Vecino silencioso. Блейк Пирс

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Vecino silencioso - Блейк Пирс


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que su exnovio no supiera donde encontrarla.

      Al final decidió no hacerlo. Ella sabía que la relación con Danielle estaría bien, algunas veces les llevaba más tiempo a ambas calmarse. Sin embargo, tenía una hora libre antes de dar por terminada la noche. Y cómo las cosas no estaban muy movidas en el caso Fairchild, pensó en otra cosa que hacer. El simple hecho de pensarlo la hacía sentirse mal, pero el impulso estaba ahí y decidió actuar.

      Salió hacia la calle y condujo en dirección al apartamento de su padre.

***

      En realidad, no tenía ganas de verlo, mucho menos de hablar con él. Pero necesitaba probarse a sí misma que al menos podía pasar por la puerta de su casa. En algún momento tendría que hacerlo si quería ver en qué estaba, así que precisaba poder controlar sus nervios lo antes posible.

      Su apartamento quedaba a menos de media hora de distancia de la sede del FBI, y a menos de veinte minutos del apartamento de Chloe en la otra dirección. Eran las 22:08 cuando ella entró en el estacionamiento. Su casa era una casa adosada más que un apartamento, el tipo de casa que está pegada a otra y luego a otra, en una especie de complejo de apartamentos. Ella conocía el Ford Focus de su padre y estaba estacionado directamente frente a su casa. Se podía ver una luz encendida por la ventana principal.

      Ella se detuvo sin estacionar, mirando fijamente a luz mientras se preguntaba qué estaría haciendo. ¿Estaría viendo televisión solo? ¿O quizás leyendo? Se preguntaba si cuando apagara esa luz y se preparara para ir a dormir, le vendrían a la mente imágenes de su pasado, de sus hijas, su esposa muerta. Se preguntaba si los traumas y el tormento que les había causado lo mantendrían en vela algunas noches.

      Realmente esperaba que sí.

      Comenzó a sentir mucha rabia, el sentimiento se apoderó de ella como su fuera veneno, hasta que se dio cuenta de que sus nudillos estaban blancos de apretar tan fuerte el volante.

      «Quizás debería entrar ahora», pensó. «Tocaría su puerta y le diría todo. Le diría qué sé lo que hizo… Y que leí el diario de mamá».

      Fue tan convincente que sintió como su corazón se aceleraba. Una pequeña y placentera descarga de adrenalina recorrió su torrente sanguíneo mientras lo consideraba.

      Pero, todavía no podía ir. Aún no…

      Chloe buscó el espacio más cercano para estacionar y lo usó para dar la vuelta. Se dirigió a su casa, y solo se dio cuenta al llegar al primer semáforo de que estaba apretando el volante con una fuerza mortal.

      CAPÍTULO OCHO

      Fue una revelación para Danielle darse cuenta de que cuando terminó su última relación, también había quedado desempleada de nuevo. El trabajo de cantinera y la posibilidad de cumplir su sueño de tener su propio bar habían sido suficiente para hacerla flotar por la vida durante unos meses, pero aquí estaba de nuevo, sin novio y sin ningún trabajo significativo.

      Siempre supo ocultar su descontento con los trabajos de mierda, pero con este se le estaba haciendo muy difícil. Estaba trabajando como cantinera en un club de striptease, por más que la gerencia insistía en decir que era simplemente un club o un salón de caballeros. En lo que respectaba a Danielle, poco importaba cómo le llamaran. El hecho era que había una mujer en el escenario sacudiendo su trasero frente al rostro de un hombre al ritmo de una canción de Bruno Mars.

      Ella terminó de preparar el mojito que un cliente acababa de pedir (¿quién pide un mojito en un club de striptease?) y se lo entregó. Él tenía unos cincuenta años y cuando tomó el trago, no hizo ningún esfuerzo por ocultar el hecho de que estaba mirándole el pecho. Él le sonrió mientras tomaba un sorbo de su bebida, sin dejar de mirar su pecho.

      –Tú deberías estar en el escenario ―dijo mirándola a los ojos finalmente, tal vez para que ella pudiera ver que se lo estaba diciendo en serio.

      –Vaya. No había escuchado eso antes. Qué frase tan original para ligar.

      Confundido, el tipo la miró con desprecio y se alejó del bar para sentarse más cerca del escenario.

      Sí, ella ya sabía que había más de una docena de tipos claramente desconcertados de que estuviera detrás de la barra y no en el escenario. Su gerente era uno de ellos. Y aunque Danielle había soportado bastantes trabajos degradantes en el pasado, nada la haría quitarse la ropa para que un grupo de borrachos pudieran colocar en su tanga billetes de cinco y diez dólares.

      Ella sabía que era un trabajo puramente temporal. Tenía que serlo. Ella no sabía cómo podría salir de esto. Quizás podría terminar la universidad de una buena vez. Aún le quedaba un año y medio de estudios, y aunque tendría casi treinta años al momento de graduarse, al menos sería algo.

      Pero los beneficios de este trabajo no eran para nada despreciables. Estaba trabajando allí cuatro noches a la semana hacía un mes. En su segunda semana, había ganado más de setecientos dólares solo en propinas. Pero el problema era la atmósfera y el ambiente del lugar. Incluso cuando aparecían en el escenario las chicas góticas que bailaban con la música que Danielle disfrutaba, siempre sentía la necesidad de salir de allí tan rápido como fuera posible.

      Además, veía que las bailarinas no parecían nada infelices cuando se cruzaba con ellas tras bambalinas o cuando iban al bar. Y cuando las vio doblando sus billetes de cincuenta y cien dólares cómo si fueran simples servilletas, la idea de subirse al escenario no le pareció tan terrible.

      Y esa era la razón principal por la que quería irse de ese lugar lo más rápido posible.

      Echó un vistazo al bar y notó que la multitud se estaba reduciendo. Había cinco personas en total, tres de las cuales (un hombre y dos mujeres) parecían estar muy acaramelados, tal vez estaban haciendo planes para terminar su noche de domingo. Danielle miró su reloj y se sorprendió al ver que eran las 23:50. En una hora más podría irse a casa… Podría irse a su casa y dormir hasta el mediodía, algo que había dejado de hacer durante una gran parte del año pasado, ya que había tratado de convertirse en una adulta más responsable. Una adulta responsable que había dependido demasiado de un hombre, pero una adulta responsable de todos modos.

      Ella decidió empezar a limpiar las bandejas de goteo de los grifos de cerveza y a ver qué licores deberían ser repuestos para actualizar la planilla del inventario para su gerente. Iba por la mitad de las botellas de tequila cuando escuchó que alguien pronunciaba su nombre detrás de ella.

      –Hola, Danielle.

      Era una voz masculina. Intentó descifrar de dónde la conocía, solo un par de los hombres que frecuentaban este lugar habían hecho el esfuerzo de aprenderse su nombre. Ella frunció el ceño, porque no estaba con ganas de coquetear con nadie, aunque le significara una buena propina.

      Ella se dio vuelta, poniendo su mejor cara. Pero se paralizó cuando vio quién era el hombre sentado en el bar.

      Era su padre. No solo lucía desubicado sentado frente a ella, sino que también era surreal verlo en el club de striptease. Él también se veía increíblemente incómodo.

      La palabra papá estaba en la punta de su lengua, pero decidió tragársela. No le daría el placer de decirle así a la cara. En cambio, lo que salió de su boca fue la pregunta más obvia del mundo.

      –¿Qué demonios estás haciendo aquí?

      –Vine para verte ―le dijo y se inclinó hacia adelante, como si intentara alejarse aún más de las dos mujeres en el escenario que bailaban en toples a siete metros de él.

      –Déjame hacerte otra pregunta ―dijo Danielle―. ¿Cómo supiste que estaba trabajando aquí?

      Él frunció el ceño y señaló las botellas de licor que estaban detrás de ella con la cabeza. ―¿Puedo pedir un whisky antes?

      Esforzándose para reaccionar rápidamente, Danielle tomó un vaso y lo llenó hasta la mitad con el whisky más barato del bar. Solo le faltó arrojarlo delante de él. Todo el proceso le llevó menos de diez segundos.

      –Ahí tienes tu whisky. Ahora, habla.

      –No


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