos prescindibles y éramos muchos para poder trabajar todos. Debíamos estar, por tanto, agradecidos. Todo un bombardeo para confundir nuestra conciencia de clase y acallar nuestro potencial político. A pesar de lo mucho invertido por el sistema y sus medios de construcción de hegemonía en convencernos de lo contrario, los trabajadores sabemos de manera empírica que esta riqueza sale, en verdad, de nuestro sudor y nuestras lágrimas, para luego ser apropiada por la clase que se lucra del trabajo ajeno. Una riqueza que se privatiza en tiempos boyantes, pero que, en cambio, cuando vienen mal dadas y el empresariado no puede seguir incrementando sus beneficios al ritmo que quisiera, se nos exige no sólo que asumamos entre todos sus pérdidas sino también su dolor. ¿Y quién se preocupa por el dolor de la clase trabajadora? ¿Quién pagará nuestras facturas, nuestros alquileres, hipotecas, comida, en esta profundización de la crisis económica?

      Mientras Ana Rosa Quintana, en un ejercicio fuera de todo marco periodístico, pedía a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que no fuera tan dura con los empresarios, más de un millón de trabajadores están ya afectados por Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) en España. El chantaje del sistema, que dispara su ideología a todas horas y desde todos los artilugios posibles, es perfecto, pero esta crisis está poniendo al descubierto sus falacias a un ritmo vertiginoso. Vemos noticias vergonzosas que nos hablan de ganancias in crescendo por especulación bursátil. Noticias que ponen el foco en «la salud de los mercados y la bolsa» mientras se ignora la de los trabajadores que exponen la suya para que no decaiga la orgía de beneficios. Vemos empresas que aprovechan la tragedia para especular con los precios en áreas tan sensibles y necesarias en estos momentos como los servicios funerarios o la venta de material médico imprescindible como los respiradores. Por increíble que parezca a quienes crean, en su ingenuidad, que el capitalismo se rige por elevados principios éticos, son las áreas vinculadas con la enfermedad y la muerte las que están padeciendo en mayor medida la especulación en medio de esta pandemia. ¡En medio de una pandemia! Nada más terrorífico y elocuente para mostrar que el capitalismo es un sistema de muerte, no de vida.

      Pero el capitalismo es también un sistema que se sostiene por la alienación. El coloso textil Inditex no tardó en anunciar un ERTE a los pocos días del Estado de alarma. Como la decisión era muy poco presentable, Inditex tuvo que recular. A pesar de lo cuestionable de querer cargar los costos de los casi 48.000 trabajadores que tiene en territorio español a las arcas públicas por parte de una gran empresa que facturó sólo en España 1.650 millones de euros en 2019, hubo gente que salió a los balcones a aplaudir el día del cumpleaños de Amancio Ortega, agradecida por, suponemos, su «generosidad» (léase, caridad). Una imagen que recordaba la de los trabajadores de una de sus fábricas que, no sabemos si por voluntad propia o por presiones, le hicieron hace años un túnel de aplausos interminable mientras su hija lo paseaba dándole una sorpresa que grabó en vídeo y difundió en redes.

      La visibilización de la clase trabajadora es también


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