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Читать онлайн книгу.social y jurídica de la mujer iba a la par con la precariedad del país, a pesar de la bonanza económica que había traído décadas antes el triunfo sobre Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico. Considerada jurídicamente menor de edad, tanto la soltera como la casada, la vida de la mujer se desenvolvía en torno al hogar.
En esta novela, publicada en 1915, la autora describe sus sentimientos como extranjera en Estados Unidos. (Gentileza Memoria Chilena).
Su situación educacional era también precaria. Como escribe en su Evolución femenina, trabajo fruto de su participación en 1954 en el ciclo de extensión de la Universidad de Chile sobre desarrollo del país en la mitad del siglo XX, “con una población de un millón 500 mil habitantes en el alba del siglo, Chile apenas contaba con 1.717 niñas que realizan estudios secundarios; asistían a Escuelas Normales y 394 a escuelas técnicas”. Cuenta Samuel Lillo que cuando Matilde Brandau, primera abogada titulada en el país, fue invitada a hablar en el Ateneo, algunos miembros se dirigieron al secretario para plantear “la inconveniencia de dejar subir a una niña a una tribuna que estaba conquistando el aprecio de los hombres serios”.
Memorias del escritor segundo, recopilación que escribió Emma Salas a partir de los recuerdos que encontró entre los papeles de Darío Salas, aporta múltiples testimonios sobre la vida de Amanda Labarca. Entre ellos había ejemplares de la Revista de la Asociación de Educación Nacional, de la cual fue secretaria general, detalles de su participación entre 1907 y 1930 en las Conferencias Populares y Programas de Extensión, tanto para obreros como para público en general; también su novela En tierras extrañas, donde describe sus sentimientos como extranjera en Estados Unidos. En un pequeño volumen de retazos literarios compilados por José Santos González Vera, denominado Desvelos en el alba, puede leerse una confesión que habla de las luces y sombras que acompañan a Amanda: “Tengo la impresión que íntimamente soy un ser sin riberas, equivale a decir sin un cauce profundo. Me atraen minuto a minuto tentaciones heterogéneas… y toda mi vida he luchado íntimamente entre la dispersión y la continuidad, entre mi naturaleza que rehúye linderos y mi inteligencia que me obliga a comprender que si no me especializo, si no cavo mi cauce, mis energías se dispersarán en el viento”. Su reflexión, tan íntima como concisa, resume inmejorablemente los fantasmas que poblaban la mente de una mujer moderna, interesada, curiosa y comprometida, enfrentada a la necesidad de habitar un siglo XX que vislumbraba acertadamente en sus exigencias de especialización y conocimiento científico.
Sin fronteras
Gentileza de Memoria Chilena.
Inquieta como era, se convenció muy luego de que el desarrollo de su carrera requería de vínculos internacionales. Por eso se animó a viajar muy tempranamente (o temprano para lo que estilaba una mujer). De hecho, su primer periplo fue en barco, en 1910. Debió ir por tierra a Buenos Aires para abordar el vapor que la llevó a Nueva York.
La mayoría de sus viajes al extranjero estuvieron vinculados con organizaciones de mujeres. Estaba convencida de la importancia de la labor asociativa, así como de la necesidad que tenían los movimientos de mujeres de insertarse en una gran corriente internacional. Tenía también confianza en que el contacto internacional y el perfeccionamiento que se podía obtener fuera del país serían necesarios para su carrera.
Realizó una estadía de perfeccionamiento en el Teachers College de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, donde tuvo como profesor a John Dewey, quien inspiró muchas de sus posteriores ideas en torno a política educativa. También estuvo en La Sorbonne de París, donde estudió literatura, filosofía y filología.
En 1918 volvió a Estados Unidos, comisionada por el gobierno para estudiar el sistema escolar, al igual que lo había hecho Domingo Faustino Sarmiento en la década de 1840. De esta experiencia surgió su texto La educación secundaria en Estados Unidos. Luego siguieron varios otros viajes, representando a Chile en eventos internacionales de educación y otros temas, además de los que involucraban a la mujer. En 1927, su esposo Guillermo fue exiliado a Mendoza por la dictadura de Ibáñez y Amanda perdió sus cargos próximos al Estado durante cuatro años.
Nombrada embajadora en 1946 por el gobierno del presidente Gabriel González Videla, representó a Chile ante las Naciones Unidas. También tuvo el honor de ser la primera mujer en un cargo de esta naturaleza. Asimismo, participó en la OEA y en la Comisión Jurídica de la Mujer en las Naciones Unidas, llegando a ser jefa de la Sección Status de la Mujer, con sede en Nueva York, oportunidad en que le correspondió participar de la Conferencia de Mujeres de Beirut. Y, para lo que debió ser una de sus grandes alegrías, siendo funcionaria de la ONU representó al organismo en su propio país en la ceremonia de promulgación de la ley que otorgó el voto femenino para elecciones presidenciales y parlamentarias, efectuada en 1949 en el Teatro Municipal y presidida por el Presidente de la República Gabriel González Videla.
Durante otro viaje, esta vez en 1954 a Montevideo, mientras asistía a la Asamblea General de la UNESCO, Guillermo Labarca murió de un infarto. Duro golpe que enfrentó, dice su nieta, sin quejas pero con luto.
Amanda educadora
En 1993 se fundó el Liceo que lleva su nombre en la comuna de Vitacura.
Consecuente con su convencimiento de que solo el trabajo asociativo o comunitario rinde frutos, Amanda concebía la educación como un compromiso conjunto entre familia, profesorado y alumnos. En su artículo “Diez años de instituciones femeninas” (1925), afirma que “sueña con el momento en que vea reunidas a agnósticas y católicas, a patricias y humildes proletarias en un mismo templo de concordia, de amor a nuestra causa común”.
Su exitosa carrera, la que la ha inmortalizado como educadora, fue fruto de su especialización, pero también de su convencimiento de que la educación era el medio más preciso y fecundo para lograr el cambio social. De ahí su profunda vocación: de profesora en la Escuela Normal Nº 3, pasó al Liceo de Niñas Nº 2, y luego a directora del Liceo Nº 5 en 1916. Cuatro años más tarde ganó un concurso extraordinario en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, con lo que se convirtió en la primera mujer académica del país. Solo ella logró en esos años compartir el estrado con intelectuales que la doblaban en edad y experiencia, como cuando participó de una de las primeras Temporadas de Extensión Universitaria de la Universidad de Chile, que organizó el rector Valentín Letelier. Tenía apenas 20 años y ya lograba que la escucharan disertando sobre la novela hispanoamericana eminencias como el médico Juan Serapio Lois, el pintor Juan Francisco González y el profesor Enrique Nercaseaux.
Pero, como era de esperar, pagó su precio. Ya se sabe: los enemigos del cambio no descansan. Entonces, cuando fue designada Directora del Liceo de Niñas Nº 5, el Partido Conservador se opuso ¡por no considerarla idónea para tratar con adolescentes! Firme contra esta intervención, el presidente Juan Luis Sanfuentes tuvo que enfrentar una crisis de gabinete, pero logró derrotar a los conservadores.
Amanda era una mujer universal. Difícil verla en la sala de clases, junto a las niñas del futuro, sin que al mismo tiempo pensara en sus oportunidades y derechos. Pionera en lo que hoy se llamarían visiones de género, en 1932 impulsó la creación del Liceo Pedagógico Experimental Manuel de Salas, dependiente de la Universidad de Chile, y primera institución donde hombres y mujeres compartieron la educación secundaria. No en vano, Juvenal Hernández, rector de la Universidad de Chile, la llamó “una de las mujeres con más talento que ha producido el país”, y le encomendó en 1934 la dirección general de la Extensión Cultural Universitaria, la dirección de las Escuelas de Temporada y la contratación de intelectuales nacionales e internacionales para realizar los cursos.
Demás está remarcar lo revolucionario de sus iniciativas educacionales, para las cuales buscó cobijo político