Un verano con Clío. José Luis de Montsegur

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Un verano con Clío - José Luis de Montsegur


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y radiaciones del Sol. También nos protege de los meteoritos y asteroides, al menos de casi todos, que se desintegran al rozar con los gases atmosféricos, ya que alcanzan grandes temperaturas debido a sus altas velocidades de entrada.

      –Pero en un reportaje de televisión vi que los dinosaurios fueron exterminados por la caída de un asteroide; entonces la atmósfera no sirvió de mucho.

      –Claro Julio, te has dado cuenta del fallo que tenemos en nuestro planeta. Efectivamente, si un asteroide lo suficientemente grande llegara a la atmósfera, a pesar de perder parte de su masa, su tamaño le permitiría llegar a la superficie. Como consecuencia, debido a la enorme velocidad del impacto se produciría una explosión similar a la de varias bombas atómicas, incluso de miles dependiendo de su tamaño, lo cual generaría un invierno artificial temporal, pues las partículas de polvo y roca arrojadas a la atmósfera se mantendrían en suspensión durante años e impedirían que la radiación solar normal llegara a la superficie de la Tierra y a los océanos que sirven de termostato regulador de la temperatura.

      »De esta manera parece que desaparecieron los dinosaurios, ya que a la onda calórica de la explosión le sucedió un gigantesco huracán y un invierno artificial prolongado que acabó con las plantas que eran su base alimentaria. Primero murieron los herbívoros y luego los carnívoros, sin olvidar la enorme bajada de las temperaturas. Se supone que los dinosaurios eran animales de sangre fría, como los cocodrilos, sus parientes, o los lagartos y los varanos. El frío repentino debió paralizarlos casi por completo.

      –Así parece que fue; lo vi todo en un reportaje con modelos animados por ordenador. Fue emocionante –dijo Julio entusiasmado.

      –Pero no hay mal que por bien no venga, ya que gracias a que los dinosaurios desaparecieron, los mamíferos pudieron prosperar y hacerse grandes, y de ellos procedemos nosotros. Probablemente si ese asteroide no hubiera caído en aquella época hoy no estaríamos aquí tu tía, tú y yo; en definitiva, ningún ser humano existiría.

      »Pero sigamos con la atmósfera. Es rica en nitrógeno y oxígeno, lo que nos permite respirar y vivir. También tiene otros gases menos abundantes, como dióxido de carbono, hidrógeno, ozono y otros «gases nobles» en menores proporciones. También tiene nuestro planeta a su alrededor, mucho más lejos de la atmósfera, una protección magnética, los llamados «cinturones Van Hallen», que nos evitan los negativos efectos de los rayos cósmicos y del «viento solar», que son gigantescas emisiones de plasma, de partículas nocivas para la vida, que se desvían gracias a este oportuno escudo. Sin estos maravillosos escudos magnéticos tampoco sería posible la vida tal y como la conocemos.

      –Vale tío, pero ¿cómo empezó el Universo? Nunca he entendido bien eso del «Big Bang».

      Manuel se repantigó en el sillón haciendo crujir el mimbre. La pipa se le había apagado otra vez. La sacudió enérgicamente contra un cenicero de cristal situado sobre una mesita. Luego sacó del bolsillo un pequeño instrumento de metal y rascó la cazoleta, limpiándola de restos de tabaco quemado.

      –Disculpa Julio, tengo que volver a encenderla para terminar esta conversación; ya te he dicho que me ayuda a pensar; manías de viejo profesor.

      –No eres tan viejo tío, solo un poco mayor que mi padre.

      –Sí, le llevo cuatro años, pero parecen más. Tu padre se conserva estupendamente. Claro, no fuma y hace deporte, si yo pudiera…

      –Tú podrías si quisieras Manuel –dijo Cintia–, todo es cuestión de organizarse, y ya sabes lo que te dijo el médico.

      –Sí, sí, que tengo que hacer deporte y dejar de fumar. Un día de estos empezaré a hacer las dos cosas, lo prometo –al decir esta última frase le guiñó un ojo a Julio–. Las mujeres que nos aman se preocupan por nosotros. Ya verás cuando tengas pareja.

      »Bien –encendió la pipa con grandes bocanadas de placer–, estábamos con el principio de todas las cosas.

      –Claro tío, tuvo que haber un comienzo, ¿no?

      –Por supuesto. Las investigaciones parecen señalar que todo comenzó hace unos quince o dieciocho mil millones de años, cuando en nuestra dimensión se produjo un estallido de tales proporciones que ni siquiera podemos imaginar. Toda la materia que hay en el Universo –que es bastante– surgió en aquella explosión en forma de partículas subatómicas.

      –¿Las partículas subatómicas son los quarks? –preguntó dudoso Julio.

      –Efectivamente, una parte de ellas. Los quarks son las que forman los neutrones y los protones, pero también estaban los electrones, los bosones, los gluones, los fotones, en fin, toda una sopa desordenada de partículas infinitesimales que se expandían, y al mismo tiempo, al expansionarse, bajaba la tremenda temperatura inicial y la presión.

      –Entonces ¿estaba caliente?

      –No te puedes imaginar cuánto, millones de grados centígrados. Si toda la materia que hay en el Universo estaba concentrada y comprimida en un punto infinitesimal… ¿te imaginas qué temperatura y qué masa tendría?

      –No tío, una burrada.

      –Efectivamente, una «burrada» –sonrió al decir esta palabra– de calor. Pero al expandirse se iba enfriando, y al enfriarse, las partículas fueron agrupándose, formando el primer átomo. ¿Adivinas cuál?

      –Pues no sé tío, dame una pista.

      –Es el más sencillo de todos.

      –¡Ah claro! El hidrógeno; he sacado buena nota en Física y Química.

      –Me alegro. Efectivamente. El hidrógeno es el átomo más sencillo; solo tiene un protón y un neutrón en su núcleo, y un solitario electrón en órbita. Por eso, todavía hoy después de tanto tiempo transcurrido desde entonces, el hidrógeno es el elemento más abundante en el Universo.

      –¿Y cómo se formaron los restantes átomos? Porque existen un montón de elementos químicos diferentes.

      –Pues en los hornos estelares, es decir, se cocinaron dentro de las estrellas.

      –Pero primero tendrían que formarse las estrellas, ¿no? –preguntó Julio socarrón.

      –Claro Julio. Conforme fue expandiéndose la sopa de partículas y se enfriaba, comenzó a llenarse todo de hidrógeno. Por fortuna la explosión inicial tuvo irregularidades, no fue totalmente homogénea en toda su superficie. Gracias a este fenómeno, el gas empezó a concentrase en nubes, y esas nubes, por efecto de la gravedad, se fueron comprimiendo y adoptando formas esféricas. La presión originada por la contracción de las esferas de gas consiguió subir la temperatura interior y lo hizo hasta tal punto que los átomos de hidrógeno empezaron a fusionarse entre sí originando otro elemento diferente. ¿Sabrías decirme cuál?

      –Lo estudié en la tabla periódica de los elementos de Mendeliev; creo recordarlo… era ¡el helio!

      –¡Efectivamente Julio! El helio tiene dos protones y dos neutrones en su núcleo, resultado de la fusión de dos átomos de hidrógeno. ¿Y qué pasa cuando se rompe la fuerza que une los protones y los neutrones de los núcleos de los átomos y estos se fusionan formando un nuevo elemento?

      –Pues que se genera un montón de energía.

      –¡Otra vez has acertado! Veo que la Física se te da mejor que la Historia. Así es que cuando se fusionan los átomos de hidrógeno se produce una explosión termonuclear, o lo que llamamos una bomba de hidrógeno, mil veces más potente y devastadora que una bomba atómica que se fundamenta en lo contrario, la rotura del núcleo atómico.

      –Sí, pero aún quedan muchos más elementos químicos por fabricar.

      –Claro Julio, ten paciencia. Cuando una estrella va quemando el hidrógeno y este se va convirtiendo en helio, llega un momento en el que consume casi todo el gas hidrógeno, y entonces empieza a gastar el helio que se fusiona para formar otro elemento y así sucesivamente, hasta que explota originando una supernova o se dilata tremendamente


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