La cara de la muerte. Блейк Пирс

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La cara de la muerte - Блейк Пирс


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lo delataron mucho antes de que pudieran verse el uno al otro. Ella llevaba una pesada mochila con un saco de dormir enrollado debajo de ella, y medida que él se acercaba, pudo ver que era joven. No tenía más de dieciocho o diecinueve años, era un espíritu libre de camino hacia una nueva aventura.

      Parecía ser tranquila y dulce, pero nada de eso importaba. Cosas así nunca influían. Lo que importaba eran los patrones.

      Él disminuyó la velocidad, deteniéndose un poco después de dónde estaba ella, y esperó pacientemente a que ella lo alcanzara.

      –Hola ―dijo, bajando la ventanilla del lado del acompañante e inclinando su cabeza para mirarla―. ¿Necesitas un aventón?

      –Um, sí ―dijo, mirándolo con desconfianza, mordiéndose el labio inferior―. ¿A dónde te diriges?

      –A la ciudad ―dijo, haciendo un vago gesto hacia adelante. Era una autopista. Habría una ciudad al final de ella, y ella podría interpretar cuál era. ―Me alegro de haberte visto. No hay muchos otros coches en la carretera a esta hora del día. Sería una noche fría por aquí.

      –No estaría tan mal ―dijo ella sonriendo ligeramente.

      Él le sonrió ampliamente de una manera muy amable, logrando sonreírle también con sus ojos.

      –Podría ser mejor que no tan mal ―dijo―. Sube. Te dejaré fuera de un motel en los límites de la ciudad.

      Ella todavía dudaba, no dejaba de ser una joven sola entrando al coche de un hombre, poco importaba lo agradable que él fuera. Él comprendió que siempre estaría nerviosa. Pero ella miró en ambas direcciones de la carretera, y debe haber visto que incluso ahora, cuando recién empezaba a anochecer, no había faros de coches en ninguna dirección.

      Abrió la puerta del lado del acompañante con un suave clic, quitándose la mochila de los hombros, y él sonrió, esta vez para sí mismo. Todo lo que él tenía que hacer era confiar y las cosas saldrían como los patrones le decían que saldrían.

      CAPÍTULO SIETE

      ―Muy bien, escuchen ―dijo Zoe. Ella ya estaba incómoda, y la incomodidad fue mayor cuando la charla dispersa en la habitación cesó y todo el mundo se quedó viéndola.

      Tener a Shelley a su lado no disminuía la sensación incómoda de presión, del peso de la expectativa al que estaba sometida. La atención se dirigió completamente hacia ella, era algo palpable y chocante. Esta era el tipo de cosas que intentaba evitar todos los días de su vida.

      Pero a veces el trabajo lo exigía, y por mucho que quisiera, no podía obligar a Shelley a presentar un perfil por su cuenta. Al ser la agente principal debía hacerlo ella.

      Respiro hondo, mirando a todos los oficiales amontonados en filas temporales de sillas en la sala de reuniones más grande de la comisaría. Luego apartó la mirada, enfocándose en un punto de la pared lejana para hablar, algo menos amenazador.

      –Este es el perfil que buscamos ―continuó Zoe―. El sospechoso masculino medirá alrededor de un metro ochenta según los cálculos de los tres forenses y las pocas pruebas físicas que encontramos en las escenas. También creemos que será de complexión delgada a mediana. No es particularmente fuerte, contundente o intimidante.

      Shelley tomó el control, dando un paso adelante para su momento en el centro de atención, sus ojos parecían brillar disfrutándolo más que temiéndolo.

      –A la mayoría de la gente le parecerá poco amenazador hasta el momento del asesinato. Creemos que ha sido capaz de atraer a sus víctimas a tener una conversación e incluso las ha alejado de la relativa seguridad hacia un espacio abierto donde podía manipular la situación para ponerse físicamente detrás de ellas. Incluso puede ser encantador y educado.

      –No es de por aquí ―añadió Zoe―. Su coche tendrá la matrículas de otro estado. Aunque no hemos podido determinar su estado de origen, está en movimiento, y probablemente seguirá estándolo.

      Las imágenes de las mujeres cuyas vidas había tomado aparecieron en la pantalla del proyector detrás de ellas. Las tres aparecían vivas, sonriéndole a la cámara, incluso riéndose. Eran mujeres normales y reales, no modelos o facsímiles del mismo aspecto ni nada que las distinguiera como especiales. Sólo mujeres, que hasta hace tres noches estaban vivas, respirando y riendo.

      –Su objetivo son las mujeres ―dijo Zoe―. Una cada noche, en lugares aislados con pocas posibilidades de ser atrapado en el acto o captado en las grabaciones de vigilancia. Eso sería en áreas oscuras, lejos de los caminos transitados, lugares que le dan el tiempo y el espacio para llevar a cabo el asesinato.

      –¿Cómo se supone que lo atrapemos con un perfil como ese? ―dijo uno de los policías estatales en el medio del mar de sillas. ―Debe haber miles de tipos altos y delgados con placas de otro estado por aquí.

      –Sabemos que esto no es mucho ―intervino Shelley, salvando a Zoe de la molestia que la podría llegar a hacerla decir algo desagradable. ―Sólo podemos trabajar con lo que tenemos. Lo más útil que podemos hacer con esta información ahora es poner una advertencia para que las personas eviten áreas aisladas, y que estén atentos, particularmente si a alguien se le acerca un hombre que se ajuste a esta descripción,.

      –¿En todo el estado? ―preguntó uno de los policías locales del pequeño equipo cuya estación les había servido a ellas como centro de investigación y donde estaban presentando este informe.

      Zoe sacudió la cabeza.

      –A varios estados. Él ya ha recorrido Kansas, Nebraska y Missouri. Eso es un indicio claro de que seguirá viajando largas distancias para llevar a cabo sus crímenes.

      Había pequeños ruidos de desacuerdo en toda la habitación, murmullos y sonidos de descontento.

      –Soy consciente de que es una gran área ―dijo Zoe, tratando de mantenerse firme―. Y soy consciente de que es una vaga advertencia. Pero tenemos que hacer lo que podamos.

      –¿Quién va a hacer la conferencia de prensa? ―preguntó el comisario local. Tenía un aire de autoridad maltratada, como si lo estuviera aplastando el peso de todos los demás agentes de la ley apiñados en su diminuta comisaría.

      Zoe dudó por un momento. Odiaba las conferencias de prensa. A menudo la habían criticado por parecer tan rígida e inexpresiva al hablar de las víctimas y la amenaza potencial de que hubiera más víctimas. Ya había hecho suficientes de ellas en su carrera para saber que no quería volver a hacer otra.

      –Mi colega, la agente especial Shelley Rose, hablará con los medios de comunicación ―dijo ella, viendo como Shelley levantó la mirada sorprendida―. Los invitaremos a una conferencia televisada esta tarde.

      Mientras los numerosos policías en la sala comenzaban a retirarse, el murmullo en la sala se elevó a conversaciones normales. Shelley se acercó a Zoe diciéndole en un murmullo nervioso: ―Nunca antes he dado una conferencia de prensa.

      –Lo sé ―respondió Zoe―. Pensé que sería una buena oportunidad para que ganaras la experiencia. Es mejor hacerla ahora, mientras el caso está fresco. Cuanto más tiempo pase sin ser resuelto, peores serán los reporteros. Créeme, lo sé. Si no lo atrapamos antes de que sea necesario dar otra conferencia de prensa, yo me haré cargo como agente superior para la próxima.

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