El trabajo de tu vida. Ignacio Álvarez de Mon

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El trabajo de tu vida - Ignacio Álvarez de Mon


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la felicidad haciendo felices a los demás y que ponen al ser humano y a su entorno como el fin primero y último, la razón de ser de su empresa. El beneficio económico, importante, fundamental, no deja de ser un medio al servicio de un fin superior.

      El fin superior coincide con la férrea voluntad de contribuir, al máximo de sus posibilidades, a la resolución de un problema social. Estos son algunos de los problemas que estos empresarios sociales tratan de paliar: la contaminación del plástico que inunda los mares; la escasez de agua como bien de primera necesidad en los lugares más pobres del planeta; la despoblación rural y el abandono de nuestros mayores; el consumo masivo, artificial e injusto que penaliza a los productores locales en favor de una intermediación abusiva; un sistema educativo que no da las mismas oportunidades a los que no tienen medios económicos; enfermedades como la diabetes o la epilepsia, que interfieren seriamente en el desenvolvimiento de la vida normal de mucha gente… Como empresarios, sus soluciones no parten de subvenciones o de aportaciones caritativas, sino de una doble cuenta de resultados, económica a la vez que social, basada en la prestación de servicios y el desarrollo de productos altamente competitivos que hacen que sus emprendimientos sean sostenibles. Como empresarios con impacto social, tienen un doble entendimiento, una doble mirada: económica y social, eficiente y humana, productiva y compasiva.

      Estos empresarios sociales encuentran en su vida la posibilidad de trabajar en pos de un propósito elevado que además conecta con un sentido de misión personal. ¿Qué hace que este propósito sea elevado? La íntima sensación de que en su consecución dan lo mejor de sí y a la vez contribuyen a la obtención de un bien general superior. ¿Quién los apodera o faculta en este sentido de misión personal? Ellos mismos, el encuentro con su verdadera esencia y naturaleza, el desarrollo de su pleno potencial.

      ¿Por qué la necesidad de tener un propósito en la vida? ¿Qué nos aporta tener ese propósito? Nos ayuda a distinguir lo relevante de lo accesorio, aclara nuestras prioridades porque otorga «alta intención» a nuestras actuaciones y nos convierte en una herramienta de generación de prosperidad para todos dándonos una razón por la que trascender.

      La idea de propósito y su potencia parten de una convicción o creencia previa que todos nuestros personajes comparten: que todos y cada uno de nosotros tenemos un «yo auténtico», una «naturaleza especial», una manera particular e intransferible de «yo verdadero» al que podemos renunciar si queremos, pero no sin consecuencias. Nuestros empresarios sociales se consideran unos privilegiados, no exentos de esfuerzos y sacrificios, pero sabedores de que se dedican a lo que mejor saben hacer y lo que más les gusta, al servicio de aquello en lo que más creen.

      ¿Cómo logran estas personas saber lo que más les va, lo que más conecta con su naturaleza, lo que se relaciona más espontáneamente con sus talentos y valores? La respuesta es doble: experimentación y reflexión. Como todas las cosas interesantes y complejas de la vida, la mezcla correcta de estos dos ingredientes requiere equilibrio y un adecuado manejo de la paradoja que es el ser humano. Por un lado, hay que forzarse a llegar donde no es fácil, asumir riesgos, aventurarse hacia lo desconocido sin ninguna certeza de lo que se va a encontrar, asumir el fracaso como oportunidad, no como derrota. Por otro, hay que reflexionar, contar hasta diez, calcular costes y beneficios, controlar los riesgos que se asumen, minimizar en lo posible los daños. En todo caso, siempre hay un componente añadido fundamental para acabar llegando a la meta final: el trabajo duro, la persistencia, la voluntad.

      La auténtica felicidad, en el sentido aristotélico del término, es la experiencia de una vida plena, acorde a las propias posibilidades y potencialidades. Esta felicidad a largo plazo valida al individuo que la experimenta. Esa validación es la confirmación de que uno actúa en función de sus fortalezas, de sus virtudes. Los personajes de este libro son reales, de carne y hueso, y aterrizan todas estas ideas en algo tangible, concreto, aprehensible, que podemos contrastar: su proyecto de empresa social.

      Cada proyecto en el que nos embarcamos ha de ser personal e intransferible, conforme a los propios criterios; propios y verdaderos, aquí no vale fingir. Nuestros empresarios sociales se plantean todos los días de su vida objetivos intrínsecamente interesantes para ellos, arduos y difíciles pero satisfactorios en sí mismos, reconfortantes en el camino hacia su consecución. Su felicidad es auténtica, basada en una vida auténtica, en función de objetivos auténticos.

      Los personajes de este libro se enfrentan a dilemas, incertidumbres, decisiones difíciles que tomar… La fidelidad a sí mismos, a sus valores, les es esencial. Los valores no son tanto reglas que nos gobiernan como referencias que nos sirven de guía y que marcan el rumbo de nuestra actuación cuando hay un propósito detrás. Los valores se eligen libremente, no se imponen; van con nosotros, evolucionan, no son fijos; orientan, no constriñen; son activos y ayudan a vivir una vida más cercana a la que se quiere vivir; liberan de presiones sociales; y, finalmente, facilitan la propia aceptación, cuestión relevante para llevar una vida equilibrada y saludable. No obstante, un valor solo es de verdad cuando se practica, cuando se vive de acuerdo a él. Los proyectos empresariales de nuestros empresarios sociales son la manifestación práctica de sus valores personales.

      Nuestros protagonistas organizan sus vidas en torno a sus valores y las ligan a proyectos con propósito que los conectan con otras personas afines. Cuando uno encuentra su propia voz inspira a otros a encontrar la suya. Ser fiel a uno mismo, coherente con las propias convicciones, nos hace influyentes sobre los demás. La coherencia personal es el primer y último filtro. Propósito, valores, convicciones, ideales… todo pasa por ese listón final. Lo que hacemos en el día a día es lo que marca nuestra identidad, nuestra personalidad. Las personas somos historias, narrativas basadas en acciones que ejecutamos cotidianamente. Actuamos en función de cómo somos y somos según cómo actuamos. Nuestras acciones nos hacen y nos definen. Nuestros empresarios sociales hablan desde su actuación.

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      Sorbos

      Pasión, creatividad y conciencia medioambiental

      Si pudiera concederme un deseo, no pediría riqueza ni poder, sino el sentido del apasionamiento hacia lo que puede llegar a ser, por el ojo que, siempre joven y ardiente, ve lo posible. El placer defrauda, la posibilidad no lo hace nunca. ¿Qué vino es más aromático, más incitante, más embriagador que la excitante posibilidad?

      Soren Kierkegaard, Estudios estéticos

      La patria del hombre son sus ilusiones.

      Enrique Rojas, La conquista de la voluntad

      No queramos dominar la mente solo a fuerza de voluntad, antes bien aprendamos a manejar la mente haciendo ir primero delante al sentimiento, la emoción. La mente sigue de un modo general a la emoción. El interés es lo que permite que la persona registre con claridad las cosas.

      Antonio Blay, La personalidad creadora

      Inconsciencia planetaria

      Cierto es que la humanidad ha tenido grandes avances en los últimos años. La salud de la población mundial ha mejorado considerablemente (como la elevación de la esperanza de vida de 47 años a 69 en los últimos 50 años). La pobreza extrema se ha reducido (700 millones menos de pobres en los últimos 30 años). Ha habido grandes avances en sanidad pública, educación,


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