Porno feminista. Группа авторов
Читать онлайн книгу.tal y como se llamaba entonces: y, a diferencia de cómo se ha tergiversado más tarde, el movimiento de entonces respaldaba la libertad sexual y promovía el derecho de la mujer a una vida sexual sana y satisfactoria.
Durante aquel periodo del movimiento de liberación de la mujer surgieron muchas contradicciones. Aunque se respaldaba fuertemente una vida sexual sana para las mujeres, muchas creían que elegir un hombre para esa maravillosa vida sexual era dormir con el enemigo. Empecé a sentir que la ira y las acusaciones mutuas estaban sustituyendo a los maravillosos sentimientos de camaradería y objetivos compartidos que había experimentado con mis hermanas feministas. Al mismo tiempo, estaba perdiendo interés en mis estudios universitarios: mi Nueva York natal se me hacía mugrienta y poco acogedora. Así que eché un puñado de cosas en una mochila y me dirigí a la vida de sol y despreocupación de San Francisco. Fue allí donde comenzó mi incursión en el mundo del sexo comercial.
Dejé a un lado las camisetas con la leyenda Sisterhood is Powerful («la sororidad es poderosa») y empecé a juntarme con los frikis, hippies y drag queens de San Francisco. Creatividad infinita y expresión propia ilimitada florecían en esta ciudad mágica que dio a luz al movimiento paz y amor. El pintalabios rojo brillante y la ropa vintage de los años cuarenta y cincuenta de las tiendas de segunda mano sustituyó a los uniformes grises y marrones del movimiento político que había dejado atrás. Me movía con un grupo relacionado con el teatro, que incluía desde quienes fundaron las conocidas Cockettes, un grupo de performance que funcionaba a base de purpurina y alucinógenos y que había surgido del movimiento de los derechos gay, a sus herederos, los Angels of Light. Fue con los Angels of Light con los que debuté en San Francisco como «The Little Tomato», cubierta de purpurina roja y verde y cantando una cancioncilla de jazz que había escrito, que se llamaba así y por la que me acabaron conociendo. Fue entonces cuando adopté el pseudónimo Candida Royalle: Candida porque era el origen latino de mi nombre, Candice, y Royalle… bueno, me salió así y me gustaba. Pensé que sonaba como un postre francés muy dulce.
Como hija de un percusionista de jazz, cantar jazz me salía solo, y mi amor por la improvisación de scat llevó a muchos a describirme como la «Ella Fitzgerald pequeñita y blanca». ¡Un gran honor! Actué en una serie de grupos de jazz a cappella y en grupos de teatro avant-garde, además de con mi propio conjunto de jazz. Pero en aquellos tiempos rechazábamos el materialismo. Ganaba algo de dinero en algunos de los conciertos de jazz, y con alguna venta ocasional de mis obras de arte, pero esencialmente actuábamos gratis. Sentíamos que era más importante actuar por amor al arte y llevar teatro gratuito a las masas que preocuparnos de ganar dinero. Pero había un pequeño problema: aun así, yo seguía teniendo que pagar el alquiler. Y aquí, finalmente, es donde entra en escena el porno.
Buscando dinero para pagarme mi adicción al arte, respondí a un anuncio en el que pedían modelos de desnudos. Aunque me producía timidez pensar en estar desnuda frente a otros —algo que sorprende a la gente, puesto que gran parte del público asume que los intérpretes son exhibicionistas por naturaleza— yo ya había dibujado a innumerables modelos de desnudos en mis muchas clases de dibujo del natural, con lo que la noción no me sorprendía en absoluto. Lo que sí me sorprendió fue que el agente me preguntara si estaría interesada en aparecer en una película porno. Como nunca había visto ninguna, salí de allí muy ofendida. Pero mi novio músico de aquel entonces dijo que sonaba como una buena manera de ganar dinero, y consiguió inmediatamente el papel principal en una película de Anthony Spinelli que se llamaba Cry for Cindy. A Anthony Spinelli, por aquel entonces, se le consideraba uno de los mejores directores del género. Su trabajo estaba muy cuidado, era muy profesional, y era una persona muy agradable con la que trabajar. Decidí acercarme al rodaje a ver por mí misma cómo era.
A diferencia de mis ideas preconcebidas del porno, en las cuales los platós estaban llenos de drogadictos patéticos y tíos siniestros con cámaras, me encontré con un gran equipo de rodaje muy profesional (muchos técnicos de Hollywood se pluriempleaban en rodajes porno para sacarse un dinero extra), guiones, y un reparto muy atractivo. Me hice el siguiente razonamiento: si la gente hace el amor a puerta cerrada y no hay nada malo en el sexo, entonces, ¿por qué iba a estar mal actuar sexualmente para que otros lo vieran y lo disfrutaran en privado? Era, al fin y al cabo, el momento del «amor libre» y todo el mundo estaba experimentando y participando en sexo en grupo. ¿Por qué no enrollarme con un chico guapo o una chica guapa y que se grabara una película de ello? Y por si fuera poco, me pagaban por hacerlo.
Lo primero que hice fue actuar en una serie de loops, bucles cortos de película, para ver si podía manejar tener relaciones sexuales frente a la cámara y el equipo de rodaje. Muchas de las grandes estrellas porno los hacían como manera de conseguir un dinero extra, pero jamás lo admitieron. Sin ninguna pretensión de ser auténtica cinematografía, los loops se creaban para llenar las cabinas de los peep-shows donde la gente metía monedas para ver a una pareja hacer el típico «el de la pizza le trae algo y ella le da lo suyo». Mi primera incursión en los loops no fue exactamente placentera, pero al menos me sirvió para darme cuenta de que podía hacerlo. Desde ahí comencé a ir a castings donde sí que tenías que leer un par de líneas del guión para conseguir el papel. En esos días las películas completas se rodaban normalmente en 16 o 35 mm y saber actuar era un plus.
Con el tiempo me gané una reputación de ser una actriz hábil y fiable con la que se podía contar para que llegara al plató sabiéndose el guión e hiciese bien su escena. Por algún motivo siempre me seleccionaban para ser la agitadora ingeniosa, la líder de la banda: como en Ball Game, una película x de mujeres presidiarias dirigida por Anne Perry, una de las primeras directoras de cine porno, o mi favorita, la loquísima Hot & Saucy Pizza Girls, con el célebre John Holmes. Fui la esposa rica y presumida que dejaba sin sexo a su pobre marido cachondo en Hot Racquettes y Delicious. Una de mis películas porno favoritas de entre las que participé fue Fascination, de Chuck Vincent: es un revolcón muy divertido, protagonizado por un jovencísimo y monísimo Ron Jeremy. Ron hacía de judío neurótico que tiene una madre sobreprotectora y que se compra un piso de soltero para atraer chicas. La película tenía un reparto increíble de actrices divertidas y con talento, incluyendo a Samantha Fox, Merle Michaels y Marlene Willoughby. También me encantó Blue Magic, una bella película de época que escribí y protagonicé, producida por mi entonces flamante esposo Per Sjöstedt. También fue mi canto del cisne en el porno… es decir, en el porno frente a las cámaras. Entonces no sabía que la extensión de mi papel a guionista anticipaba lo que vendría después.
Era 1980, y después de veinticinco películas en cinco años, estaba lista para abandonar el estrellato del porno. De natural monógamo, estaba enamorada de mi nuevo marido y no quería tener contacto sexual con otros hombres. También sentía que el dinero fácil me estaba impidiendo explorar otros objetivos profesionales personales con más potencial a largo plazo. Me tomé un tiempo para decidir qué quería hacer después, y me mantuve activa ganándome la vida escribiendo para una serie de revistas masculinas como High Society, Swank, y Cheri. Durante este tiempo, empecé a sentir una creciente inquietud por el tiempo que había empleado en las películas pornográficas. Sentía que estaba perfectamente bien interpretar sexualmente para que otros lo vieran y lo disfrutaran, pero a menudo me sentía rara e insegura a la hora de confesar mi inusual vocación a cualquiera que estuviera fuera de mi círculo de artistas, frikis y compañeros de jolgorios. Para resolver este y otros aspectos de mi vida, encontré a una mujer increíble, una trabajadora social que antes había sido trabajadora sexual. Sentí que era alguien que no me juzgaría.
Para comprender y aceptar las elecciones que había hecho, tenía que intentar separar mis propios sentimientos sobre la pornografía de las cosas que la sociedad dice de ella. Me habían educado para pensar por mí misma, pero las influencias sociales y religiosas permean nuestros pensamientos, y se hace difícil descifrar lo que pensamos en contraposición a lo que nos han dicho que pensemos. Como parte de este proceso reflexivo, exploré todo el arte erótico antiguo: desde los frescos sexualmente explícitos de la antigua Pompeya y el exquisito arte erótico japonés conocido como shunga, a las películas pornográficas clandestinas de principios del siglo xx (conocidas como stag films y blue movies), los peep-shows, el porno amateur y las películas de alto presupuesto, llenas de estrellas, de la «época dorada» del porno. Cuando examiné también toda