El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero

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El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero


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Paidós, Buenos Aires, 2007).

      Hoy en día no son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Por eso, la obra toda de Enrique Carpintero adquiere un valor definitivo cuando acepta el desafío y opone un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; un psicoanálisis capaz de resistir al arrasamiento subjetivo; una distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; una alternativa a los imperativos que nos pretenden productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.

      La obra toda de Enrique Carpintero se inscribe en una venerable tradición que se inició con el Freud de Psicología de las Masas y El Malestar en la Cultura, con el interlocutor de Einstein ante el porqué de la guerra; reconoce sus antecedentes en Spinoza y en Marx, en la Escuela de Frankfurt, en la producción de Wilhelm Reich. Aquí, en la Argentina, la cadena pasa por la gesta de los pioneros contra la psiquiatría manicomial hegemónica en la década del 40, por la psicoterapia de grupo y por el psicodrama cuando el psicoanálisis individual se postulaba como el único legítimo, por el grupo Plataforma que partió en dos al psicoanálisis mundial, por los equipos asistenciales de los Organismos de Derechos Humanos y las intervenciones en la fábricas recuperadas, por las nuevas formas de legislar la enfermedad y la salud mental.

      En esta etapa gris de la historia, en medio de una comunidad científica donde frecuentemente las instituciones demandan la sacralización de las teorías y donde los maestros exigen una adhesión acrítica; aquí, donde tan a menudo el anatema reemplaza a la controversia y, en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión; aquí, entre nosotros, Enrique Carpintero ha sabido construir con arduo trabajo e inteligencia un espacio para la producción teórica original que es, también, un espacio colectivo; espacio que con El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser adquiere una dimensión insoslayable por donde transitan León Rozitchner, Silvia Bleichmar, Fernando Ulloa a quienes, gracias a Enrique, extraño menos.

      Juan Carlos Volnovich

      Introducción

      Allí donde hay mucha luz, la sombra es más negra

      Johann Wolfgang Goethe

      El título de este libro alude a Freud; el subtítulo toma como referencia el pensamiento de Spinoza. Desde ambas perspectivas venimos trabajando hace muchos años para tratar de responder al reto que tiene el psicoanálisis de dar cuenta conceptualmente de nuestra época. Esto nos lleva a rescatar nociones que definen la particularidad de su práctica; pero también, modificar otras a partir de los nuevos paradigmas de nuestra época. Por ello nos proponemos dialogar con Freud. Dialogar con Freud supone entender que la metapsicología da cuenta de la organización de un aparato psíquico, pero no de su modo de funcionamiento que es histórico, social y político: Freud -como no podía ser de otra manera- era un hombre de su época. De allí que en la clínica se nos presenta la necesidad de modificar algunas conceptualizaciones teóricas que son insostenibles en la actualidad. Dialogar con Freud también implica reflexionar sobre aquello que lo lleva a instalar un antes y después en la concepción de lo que llamamos la corposubjetividad: la sombra del sujeto que no es solo la inclinación a la maldad, sino la razón de la misma en el no reconocimiento del otro.

      Creemos que el problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas. El otro genera Eros y es precisamente el Eros el que permite una razón apasionada. Una razón que da cuenta de uno mismo y de los otros en el colectivo social. Ahora bien, rechazar al otro no remite simplemente al narcisismo donde el sujeto queda atrapado en el juego del yo-yo; sino -deberíamos decir fundamentalmente- el que lo lleva al narcisismo primario en la búsqueda de una totalidad perdida. Allí, al no existir el otro humano, desaparece como sujeto de sus necesidades y deseos. Por ello sostenemos que no hay erotismo sin sombra; aún más, la sombra es lo que determina las múltiples formas en que se expresa el erotismo como una afirmación de la vida. Esta sombra es la que genera lo viviente sobre Eros. En definitiva la sombra de Eros es la de la misma condición humana: que somos seres finitos. Esta finitud esta presente desde nuestro nacimiento a partir del desvalimiento originario. Este agujero, esta falta se encuentra con lo viviente que necesita de un Primer otro que genere un espacio-soporte de la muerte-como pulsión para que el niño se encuentre con su potencia de ser.

      Si lo trágico da cuenta de nuestra entrada en el mundo es para indicarnos esa sombra del sujeto que lo inviste y tiende no solo a la violencia destructiva (misos), sino a la razón de la misma: anular la alteridad, hacer desaparecer al otro y, por lo tanto, a nosotros mismos. Su primera expresión es el amor sexual incestuoso entre el sujeto y el Primer otro. Es allí donde el tercero mediatiza ese deseo y esa pasión. Este crimen primordial, primero parricida y luego fratricida es la sombra de nuestra condición humana. Eros y pulsión de muerte.

      Fue Freud quien estableció que el crimen fundacional -el parricidio originario que describe en Tótem y tabú- es el deseo de unirse en una pasión incestuosa a la fuerza matricial. Unirse a una totalidad donde desaparece el otro. Para que esto no ocurra, la castración edípica organiza -subrayamos, organiza no “normaliza”- el aparato psíquico en la prohibición del incesto al instalar la alteridad soporte del desvalimiento originario. Por ello la tragedia de Edipo muestra las pasiones de nuestra condición humana. O, mejor, su inocultable ligazón. Es aquí donde el odio primario encuentra su expresión en la perversión como negativo del erotismo. Pero también en las manifestaciones humanas donde el mal no es una figura trascendente, sino inmanente a nuestra condición de sujetos. Esto nos lleva a la ética. Ética que debe dar cuenta del otro, en tanto un otro diferente, que me significa, ya que sin el otro no soy nada; aunque me pueda creer todo.

      Desde esta perspectiva nos proponemos recuperar la capacidad del amor en el reconocimiento del otro; allí aparece Eros como condición y posibilidad de encontrar nuestra potencia de ser. Pero no el amor puro que, al prescindir del otro, tiene su máxima expresión en el sacrificio que lleva a la muerte. El psicoanálisis sostiene que el amor no puede entenderse separado del odio. Ambos van juntos. No hay amor sin sombra; lo contrario es la oscuridad del desamor. Se inicia en la falta, pero su desarrollo es posible en la potencia de ser. El amor como potencia de ser es un acto creativo que permite producir un encuentro-desencuentro con el otro.

      De allí la importancia de rescatar una ética que se sostenga en un amor inmanente basado en la alteridad. El amor como punto de llegada y no de partida ya que, como sostiene Freud: “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.”

      Parte I

      La subjetividad del idiota

      Normalidad y normalización

      Los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león

      Baruch Spinoza

      Estrictamente hablando, la cuestión no es cómo ser curado, sino cómo vivir

      Joseph Conrad

      Capitulo 1

      La subjetividad del idiota plantea la pregunta

      ¿Cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?

      En la novela Cosmópolis de Don DeLillo un joven y arrogante millonario norteamericano viaja a través de New York, recorriendo la ciudad desde una punta a la otra para cortarse el pelo.

      El sueño se abstenía de visitarlo ahora más a menudo que antes, no ya una o dos veces por semana, sino cuatro, cinco incluso. ¿Cómo lo remediaba cuando le sucedía? No salía a dar largos paseos mientras se desplegaba el amanecer. No había amigo o amiga a los que tanto quisiera como para angustiarlos con una llamada a tales horas. ¿Qué le quedaba en firme? Era cuestión de silencios, no de palabras.

      Durante su viaje, que dura todo el día, queda atrapado en


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