Sean. Virginie T.
Читать онлайн книгу.quién buscamos, pero no sé cómo es en apariencia, ya que en su expediente no figura ninguna foto. Tampoco se me ocurrió pedirle a mi alfa que me diera una descripción precisa. Es igual, Owen debería poder ayudarme, participó en la última expedición. Sería útil reconocer a la enfermera Peterson si nos la cruzamos por los pasillos.
– Owen, ¿puedes describirme a la enfermera que debemos interrogar?
– Apenas la vi. Ya conoces a Connor, no le gusta sentirse encerrado en una sala con mucha gente. Liam y yo salimos de la habitación en cuanto ella llegó. Solo puedo decirte que es ligeramente más alta que Sevana.
– Ehm, no es difícil. Nuestra hembra alfa apenas levanta tres palmos del suelo.
– Sí, es bajita, pero no menos feroz. Pobre del que la contraríe.
Eso es cierto. Ante su metro sesenta de altura, cualquiera podría pensar que es inofensiva. Y sin embargo es la fatel más poderosa que jamás haya visto y nos salvó el cuello. Tengo una deuda con ella y espero saldarla salvando a su amiga, si es que realmente corre peligro.
– Seguramente puedas recordar más cosas.
– Como dijo Nate, es rubia, pero no tengo ni idea de cómo de largo tiene el pelo porque lo llevaba recogido en un moño. Tiene los ojos verdes. Y la piel clara, de eso me acuerdo bien porque tenía un moretón en la sien y resaltaba mucho sobre su piel blanca.
– Vale. ¿Alguna peculiaridad que la diferencie del resto?
– Lo siento, no recuerdo nada más. Ya sabes que odio los hospitales, demasiados olores para mí. Irritan y enervan a mi pantera.
Asiento con la cabeza. Lo entiendo perfectamente. De todos nosotros, Owen tiene el olfato más fino, los vapores de los medicamentos químicos y los detergentes constituyen un verdadero ataque sensorial para él.
– No te preocupes, nos valdrá con eso. Diremos al recepcionista que necesitamos hablar con ella y la traerá hasta nosotros. Será más fácil que buscar por todo el hospital. Basta con que digamos que somos familiares suyos para no levantar sospechas entre el personal. Después de todo, pertenece a una manada.
– Genial, haremos eso.
Este día no acaba, qué tortura. Estoy exhausta desde esta mañana, pues mi retraso me ha obligado a emplear una cantidad de energía demencial. A eso se añade que varios pacientes han empeorado sin previo aviso, lo que nos ha llevado a todos a lamentar amargamente la ausencia de Sevana y a mí, en concreto, a correr de una habitación a otra para prestar una asistencia sanitaria de urgencia que, lamentablemente, no los ha salvado a todos. Uno de ellos ha fallecido, a pesar de mis desesperados intentos por mantenerlo con vida hasta que el médico de guardia, igualmente desbordado, pudiera intervenir. No es la primera vez que no puedo hacer nada por un paciente, pero siempre me deja la moral por los suelos, aunque evite apegarme a ellos. Soy incapaz de permanecer insensible al dolor de los familiares cuando les comunicamos que su ser querido se ha ido. Y para rematar, cómo no, he recibido la visita diaria de Greg, que no ha hecho más que empeorar mi día. Desde el ataque de los Black, Peter envía todos los días a un miembro de la manada para asegurarse de que estoy bien, y su faceta de padre sobreprotector está empezando a cansarme. Sobre todo porque aunque adore a Greg, la conversación siempre es la misma.
– Hola, Ashley.
– Greg, todo va bien. No se ha producido ningún ataque, ya puedes volver a informar al jefe.
Como siempre, se ríe de mi frustración. Nos conocemos desde que me uní a la manada y es, después de Peter, mi animorfo preferido.
– No te lo tomes así. Peter te tiene mucho aprecio y no quiere que te pase nada.
– ¿Te das cuenta de que me repites todos los días lo mismo? Eres lugarteniente, no canguro. ¿No tienes nada mejor que hacer que vigilarme?
– Forma parte de mi trabajo. Mi obligación es proteger a la manada y tú eres un miembro más de los Treat, por lo que tengo el deber de protegerte. Y siempre es un placer contemplar tu deslumbrante sonrisa.
Si fuera metamorfa, le gruñiría enseñándole los dientes. No serviría de nada, pero me aliviaría.
– Vale, vale, me rindo. Como ves, estoy bien. Puedes ir a decírselo a Peter.
– Hasta mañana, Ash. Ve con cuidado.
Exhalo un suspiro de resentimiento. Voy a tener que volver a hablar con el alfa, pero dudo que tenga en consideración mi queja, y como le prometí no manipularlo nunca, ni a él ni a los miembros de la manada, no podré disipar sus temores.
Apenas he dado unos pasos cuando escucho mi nombre por los altavoces del hospital.
– Ashley Peterson, acuda a recepción. Ashley Peterson.
¿Qué pasa ahora? ¿Se habrá olvidado Greg de decirme algo? Me apresuro a acudir a recepción, pero no veo a ningún conocido. En la entrada solo hay dos hombres que parecen esperar a alguien. Ahora que los veo bien, uno de ellos me resulta familiar. He debido cruzármelo en algún lugar, pero no logro recordar dónde. El otro me llama mucho más la atención. Un rubio alto, todo músculos. Exactamente como a mí me gustan. Una pena que sea metamorfo. Los conozco lo suficiente como para saber que no conviene salir con ellos, a menos que quieras que te rompan, como mínimo, el corazón. Para empezar, porque tengo cosas que ocultar y es complicado con un hombre que huele la mentira a un kilómetro de distancia, y para acabar, porque muchos esperan a su alma gemela para hacer su vida y prefiero ahorrarme una desilusión. Es la primera vez que lamento la norma que yo misma me impuse. Me encantaría poder lamer esa piel dorada por el sol. Los dos animorfos se dirigen hacia mí con paso decidido e interrumpen mi contemplación. El rubio toma la palabra.
– ¿Señorita Peterson?
– En persona. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
¿Dónde he visto yo al amigo de este apetecible espécimen? ¿Tal vez en una reunión entre manadas? Sería raro. Por lo general no suelo asistir. Aunque Peter escoja con cuidado a sus aliados, es demasiado arriesgado.
– ¿Podemos hablar en privado?
Eso es, ¡ahora me acuerdo! La última vez que le vi salía de la habitación de Sevana con otro hombre para dejarme a solas con ese tal Connor y la otra montaña de músculos. Me giro hacia él bruscamente abandonando los preciosos ojos dorados del rubito.
– ¡Usted! ¿Qué ha hecho con Sevana?
Sin siquiera quererlo, he alzado la voz y he llamado la atención de Alice, la recepcionista.
– ¿Va todo bien, Ashley?
– Sí, no pasa nada, Alice.
Sigue observándonos con curiosidad mientras descuelga el teléfono. Ojalá no llame a seguridad. De lo contrario, nunca obtendré las respuestas a mis preguntas. Además, quiero volver a ver a Sevana. Al atractivo animorfo también debe preocuparle que intervenga una tercera persona, pues me coge del brazo con actitud militar y me aparta con delicadeza, pero sin darme elección.
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