Cómo beneficiarse de la palabra. A. W. Pink

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Cómo beneficiarse de la palabra - A. W. Pink


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de Satán, y será tan efectivo para preservarnos del pecado como la Palabra de Dios recibida con afecto: «La ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no resbalarán» (Salmo 37:31). En tanto que la verdad se mantiene activa en nosotros, agitando nuestra conciencia, y es realmente amada, seremos preservados de caer. Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar, dijo: «¿Cómo haría yo este gran mal y pecaría contra Dios?» (Génesis 39:9). La Palabra estaba en su corazón, y por tanto tuvo poder para prevalecer sobre el deseo; la santidad inefable, el gran poder de Dios que es capaz a la vez de salvar y de destruir. Nadie sabe cuándo va a ser tentado: por tanto es necesario estar preparado contra ello. «¿Quién de vosotros dará oídos... y escuchará respecto al porvenir?» (Isaías 42:23). Sí, hemos de ver venir el futuro y estar fortalecidos contra toda eventualidad, parapetándonos con la Palabra en nuestros corazones para los casos inesperados.

       7. Una persona se beneficia espiritualmente cuando la Palabra hace que practique lo opuesto al pecado.

      «El pecado es la transgresión de la ley» (1ª Juan 3:4). Dios dice: «Harás esto», el pecado dice: «No harás esto»; Dios dice: «No harás esto», el pecado dice: «Haz esto» Así pues, el pecado es una rebelión contra Dios, la decisión de seguir «por su [propio] camino» (Isaías 53:6). Por tanto el pecado es una especie de anarquía en el reino espiritual, y puede compararse a hacer señales con una bandera roja en la cara de Dios. Por otra parte, lo opuesto a pecar contra Dios es el someterse a Él, tal como lo contrario al desenfreno y licencia es el sujetarse a la ley. Así, el practicar lo opuesto al pecado es andar en el camino de la obediencia. Esta es otra razón principal por la que se nos dieron las Escrituras: para dar a conocer el camino que es agradable a Dios. Son provechosas no sólo para reprender y corregir, sino también para «instruir en justicia».

      Aquí, pues, hay otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos. ¿Son mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos y obras regulados por la Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: «Sed obradores de la palabra, no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1: 22). Es así que se expresa la gratitud y afecto a Cristo: «Si me amáis guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Para esto es necesario la ayuda divina. David oró: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia» (Salmo 119:35). «No sólo necesitamos luz para conocer el camino, sino un corazón para andar en él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes; y los impulsos efectivos de la gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones. No bastará para hacer nuestro deber el tener una noción estricta de las verdades, a menos que las abracemos y las sigamos» (Manton). Notemos que es «la senda de tus mandamientos»: no un camino escogido por nosotros mismos sino uno ya trazado por Dios; no es una «carretera» pública, sino un «camino» privado.

      Que el autor y el lector con sinceridad y diligencia se midan, como en la presencia de Dios, con las siete medidas que hemos enumerado. ¿Te ha hecho el estudio de la Biblia más humilde, o más orgulloso, orgulloso del conocimiento que has adquirido? ¿Te ha levantado en la estimación de tus prójimos, o te ha conducido a tomar una posición más humilde delante de Dios? ¿Te ha producido un aborrecimiento más profundo y una prevención contra ti mismo, o te ha hecho más indulgente y complacido de ti mismo? ¿Ha sido causa de que los que se relacionan contigo, o quizá aquellos a quienes enseñas, digan: Desearía tener tu «conocimiento» de la Biblia; o te ha hecho decir a ti: Señor, dame la fe, la gracia y la «santidad» de mi amigo, de mi maestro? «Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos» (1ª Timoteo 4:15).

      Las Escrituras y Dios

      Las Sagradas Escrituras son totalmente sobrenaturales. Son una revelación divina. «Toda Escritura es inspirada por Dios» (2ª Timoteo 3:16). No es meramente que Dios elevara la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que Él les comunicara los conceptos sino que les dictó las mismas palabras que usaron. «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2ª Pedro 1:21). Cualquier «teoría» humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es una treta de Satán, un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está estampada en cada página. Escritos tan santos, tan celestiales, tan tremendos, no pueden haber sido creados por el hombre.

      Las Escrituras nos hacen conocer a un Dios sobrenatural. Esto puede ser una expresión innecesaria pero hoy es necesario hacerla. El «dios» en que creen muchos cristianos profesos se está volviendo más y más pagano. El lugar prominente que los «deportes» ocupan hoy en la vida de la nación, el excesivo amor al placer, la abolición de la vida del hogar, la falta de pudor escandalosa de las mujeres, son algunos de los síntomas de la misma enfermedad que trajo la caída y desaparición de imperios como Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Y la idea que tiene de Dios, en el siglo veinte, la mayoría de la gente en países nominalmente «cristianos» se está aproximando gradualmente al carácter adscrito a los dioses de los antiguos. En agudo contraste con ello, el Dios de las Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no podría haberlos inventado.

      Dios sólo puede sernos conocido por medio de su propia revelación natural. Aparte de las Escrituras, incluso una idea teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el «mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría» (1ª Corintios 1:21). Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Dios es «un Dios desconocido» (Hechos 17:23). Pero se requiere algo más que las Escrituras para que el alma conozca a Dios, le conozca de modo real, personal, vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy. Las prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento de química estudiando libros de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual; pero no espiritual. Un Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir, conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de Él mismo en el corazón. «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2ª Corintios 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que sólo «en su luz veremos la luz» (Salmo 36:9).

      Dios puede ser conocido sólo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: «A menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). La persona no regenerada no tiene conocimiento espiritual de Dios. «Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente» (1ª Corintios 2: 14). El agua, por sí misma, nunca se levanta del nivel en que se halla. De la misma manera el hombre natural es incapaz de percibir lo que trasciende de la mera naturaleza. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti el único Dios verdadero» (Juan 17:3). La vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en 1ª Juan 5:20: «Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna.» Sí, un «conocimiento», un conocimiento espiritual, debe sernos dado por una nueva creación, antes de que podamos conocer a Dios de una manera espiritual.

      Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconocen totalmente la multitud de miembros de nuestras iglesias. La mayor parte de la «religión» de estos días no consiste en nada más que unos retoques al «viejo Adán». Es simplemente adornar sepulcros llenos de corrupción. Es una forma externa. Incluso cuando hay un credo sano, la mayoría de las veces no se trata de nada más que de ortodoxia muerta. No hay por qué maravillarse de esto. Ha ocurrido ya antes. Ocurría cuando Cristo se hallaba sobre la tierra. Los judíos eran muy ortodoxos. Al mismo tiempo estaban libres de idolatría. El templo se levantaba en Jerusalén, se explicaba la Ley, se adoraba a Jehová. Y sin embargo Cristo les dijo: «El que me envió


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