Donde Habitan Los Ángeles. Emmanuelle Rain

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Donde Habitan Los Ángeles - Emmanuelle Rain


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yo quien os da las gracias por haberme escuchado, otros se habrían echado unas risas y me habrían dado puerta con alguna excusa.

      —¿Te sucede a menudo, Magda? —La voz de la mujer era música para sus oídos, lo más bello que jamás había escuchado y visto—. Me refiero a que no te tomen en serio.

      —Pensándolo bien, tampoco con demasiada frecuencia. No voy por ahí aireando mis capacidades psíquicas… Tengo que irme ya, no puedo llegar tarde al trabajo. —Abrió la bolsa y sacó una tarjeta que le dio a Terence—. Este es el número de la tienda donde trabajo, por si todavía necesitáis a Mori, que parece que se ha mudado permanentemente a mi cabeza… Ha sido un placer.

      Cuando se disponía a girarse hacia la salida, vio entrar a un hombre muy alto, cerca del metro noventa, de pelo y ojos oscuros, y vestido de negro de arriba a abajo, justo como los demás.

      La invadió un doloroso recuerdo, como si le dieran una patada en el estómago. Se tambaleó ligeramente mientras le observaba, sin percatarse de inmediato de la relación que les unía.

      —¿Estás bien? —Sante se acercó a ayudarla, pero ella lo paró haciendo un gesto con la mano.

      —Sí… sí. Yo… estoy bien, creo.

      —¡Magda! ¿Eres tú?

      «No puede ser, joder, no puede ser uno de aquellos hombres....», pensó Magda.

      —Debo marcharme —dijo mientras salía lo más rápido que pudo de la casa.

      —¿Jess?

      Escuchó cómo uno de sus compañeros lo llamaba, pero estaba demasiado aturdido como para prestarle atención y corrió hacia la pelirroja muchacha.

      —Magda, espera. —Se paró en mitad de la entrada, sin decir una palabra ni girarse para mirar al hombre que la había seguido fuera de la gran casa—. Espera, por favor —le pidió Jess—. Yo… ¿estás bien? —Magda dio media vuelta y lo miró de reojo. No conseguía reconocer su rostro. No, no era uno de ellos—. Te he buscado tanto.

      El hombre la miraba con afecto y preocupación.

      —¿Quién eres? —le preguntó Magda—. Al verte pensé que eras uno de los hombres que… Bueno, uno de ellos, pero no es así, ¿verdad? No me acuerdo muy bien pero… no sé por qué siento que te conozco. ¿Eres el que me sacó de aquella casa? —Jess se acercó a la chica extendiendo el brazo para tocarle la mejilla, pero ella se alejó de inmediato para no permitir el contacto, y él quitó la mano—. Disculpa, no me gusta que me toquen… Tengo que irme, es tardísimo.

      Se giró y se dirigió a la verja, la cual se abrió de repente y le permitió salir.

      —¿Jess? Pasa —Otohori lo llamó, aunque él no respondió ni se movió—. Venga, ven, acabas de regresar y tienes que descansar.

      El hombre inspiró profundamente y, cabizbajo, se dio la vuelta y entró.

      En cuanto atravesó la gran puerta, encontró a todos los habitantes de la casa esperándolo.

      Fue Terence quién tomó la palabra.

      —Es ella, ¿no?

      —No me apetece hablar del tema.

      Jess se encaminó hacia la gran escalinata de mármol blanco, pero Sante se puso delante.

      —¿Fue por ella por quién perdiste las alas?

      —Mira, estoy cansado. Lo único que me apetece ahora mismo es darme una buena ducha y dormir, no necesariamente en este orden…

      Dicho esto, subió las escaleras rumbo a su habitación.

      No podía creerlo, al fin la había encontrado.

      Capítulo 2

      Recuerdos del pasado

      En cuanto la verja se cerró a sus espaldas, Magda echó a correr directa hacia la parada del metro que la llevaría al trabajo, a su adorado trabajo… Entre todos los animales de la tienda y el voluntariado en el refugio, siempre tenía el día completo, y eso era bueno, porque así tenía siempre la mente ocupada para no ceder a los recuerdos; no quería pensar en el pasado y hacía todo lo posible para lograrlo.

      Sin embargo, aquel día sería difícil… Cuando llegó a la tienda saludó al propietario y se preparó para la jornada.

      —Hola, Magda. ¿Cómo estás?

      El propietario de la tienda era un hombre de unos cincuenta años, de corto pelo rubio y ojos azules escondidos detrás de unas gafas de montura plateada.

      Mark era un hombre atractivo y se conservaba muy bien para su edad, pero lo que más le gustaba a Magda, además del hecho de ser homosexual, lo cual le garantizaba cierta tranquilidad en el trabajo, era que de verdad le gustaba lo que hacía y jamás vendería un animal solo por dinero: antes de realizar una venta, siempre se aseguraba de cómo y dónde irían a parar los animales. Y, al igual que ella, no era demasiado hablador.

      Por tanto, su relación era serena y tranquila...

      —Magda, ¿te encuentras bien?

      —¿Perdona? —La chica se recobró de los pensamientos que se arremolinaban en su mente—. Sí, Mark, gracias. Estoy bien, ¿y tú?

      —Genial. Nathan viene de Montreal en unos días. Odios esas conferencias...

      «Bien», pensó Magda. Seguramente harían una cena romántica, al borde de la piscina de su gran mansión...

      —Seguro que os volvéis locos de alegría cuando vuelva —dijo sonriendo.

      —¿Te apetece venir a cenar a nuestra casa el sábado que viene? —Mark la observó con preocupación—. Si quieres, puedes traer a un amigo.

      —Me gustaría. Hace tiempo que no veo a Nathan.

      La pareja de Mark, cinco años más joven que él, de largo cabello de color caoba y ojos verde claro, era un famoso cirujano muy ocupado, extremadamente divertido y totalmente encantador; no veía la hora de volver a verlo.

      —Sí, me vendría bien un poco de diversión.

      —Es nuestro aniversario, el décimo… Así que hemos pensado en celebrarlo.

      —Deberías comprar un gran ramo de rosas rojas —pensó Magda—. Diez años es mucho tiempo. Y también una buena botella de champán para que la bebáis en el hidromasaje… ¡Madre mía! Ya me estoy imaginando la escena.

      Mark se rio.

      —Me sorprendes, tesoro, no pensaba que fueras tan romántica.

      —La verdad es que no lo soy, al menos no por lo que a mí respecta. No quiero complicaciones… pero me gustan las personas enamoradas, y vosotros dos sois una pareja preciosa.

      —Tú también podrías enamorarte si hicieras vida fuera de esta tienda y de tu casa… Dime, ¿cómo conocerás a alguien si nunca sales?

      —No, gracias. Así estoy bien.

      «¡Seguro! Tampoco es que tenga otra elección… Jamás podré estar con alguien», pensó.

      El mero pensamiento de que la tocaran le producía náuseas.

      «Tiene que haber alguien en quien confíes. Deberás acercarte a alguien tarde o temprano», le dijo Mori en su cabeza.

      —¡Pero bueno! ¡Mira quién hay por aquí! No te escuchaba desde hacía un rato.

      —¿Cómo dices? —le preguntó Mark.

      —Nada, pensaba en voz alta... Escucha, ¿podría cogerme medio día libre? No me siento demasiado bien.

      Mark la observó con preocupación.

      —¿No habrás pillado la gripe? Es común en esta época.

      —No, solo


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