Presencia y poder. Enric Lladó Micheli

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Presencia y poder - Enric Lladó Micheli


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llegamos a «cronificar» y mostramos alguna de estas perlas de manera sistemática, hasta en las situaciones más banales, sin saber ni si quiera muy bien por qué. Sin ser capaces de entender nuestro propio comportamiento, respondiendo de manera automática, incluso a nuestro pesar.

      En muchas ocasiones no somos conscientes de lo descentrados que podemos llegar a estar. Especialmente en estos tiempos que corren...

      La sensación de urgencia permanente

      Una señal inequívoca de que estás fuera de tu centro es esa sensación de urgencia permanente que puedes estar experimentando tanto en tu vida profesional, como en tu vida personal. La sensación de que todo es para ayer, de que todo corre prisa, de que no llegas a nada.

      Esa sensación pretende darte la capacidad de rendir más y más, de llegar a todos los plazos, de hacerte eficaz. Y, sin embargo, a la larga, consigue todo lo contrario: te agota, te desmotiva y te coloca fuera de tu centro de manera crónica.

      Voy a decirte algo que creo que necesitas saber y que puede que en un primer momento te resulte un tanto extraño: a no ser que seas bombero, médico de urgencias, soldado en el frente o piloto en pleno aterrizaje forzoso (por poner algunos ejemplos), lo tuyo no son urgencias reales.

      Te puedo demostrar mi afirmación muy fácilmente con el siguiente razonamiento: resulta que en tu día a día laboral tienes un montón de tareas supuestamente muy «urgentes» que hacer y que te generan esta sensación de urgencia permanente tan estresante. Y, sin embargo, te pones enfermo unos días, o incluso una semana, o dos semanas, y no solo no pasa absolutamente nada, sino que resulta que nadie se ocupa de hacer esas tareas supuestamente tan urgentes.

      Cuando regresas de tu baja allí siguen esas tareas, esperándote tranquilamente en la oficina.

      Coloquemos cada cosa en su lugar: lo nuestro no suelen ser urgencias.

      Pero ahora imaginemos que realmente lo fueran. Si ese fuera el caso, esa sensación de urgencia permanente probablemente no sería tu mejor aliado.

      Si alguna vez tienes la oportunidad de ver a los profesionales de las auténticas urgencias en acción, médicos, bomberos, soldados, verás que precisamente gestionan esas urgencias vitales con la máxima tranquilidad. Se entrenan para mantenerse centrados, equilibrados, para gestionar esas situaciones con calma, tranquilidad, energía y cabeza.

      «Keep calm and carry on» reza el eslogan de un póster producido por el gobierno del Reino Unido en 1939, diseñado para empapelar las calles de la nación ante la eventualidad de una invasión inminente (que afortunadamente nunca necesitaron emplear).

      Figura 4. El acertado eslogan cuya traducción sería: «Mantente calmado y sigue adelante».

      Tus «urgencias», probablemente no son urgencias. Y si lo son, la sensación de urgencia permanente más bien te puede perjudicar.

      Pero, además, esa sensación ni siquiera es de urgencia permanente. En realidad, si profundizas un poco en ella descubrirás que lo que estás sintiendo no es urgencia, sino que es otra cosa.

      Lo verás claro con otro ejemplo. Imagina que estás en tu puesto de trabajo y dentro de una hora tienes que entregar un informe de mil doscientas páginas, de elaboración súper compleja y que si no lo entregas a tiempo generarás un problema muy grande en tu departamento. Te juegas el puesto de trabajo.

      Mientras lo imaginas, lógicamente, aparece la dichosa sensación.

      Ahora imagina que el informe está prácticamente acabado y que lo único que te falta para poderlo entregar es rellenar una ficha con tus datos personales y firmar. Algo bien sencillo que puedes hacer en cinco minutos.

      La entrega del informe sigue siendo igualmente urgente e igualmente importante, pero la sensación de «urgencia» desaparece.

      ¿Por qué? Sencillamente porque lo que estás sintiendo no es urgencia sino sensación de falta de control. Ahora sí que le hemos puesto el nombre correcto a la sensación.

      Esa vibración tan molesta, que resuena en tu interior como los instrumentos del dentista en tu boca, que te impide ser tú mismo, que te impide funcionar en tu máximo nivel, es en realidad la sensación que se produce al pensar que no vas a llegar a tiempo para cumplir tus compromisos, urgentes, o no. Es sensación de falta de control.

      Para identificar rápidamente si te encuentras centrado –o más bien descentrado–, el mejor indicador suele ser la presencia de esa sensación, una supuesta sensación de urgencia que en realidad es falta de control.

      Esta sensación es consecuencia de estar fuera de tu centro, pero al mismo tiempo también es causa de ese «descentre» al retroalimentarlo.

      Porque cada vez que esa sensación se genera en ti, no solo te hace menos eficaz, sino que tu presencia vibra y resuena con ella, emitiéndola a tu alrededor. Los demás la perciben, se dan cuenta de tu falta de centro y por lo tanto de tu falta de control. Es inevitable que lo hagan. Y, como consecuencia, no solo sientes que no tienes el control sino que realmente no lo tienes, entre otras razones porque los demás no te lo van a dar.

      El control jamás se otorga al que no lo tiene ya.

      Acercándote al centro

      A lo largo de este libro veremos que el centro es un lugar lleno de recursos. Por ello cuanto más te acercas a él, mayor es la sensación de control.

      Esta sensación de control se acaba transmitiendo a través de las señales que envía tu cuerpo. Los demás captan esas señales y es eso precisamente lo que te coloca en una posición de influencia.

      Uno de mis antiguos jefes, un director de ventas del que aprendí mucho, era un auténtico maestro del control. Cuando subía a las reuniones del comité de dirección, hablaba bien poco. Dejaba que los demás lo hicieran, que discutieran entre ellos. Al cabo de un rato, cuando ya se habían “quemado” y estaban descentrados por la discusión, simplemente lanzaba sus propuestas. Y lo más interesante: las expresaba desde su centro, con confianza y tranquilidad.

      Esto hacía que los demás casi siempre se pusieran de su lado. Algunos, a veces, se ponían un poco nerviosos, les incomodaba su seguridad, su liderazgo. Y claro está, cuanto más nerviosos se ponían, menos convincentes resultaban y más control tenía él de la situación.

      A medida que te acercas al centro puedes sentir como la sensación de falta de control, desaparece y deja paso a una tranquila sensación de control.

      A diferencia de la sensación de urgencia permanente, precisamente podríamos describirla como de «no-tiempo», de presente permanente. Como si el tiempo no estuviera transcurriendo o como si el tiempo en realidad hubiera dejado de tener importancia. Presencia y presente son dos palabras prácticamente iguales. No es casualidad: estar presente en el aquí y ahora te acerca a tu centro.

      Cuanto más cerca estás del centro, mayor es la sensación de calma. Las vibraciones molestas van desapareciendo del cuerpo y van abriendo paso a una sensación de paz que curiosamente podríamos describir como falta de sensación.

      ¿Y qué encontraremos justo en el centro? Como iremos descubriendo a lo largo de esta obra, el centro es un punto que se caracteriza por un profundo vacío.

      En el centro no hay nada.

      Sólo un silencio generador desde el que precisamente surge todo aquello que necesitas en cada momento.

      El Tao es vacío,

      imposible de colmar

      y por ello inagotable en su acción.

      En su profundidad

      reside el origen de todas las cosas.

      Tao Te Ching, capítulo 4: La Singularidad del Tao

      El centro

      Podemos definir el centro como un estado interno de máxima capacidad personal que nos coloca en la posición óptima para influir y ejercer


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