Cuéntamelo todo. Cambria Brockman
Читать онлайн книгу.funcionó, y el oficial gruñó como si nada, esta vez con indiferencia y aceptación. Las palabras dulces y almibaradas de Ruby, junto con sus grandes ojos, habían obrado su cándida magia femenina. El oficial le lanzó una breve sonrisa y se irguió un poco más.
—No hagan nada estúpido —dijo, centrándose todavía en Ruby—. Este semestre la administración nos ha estado presionando especialmente.
—Entendido —dijo ella—. Gracias por informarnos, lo apreciamos, de verdad.
El oficial soltó un gruñido final de satisfacción y se alejó; su voluminoso cuerpo desapareció por el camino oscuro.
Cuando estuvo fuera del alcance del oído, por fin pudimos respirar de nuevo. Nos echamos a reír con alivio mientras nos dirigíamos hacia la residencia.
—Ésta es mi chica —dijo John, inclinándose para darle un beso en la mejilla.
Ruby sonrió. Ignoraba que él había dudado de ella durante ese pequeño segundo, no había visto la mirada crítica que le había dirigido cuando se acercó al oficial.
Su valentía me sorprendió. Enfrentarse a la autoridad de esa manera y mentir con semejante descaro no era propio de la Ruby que yo conocía. Observé lo feliz que se sentía de habernos evitado un problema, y supuse que su audacia había sido para impresionar a John. Me sentí como si la estuviera viendo desnuda y me rezagué, incapaz de soportar su aparente disposición a complacer.
Ruby abrió la puerta y comenzó a subir las escaleras, con Khaled justo detrás de ella. Hice una pausa para colocar las botellas de alcohol en mis brazos, y creo que John consideró que me encontraba lo suficientemente lejos, porque lo vi girarse hacia Max, hasta quedar frente a frente, y poner una mano en el hombro de su primo.
—Buen trabajo al dejar fuera todo tu rollo moralista, casi estaba seguro de que lo ibas a joder todo.
No vi la reacción de Max. Me detuve al pie de la escalera y seguí ordenando las pesadas bolsas para que pareciera que no estaba escuchando. Por el rabillo del ojo pude sentir que Max me miraba, preguntándose si había escuchado aquello.
—¿Puedes sostener la puerta? —pregunté, para aumentar la simulación, todavía sin levantar la mirada.
John ya había entrado y subía los escalones de dos en dos.
—Claro —dijo Max en voz baja.
Subimos las escaleras juntos, reflejando el silencio del otro. Me pregunté por qué no se había defendido. Tal vez era una cuestión de primos, una parte de su relación que yo aún no entendía.
Culpé al temor en el comentario de John, el miedo a ser atrapado, a la sinapsis disparando los nervios. La gente actuaba distinta y decía cosas extrañas cuando se sentía asustada. Tal vez él estaba de mal humor ese día. Tal vez había sacado una mala nota en un examen y estaba desquitándose con las personas que lo rodeaban. Me convencí de que había sido un episodio aislado. No necesitaba involucrarme en ello. Mi deber era ser la sociable y desahogada Malin. Ser relajada, habría dicho Khaled. Sacar buenas notas. Tener amigos. Ser una universitaria normal. No iba a tomar el otro camino.
Dejé el rastro de mis pasos en la hierba húmeda cuando atravesé el jardín a la mañana siguiente. Shannon quería reunirse antes del fin de semana para evitar trabajar en medio de una resaca. Amanda y yo habíamos aceptado de mala gana. De cualquier manera, era un buen plan para evitar que Ruby descubriera que yo estaba pasando tiempo con alguien que la odiaba.
Mi cabeza zumbaba desde la noche anterior. Habíamos estado bebiendo hasta altas horas de la noche, riéndonos de nuestro encuentro con el guardia de seguridad y aliviados de haber evitado los problemas. Incluso Max esbozó una sonrisa hacia el final, cuando Ruby se burló de él porque había parecido un ciervo encandilado. Gemma se había mostrado un poco apagada, celosa por no haber sido ella quien salvara la situación, haciendo uso de sus habilidades dramáticas. Intentaba disimular las miradas que disparaba entre Ruby y John, pero yo las noté. Ruby pasó el resto de la noche pegada al brazo de John, procurándole su bebida hasta que nos fuimos a dormir.
Di la vuelta en la esquina del camino a la biblioteca y escuché mi nombre a lo lejos. Vi a Max, que me saludaba con un movimiento de mano debajo de un árbol; las hojas llameaban en tonos amarillos y anaranjados. Cuando me acerqué, vi un libro balanceándose en su regazo y un termo con café humeante en la mano enguantada.
—¿Qué estás haciendo? —mis dientes castañeteaban—.
Está helando.
—No me molesta el frío —dijo—. Y está más tranquilo aquí afuera.
Miré el jardín vacío a nuestro alrededor, completamente desprovisto de estudiantes a esa hora, cuando todavía faltaba tanto para las clases.
—Estoy estudiando —continuó Max—. ¿Quieres unirte?
—Hum, no, tengo que hacer algo en equipo —dije.
Era la primera vez que estábamos solos, y no sabía qué decirle. Miré por encima del hombro a la biblioteca.
—Puedes irte —dijo, con una sonrisa burlona—. No es necesario que mantengamos una conversación trivial.
Ajusté mi mochila en el hombro.
—Qué gracioso.
Vi una cámara que asomaba de su mochila.
—¿Estás tomando fotos? Max miró hacia abajo.
—Hum, sí. Para la optativa de arte.
—¿Algo interesante?
Max tomó un sorbo de su café, considerando si quería seguir hablando.
—La casa de retiro.
—¿Te refieres al edificio, o...?
Rio.
—A la gente que está dentro del edificio. Hago retratos. Y algunos paisajes. Sin embargo, parece que a mi profesor le gustan más los paisajes, así que supongo que me decantaré por ellos.
—¿Así que tomas fotos de la gente en ese lugar?
—Sí, todo comenzó porque necesitaban un voluntario que se encargara de las fotos para su tablero de anuncios. Una especie de quién es quién para los que viven allí.
—Eso está bien —dije.
—Sí. Es muy triste verlos viviendo allí. La residencia no es muy agradable. ¿Sabías que la manera en que Estados Unidos trata a sus ancianos es bastante terrible en comparación con las políticas de otros países?
—No —admití.
No lo sabía.
—Es muy deprimente. Lo siento. Soy un aguafiestas, lo sé.
—No, es bueno que te importe. Apuesto a que ellos te quieren.
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Creo que sólo disfrutan de hablar con alguien diferente.
No sabía qué más decir. Atender a la gente era tan agotador. Y entonces empezaron a sonar las campanas.
—Tengo que irme —dije, subiendo más mi mochila en mi hombro.
—Disfruta de ese trabajo en equipo —gritó cuando volví al camino. Su voz era juguetona, burlona.
Me giré para mirarlo otra vez, su ligero cuerpo abultado con el grueso chaquetón, la cabeza encogida por el gorro de lana. Recordé mi conversación con Ruby, y me pregunté si se sentía ansioso en este momento. Parecía más relajado de lo que jamás lo había visto.
Había algo entrañable en él, sentado allí solo. Me resultaba familiar leer en silencio. Una parte de mí quería regresar y sentarme junto a Max, pero me dirigí a la biblioteca.