Amenaza Principal. Джек Марс

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Amenaza Principal - Джек Марс


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chaqueta deportiva de Murphy estaba sobre ella. Debajo de la chaqueta estaban su funda y su arma. En el bolsillo de sus pantalones estaba el gran silenciador que se ajustaba a la pistola como una mano a un guante.

      Hechos el uno para el otro. ¿Cómo decía ese viejo anuncio de televisión? Perfectos juntos.

      –¿Matarte? ¿Por qué habría de hacerlo?

      El hombre sacudió la cabeza y comenzó a llorar. La parte superior de su gran cuerpo se sacudía en sollozos. —Porque eso es lo que haces.

      Murphy asintió con la cabeza, eso era cierto.

      Miró fijamente al hombre. Bastardo llorón, odiaba a los tipos como este, eran alimañas. El tipo era un asesino insensible, un matón, un aspirante a chico duro. Un hombre con las palabras BANG y ¡POW! tatuadas en sus nudillos.

      Este era el tipo de hombre que mataba a personas inocentes indefensas, en parte debido a que le pagaban por hacerlo, pero también en parte porque era fácil y porque le gustaba hacerlo. Luego, cuando se encontraba con alguien como Murphy, se hacía pedazos y comenzaba a rogar. El propio Murphy ciertamente había matado a mucha gente, pero hasta donde él sabía, nunca había matado a un no combatiente o a alguien inocente. Murphy se especializaba en matar hombres que eran difíciles de matar.

      Pero, ¿este chico?

      Murphy suspiró. No tenía dudas de que podía hacer que este tipo se arrastrara por el suelo como un gusano, si quisiera.

      Sacudió la cabeza. No le interesaba el tipo, todo lo que quería era información.

      –Hace algunas semanas, justo cuando nuestro querido Presidente fallecido desapareció por primera vez, mataste a una joven llamada Nisa Kuar Brar. No lo niegues, también mataste a sus dos hijas, una niña de cuatro años y un bebé de meses. La niña de cuatro años llevaba un pijama del dinosaurio Barney en ese momento. Sí, vi fotos de la escena del crimen. Estas personas que mataste eran la esposa y las hijas de un taxista llamado Jahjeet Singh Brar. Toda la familia eran Sikhs, de la región de Punjab de la India. Te metiste en su apartamento en Columbia Heights diciendo que eras un policía metropolitano de DC, llamado Michael Dell. Qué gracioso, Michael Dell. ¿Crees que fue divertido?

      El hombre sacudió su cabeza. —No, absolutamente, no. Nada de eso es cierto. El que te haya dicho todo eso es un mentiroso, te han mentido.

      La sonrisa de Murphy se ensanchó y se encogió de hombros. Casi se rio.

      Este chico…

      –Me lo dijo tu cómplice. Un tipo que se hacía llamar Roger Stevens, pero cuyo verdadero nombre era Delroy Rose. —Murphy hizo una pausa y volvió a respirar hondo. A veces se ponía nervioso en situaciones como esta. Era importante que mantuviera la calma. Esta reunión era para obtener información y nada más.

      –¿Algo de esto te suena ahora?

      Los hombros del hombre estaban encogidos. Sollozaba en voz baja, su cuerpo temblando.

      –No, no sé quién es…

      –Cállate y escúchame —dijo Murphy. —¿De acuerdo?

      Él no tocó al hombre ni se acercó a él, pero el hombre asintió y no dijo una palabra más.

      –Ahora… ya he entrevistado a Delroy extensamente. Fue útil, pero solo hasta cierto punto. Las cosas se pusieron un poco desagradables, por lo que al final del día, yo estuve dispuesto a creer que me había dicho todo lo que sabía. Quiero decir, ¿quién pasaría por todo ese sufrimiento solo para… qué? ¿Protegerte a ti? ¿Proteger a otro como tú? No. Creo que probablemente me dijo todo lo que sabía, pero no fue suficiente.

      –Por favor —dijo el hombre. —Te diré todo lo que sé.

      –Sí, lo harás —dijo Murphy. —Y, con suerte, sin muchas tonterías.

      El hombre sacudió la cabeza, enfáticamente, enérgicamente. Por un momento, parecía una muñeca mecánica, de las que se les da cuerda y sacuden la cabeza hasta que la llave en la parte posterior se para.

      –No, sin tonterías.

      –Bueno, —dijo Murphy. Se acercó al hombre y le quitó el trapo ensangrentado de los ojos. Los ojos del hombre parpadearon y giraron en sus cuencas, a continuación, se posaron en Murphy.

      –Puedes verme, ¿verdad?

      El hombre asintió, muy solícito. —Sí.

      –¿Sabes quién soy? —dijo Murphy. —Sí o no, no mientas.

      El hombre asintió nuevamente. —Sí.

      –¿Qué sabes de mí?

      –Eres de algún tipo fuerzas especiales. CIA, Navy SEAL, Operaciones encubiertas, algo de eso.

      –¿Sabes mi nombre?

      El hombre lo miró fijamente. —No.

      Murphy no estaba seguro de creerle. Lanzó una bola suave para probar al chico.

      –¿Mataste a Nisa Kuar Brar y sus dos hijas? Ya no tiene sentido mentir. Ya me has visto, las cartas están sobre la mesa.

      –Maté a la mujer —dijo el hombre sin dudar. —El otro tipo mató a las niñas, yo no tuve nada que ver con eso.

      –¿Cómo mataste a la mujer?

      –La llevé a la habitación y la estrangulé con un cable de ordenador, Ethernet Cat 5. Es fuerte, pero no corta. Hace el trabajo sin mucha sangre.

      Murphy asintió con la cabeza. Así fue exactamente como se hizo. Nadie sin información privilegiada sobre la escena del crimen lo sabría. Este chico era el asesino. Murphy tenía a su hombre.

      –¿Qué hay de Wallace Speck?

      El hombre se encogió de hombros. —¿Qué pasa con él?

      Ahora los hombros de Murphy se desplomaron.

      –¿Qué te parece que estamos haciendo aquí, idiota? —dijo. Su voz resonó en la oscuridad. —¿Crees que estoy aquí, en esta caja de zapatos de cemento contigo, en medio de la noche, por diversión? No me gustas tanto. ¿Speck te contrató para matar a esa mujer?

      –Sí.

      –¿Y qué sabe Speck sobre mí?

      El hombre sacudió su cabeza. —No lo sé.

      El puño de Murphy salió disparado e impactó contra la cara del hombre. Sintió romperse el hueso del puente de la nariz. La cabeza del hombre cayó hacia atrás. Dos segundos más tarde, la sangre comenzó a fluir de una fosa nasal, por la cara del hombre, hacia la barbilla.

      Murphy dio un paso atrás. No quería mancharse los zapatos de sangre.

      –Inténtalo de nuevo.

      –Speck dijo que había un tipo de operaciones encubiertas, operaciones especiales. Tenía una pista sobre el paradero del Jefe del Estado Mayor del Presidente, Lawrence Keller. El tipo de operaciones especiales iba a Montreal, era parte del equipo que debía rescatar a Keller. Tal vez él era el conductor. Él quería dinero. Después de eso…

      El hombre sacudió su cabeza.

      –¿Crees que soy ese tipo? —dijo Murphy.

      El tipo asintió, abyecto, desesperado.

      –¿Por qué lo piensas?

      El hombre dijo algo en voz baja.

      –¿Qué? No te oigo.

      –Estuve allí —dijo el hombre.

      –¿En Montreal?

      –Sí.

      Murphy sacudió la cabeza. Él sonrió. Se rio esta vez, solo un poco.

      –Oh, amigo.

      El chico asintió.

      –¿Qué hiciste, escapar cuando


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