Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective. Эдгар Аллан По
Читать онлайн книгу.Está seguro de que no era francés, pero no de que fuera la voz de un hombre. Podría haber sido de una mujer. No está familiarizado con el idioma italiano. No pudo distinguir las palabras, pero está seguro por la entonación de que el hablante era italiano. Conocía a madame L. y a su hija. Había conversado con ambas a menudo. Estaba convencido de que la voz aguda no era de ninguna de las dos fallecidas.
… odenheimer, restaurador. Este testigo se ofreció a declarar voluntariamente. No habla francés, fue interrogado mediante un intérprete. Es natural de Ámsterdam. Pasaba por delante de la casa en el momento de los gritos. Éstos duraron varios minutos, probablemente diez. Eran prolongados y fuertes, muy imponentes y angustiosos. Es una de las personas que entraron en el edificio. Confirmó los testimonios previos en todos los aspectos, salvo uno. Estaba seguro de que la voz aguda era de un hombre, de un francés. No pudo distinguir las palabras que decía. Eran potentes y rápidas, desiguales, pronunciadas en apariencia tanto con miedo como con rabia. La voz era estridente, más que aguda, estridente. No diría que era una voz aguda. La voz ronca dijo varias veces «sacré» y «diable», y una vez «mon Dieu».
jules mignaud, banquero, de la firma Mignaud et Fils, rue Deloraine. Es Mignaud padre. Madame L’Espanaye tenía algunos bienes. Había abierto una cuenta en su banco en la primavera del año 18… (ocho años antes). Hacía frecuentes depósitos de pequeñas sumas. No había retirado nada hasta tres días antes de su muerte, cuando sacó en persona la suma de cuatro mil francos. Esta suma se pagó en oro, y un empleado fue hasta la casa con el dinero.
adolphe le bon, empleado de Mignaud et Fils, declara que el día de autos, sobre el mediodía, acompañó a madame L’Espanaye a su residencia con los cuatro mil francos, repartidos en dos bolsas. Al abrir la puerta apareció mademoiselle L. y tomó de manos del empleado una de las bolsas, mientras que la anciana cogía la otra. Entonces él saludó con una inclinación y se marchó. No vio a nadie en la calle en ese momento. Es una calle lateral, muy solitaria.
william bird, sastre, declara que iba con el grupo que entró en la casa. Es inglés. Lleva dos años viviendo en París. Fue uno de los primeros en subir las escaleras. Escuchó voces que discutían. La voz ronca era de un francés. Pudo distinguir varias palabras, pero ahora no las recuerda todas. Oyó claramente «sacré» y «mon Dieu». Se produjo un ruido en ese momento, como de varias personas peleando, un ruido fuerte de arrastre y forcejeo. La voz aguda era muy fuerte, más fuerte que la ronca. Está seguro de que no era la voz de un inglés. Parecía de un alemán. Podría haber sido una voz de mujer. El testigo no entiende el alemán.
Cuatro de los testigos nombrados anteriormente, convocados por segunda vez, declararon que la puerta de la habitación en la que fue encontrado el cuerpo de mademoiselle L. estaba cerrada por dentro cuando llegó el grupo. Todo estaba en perfecto silencio, ni gemidos ni ruidos de ninguna clase. Al forzar la puerta no vieron a nadie. Las ventanas, la de la habitación trasera y la frontal, estaban cerradas y aseguradas desde dentro. Una puerta que hay entre las dos habitaciones estaba cerrada, pero no con llave. La puerta de la habitación delantera que da al pasillo estaba cerrada con llave, con ésta puesta por dentro. Una pequeña habitación delantera situada al principio del pasillo del cuarto piso, estaba abierta, con la puerta entornada. Esta habitación estaba abarrotada de colchones viejos, cajas y cosas así. Todo este contenido se retiró y se inspeccionó. No hubo un milímetro de ninguna estancia que no se inspeccionara minuciosamente. Se frotaron los tubos de las chimeneas con deshollinadores. La casa tenía cuatro pisos y buhardillas. Una trampilla situada en el techo estaba firmemente asegurada con clavos y parecía llevar años sin usarse. El tiempo transcurrido desde que se oyeron las voces que discutían hasta que se forzó la puerta de la habitación fue establecido por los testigos de diferentes formas. Algunos calcularon que fueron sólo tres minutos; otros lo alargaron hasta cinco. Costó mucho abrir la puerta.
alfonzo garcio, de la funeraria, declara que reside en la rue Morgue. Es natural de España. Estaba en el grupo que entró en la casa. No subió las escaleras. Es nervioso y le preocupaban las consecuencias de tanta agitación. Escuchó las voces que discutían. La voz ronca era de un francés. No pudo distinguir lo que decía. La voz aguda era de un inglés, está seguro de esto. No entiende el inglés, pero juzga por la entonación.
alberto montani, confitero, declara que estaba entre los primeros que subieron las escaleras. Escuchó las voces en cuestión. La voz ronca era de un francés. Distinguió varias palabras. La persona que hablaba parecía estar protestando. No pudo distinguir las palabras de la voz aguda. Hablaba con rapidez y de manera atropellada. Cree que era la voz de un ruso. Corrobora el testimonio general. El testigo es italiano. Nunca ha hablado con un natural de Rusia.
Varios testigos, convocados por segunda vez, declararon que las chimeneas de todas las habitaciones de la cuarta planta eran demasiado estrechas para permitir que pasara un ser humano. Al decir «deshollinadores» se referían a cepillos cilíndricos para deshollinar, los que emplean quienes limpian las chimeneas. Estos cepillos se pasaron arriba y abajo por todos los humeros de la casa. No hay ningún pasillo trasero por el que alguien hubiera podido bajar mientras el grupo subía las escaleras. El cuerpo de mademoiselle L’Espanaye estaba tan firmemente encajado en la chimenea que no pudo extraerse hasta que cuatro o cinco hombres del grupo unieron sus fuerzas.
paul dumas, médico, declara que lo llamaron al amanecer para que examinara los cuerpos. Entonces los dos yacían sobre el armazón de la cama de la habitación en la que se encontró a mademoiselle L. El cadáver de la joven estaba muy magullado y excoriado. El hecho de haber sido encajado en la chimenea sería suficiente explicación para este aspecto. La garganta estaba muy lacerada. Tenía varios arañazos profundos debajo de la barbilla, además de una serie de manchas amoratadas que eran obviamente marcas de dedos. La cara estaba horriblemente pálida, y los globos oculares sobresalían. La lengua estaba mordida en parte. Se encontró una gran magulladura en el estómago, producida, al parecer, por la presión de una rodilla. En opinión del señor Dumas, mademoiselle L’Espanaye había muerto asfixiada por una persona o personas desconocidas. El cuerpo de la madre estaba horriblemente mutilado. Todos los huesos de la pierna y el brazo derechos estaban, en mayor o menor medida, rotos. La tibia izquierda muy astillada, al igual que todas las costillas del lado izquierdo. Todo el cuerpo sumamente magullado y macilento. Era imposible precisar cómo fueron causadas las heridas. Un pesado garrote de madera, o una barra de hierro gruesa, una silla, cualquier arma grande, pesada y roma podría haber producido tales resultados empuñada por las manos de un hombre robusto. Ninguna mujer podría haber infligido esos golpes con ningún arma. La cabeza de la fallecida, cuando la vieron los testigos, estaba por completo separada del cuerpo y también muy golpeada. A todas luces, la garganta había sido cortada con algún instrumento muy afilado, probablemente una navaja de afeitar.
alexandre etienne, cirujano, fue llamado junto con monsieur Dumas para examinar los cuerpos. Corroboró el testimonio y las opiniones de su colega.
No se obtuvo más información de importancia, aunque varias personas más fueron interrogadas. Nunca un asesinato tan misterioso y desconcertante en todos sus detalles se había cometido en París, si es que en realidad se ha cometido un asesinato. La policía está completamente desorientada, una circunstancia inusual en asuntos de esta índole. No hay, sin embargo, ni sombra de una pista clara.
La edición vespertina del periódico señalaba que seguía habiendo una gran agitación en el Quartier St. Roch, que el edificio en cuestión había sido minuciosamente examinado de nuevo y que se habían realizado más interrogatorios a testigos, pero todo sin resultado. Una nota final, empero, mencionaba que Adolphe Le Bon había sido arrestado y encarcelado, aunque en vista de los hechos ya detallados, nada parecía incriminarlo.
Dupin parecía singularmente interesado en el desarrollo de este asunto, al menos así lo juzgué por su actitud, porque no hizo ningún comentario. Sólo después del anuncio de que Le Bon había sido encarcelado me preguntó mi opinión sobre los asesinatos.
Yo sólo pude mostrarme de acuerdo con todo París respecto a considerarlos un misterio irresoluble. No veía de qué manera se podría encontrar al asesino.
–No podemos opinar sobre la manera –dijo Dupin–, con esta investigación tan superficial. La policía de París, tan elogiada