El Asesor Vidente. Juan Moisés De La Serna

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El Asesor Vidente - Juan Moisés De La Serna


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      A pesar de ello, se lo agradecí, pero entendí que mi consumición la debía de pagar yo, así que lo hice.

      Pasaron las horas, y a pesar de mis continuas preguntas al policía, él no parecía preocuparse por el tiempo, simplemente estaba allí, delante de mí, sentado, y callado.

      Personalmente considero que tendría cosas más interesantes que hacer, pero así se lo habían mandado y así hacía.

      En un momento determinado sonó el walkie talkie que tenía en el bolsillo y del que apenas me había percatado, y la orden fue clara:

      ―Tráele.

      ―Vamos ―me dijo levantándome del sitio y sin darme tiempo a terminarme el café.

      Después de tres tazas, ya se podría haber esperado un poco más, pero él no, había recibido órdenes y todo ahora tenía que ser con prisas.

      Así que regresamos a la comisaría, y me llevaron otra vez a la habitación acristalada que usaban a modo de sala de interrogatorio.

      ―Bien, usted dirá ―comenté al jefe de policía cuando entró en la sala donde había permanecido en una esquina ese…, no sé cómo decir, guardián que me había acompañado y no me había quitado la vista de encima.

      ―¿Cómo lo ha sabido?

      ―¿El qué? ―pregunté sin saber a qué se refería.

      ―No se haga el tonto, ¿cómo lo ha sabido? ―volvió a preguntar.

      ―Como no sea más concreto no creo que pueda responderle.

      ―Hemos encontrado el cuerpo ―afirmó mientras ponía sobre la mesa unas fotos.

      ―¡Ah, es ella! ―dije mientras la observaba. Era la primera vez que veía este tipo de fotos, sí es cierto que en la televisión las están mostrando a cada momento, ya sea en las noticias o en las series de policía, pero es diferente cuando lo tienes justo enfrente.

      De momento se me hizo, no sé un nudo en el estómago, un mal cuerpo, me entró una cosa que… no pude por menos que vomitar en un lateral.

      ―Tranquilo, tranquilo eso le pasa a todos la primera vez ―dijo el comisario mientras me acercaba una caja de pañuelos de papel.

      ―Perdone, ha sido la impresión.

      ―Sí, todavía recuerdo mi primera vez, por desgracia para mí no fueron unas fotos, sino una gracia, por así decir, de mis compañeros de promoción. Creyeron que sería gracioso acercarnos al cementerio por la noche para demostrar lo valiente que éramos, y… en un momento determinado me echaron en un hoyo, poco profundo, pero donde había un ataúd destapado. Seguro lo habían preparado todo para la ocasión, pero la impresión de ver un cuerpo desde tan cerca, en el cementerio, en mitad de la noche, e iluminado con las linternas que traíamos, le aseguro que es toda una experiencia.

      ―Supongo, acerté a decir mientras me limpiaba la cara y las manos y echaba el papel al suelo para tapar lo que había manchado.

      ―No se preocupe, en breve lo limpiarán, y bien, dígame ¿cómo lo ha sabido?

      ―¿El qué? ―volví a preguntar, entendiendo ahora que se trataba del caso del que hace ya horas le había compartido mi sueño.

      ―¿Cómo ha sabido sobre el lugar donde la echó?

      ―No lo sé, sólo le comenté lo que vi.

      ―Nos ha llevado varias horas y la ayuda de varios expertos en acotar el área, en función de la velocidad, el modelo y el peso del vehículo.

      ―¿El qué? ―pregunté asombrado.

      ―Claro, ¿cómo cree que hacemos las cosas?, aquí no dejamos nada al azar. Localizar al sospechoso fue fácil, usted nos dio su nombre y su profesión, prácticamente nos condujo a él. Luego registramos su casa y no encontramos nada, mientras buscamos su coche, y casualmente lo tenía en el taller, por no sé qué problema en los amortiguadores.

      »Fuimos al taller, con la orden judicial oportuna, y ahí nos dimos cuenta de que el vehículo no estaba ahí por lo que nos había dicho, sino que había solicitado que le rectificasen el cuentakilómetros.

      »No sé muy bien qué pretendería con ello, pero eso no nos hizo más difícil nuestra labor, ya que el taller había registrado el número de kilómetros antes de realizar la manipulación solicitada.

      ―Miramos minuciosamente el maletero, y no encontramos ninguna huella, ni la más mínima, ni un solo cabello, pero bueno, había que intentarlo.

      »Así que nos centramos en donde usted nos dijo, por la velocidad, la dirección y la distancia, y hemos estado peinando la zona en las últimas horas, hasta que hemos dado con el cuerpo.

      ―Vaya, pues sí que son ustedes efectivos ―comenté con asombro.

      ―Solo hacemos nuestro trabajo, pero ahora tenemos un problema.

      ―¿Un problema? ―pregunté extrañado, pues me había dicho que ya habían atrapado al culpable y que habían recuperado el cuerpo.

      ―Sí, tenemos que demostrar que fue él y no otra persona quien lo echó a la laguna.

      ―¿Y eso del ADN que tantas veces he visto en la televisión?

      ―Nada de ADN, por lo menos que hayamos encontrado. En su casa no hay ni rastro, en el vehículo tampoco y lo único que tenemos es el cuerpo y el cuchillo, que eso ya lo sabía cuándo le enseñé las pruebas del caso, tampoco tiene ni huellas ni ADN del agresor.

      ―¿Y qué quiere que yo haga? ―pregunté desconcertado.

      ―Necesitamos algo, por poco que sea, algo que nos sirva para atraparle, si no, en menos de 24 horas tendremos que dejarle suelto y eso a pesar de tener el cuerpo.

      ―Entonces ¿usted me cree?, sí piensa que es él.

      ―Sí, le creo, no sé cómo lo ha hecho, pero le creo. Su testimonio no se mantiene, nos ha estado mintiendo desde que le apresamos, y nadie es capaz de situarle el día y la hora del crimen, es decir, no tiene coartada, pero tampoco le podemos situar allí.

      ―Quizás sí ―dije tras recordar brevemente el sueño.

      ―¿Cómo?

      ―¿Recuerda que le comenté que había sacado el cuerpo por una puerta del parque?

      ―Sí, ¿y qué de eso?

      ―Pues que el coche estaba allí aparcado, alguien lo debió de ver, y con eso lo pueden situar en las inmediaciones.

      El policía sin decir nada salió de la sala y se puso a dar voces, tal y como lo hubiese hecho unas horas antes.

      Después de una hora aproximadamente volvió a entrar y dijo con una gran sonrisa.

      ―Le tenemos.

      ―¿Alguien vio el vehículo aparcado?

      ―Mejor, hay una joyería cerca, y tienen una cámara grabando el expositor, ¿y a que no sabe qué?, se le ve sacando el cuerpo, bueno la bolsa y depositándolo en su vehículo.

      ―Vaya, que suerte por tener esa cámara.

      ―Sí, con esto es suficiente para encausarle, pues hay pruebas para procesarle por el delito.

      Aquel fue mi primera contribución a la resolución de un caso, la primera de tantas que ya ni recuerdo el número.

      Lo que no me dio tiempo a explicar en esa oportunidad ni en las sucesivas en las que tuve ese tipo de sueño, es lo que veía a posteriori. No sé por qué esa parte ya no le interesaba, es como si la policía solo quisiera saber qué había pasado con el cuerpo, o dónde estaba la persona secuestrada, pero nada del resto que veía.

      Pero para mí, aquello era lo más enriquecedor, si es que se puede llamar así, saber que, sean cuales sean las circunstancias del último momento de


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