E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras

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mantenido al margen de todo vínculo emocional por el dolor que la vida solía proporcionar. Eso significaba que moriría solo, que nadie, a excepción de los que lo respetaban en su faceta profesional, lloraría su pérdida. Había deseado mantenerse apartado del resto del mundo. Anhelaba la soledad. Quería que todos lo dejaran en paz y lo había conseguido. Pero, ¿a qué precio? Por fin lo veía muy claramente. Año tras año, invierno tras invierno, una nueva capa de hielo había ido recubriendo su corazón y su alma hasta el punto de que ya no creía que pudiera calentarlo nunca más.

      Hacía algún tiempo había conocido la primavera, la calidez de un día de verano y el amor de una mujer. ¿Mujer? En realidad no había sido más que una niña, una muchacha cuyo nombre había tratado de enterrar profundamente en su pensamiento para olvidarlo de una vez por todas, pero que, a pesar de sus esfuerzos, se había marcado con fuego en cada una de las fibras de su ser. Daisy. Ella era la que le había demostrado de una vez por todas que los sentimientos eran un mal innecesario. ¿Y en qué se había convertido él?

      –Señor St. John. ¿Podría darnos el nombre de alguien a quien debamos notificar lo sucedido?

      –No.

      Admitió la dolorosa verdad y permitió que la inconsciencia volviera a reclamarlo, que los dolorosos recuerdos lo transportaran a un lugar oscuro y nebuloso.

      No había nadie.

      –¿Cuál es el resultado de tu última búsqueda por ordenador? –preguntó Justice.

      Pretorius hizo un gesto de desaprobación y miró la pantalla a través de las gafas de pasta negra que llevaba veinte años utilizando.

      –Basándome en los parámetros que me has dado, he encontrado media docena de posibilidades que marcan una probabilidad igual o superior al ochenta por ciento.

      –Vaya, ¿nada más?

      –Tenemos suerte de haber encontrado esa media docena de mujeres teniendo en cuenta tu lista de requerimientos. A ver, ¿por qué nadie con cabello negro? ¿A qué viene eso?

      Justice apretó los labios. No tenía intención de explicar sus prerrequisitos y mucho menos aquel en particular.

      –Bueno, si tengo que elegir entre seis, supongo que tendré que conformarme.

      –¿Conformarte? –exclamó Pretorius mientras hacía girar su silla rápidamente y observaba escandalizado a su sobrino–. ¿Acaso estás loco? Estás hablando de la futura señora Sinjin, S.L. Justice, ¿estás seguro de que quieres pasar por esto?

      –Segurísimo.

      –Es por ese accidente de coche, ¿verdad? Te ha causado mucho más que una simple pérdida de memoria, ¿no? Te ha cambiado. Ha cambiado tu modo de ver el mundo.

      Justice se ocultó tras una gélida fachada que lo ayudaba a deshacerse hasta de los más insistentes, pero que ni siquiera lograba intimidar a su tío. Maldita sea. Hubiera hecho cualquier cosa por evitar aquella conversación.

      Sin responder, tomó entre sus manos una esfera de plata que consistía en pequeñas secciones que se entrelazaban las unas con las otras. Cada una de esas secciones llevaba grabado un símbolo matemático. Era uno de sus inventos, que aún no había sido comercializado. Lo llamaba Rumi, abreviatura de rumiar, dado que lo utilizaba siempre que necesitaba encontrar la solución a un problema, algo que ocurría con mucha frecuencia.

      –No puedes evitar esta conversación, Justice. Si quieres seguir adelante con tu plan, me merezco la verdad –insistió Pretorius.

      –Lo sé.

      Los dedos de Justice se movían incansablemente por encima de la superficie del Rumi, apretando y tirando de los segmentos hasta que transformó la esfera en un cilindro. En vez de resultar algo suave y bien formado, tenía un aspecto desgajado y sus símbolos se presentaban sumidos en el caos. Últimamente las formas siempre eran caóticas. Llevaban siéndolo más de un año, desde unos seis meses antes del accidente.

      Cambió de tema con la esperanza de distraer a su tío.

      –¿Estarán todas las mujeres en el simposio «Ingeniería para el Próximo Milenio»?

      –Me he asegurado de ello.

      –Excelente.

      –Ahora, dime la verdad, muchacho. ¿Por qué estás haciendo esto?

      Justice negó con la cabeza. No estaba seguro de poder expresarlo con palabras. Trató de realizar una nueva forma con el Rumi mientras se esforzaba por explicar lo que había comprendido después de su accidente. ¿Cómo podía explicar el vacío en el que se había convertido su vida a lo largo de los últimos años? No recordaba la última vez que había sentido algo, tanto si era ira, como felicidad. Algo. Lo que fuera.

      A cada día que pasaba, sus sentimientos, el empuje por inventar e incluso su ambición se habían ido congelando. A cada minuto que pasaba, todo lo que lo convertía en un ser humano normal había ido desapareciendo. Arrojó el Rumi sobre la mesa frustrado por la negativa del objeto a convertirse en una forma de corte limpio y funcional.

      –Es simplemente algo que necesito que tú aceptes –dijo Justice por fin–. Por mi bien.

      –Llama y cancélalo antes de que hagas algo de lo que nos arrepintamos los dos.

      –No puedo. Soy el orador principal.

      –¿Y qué diablos se supone que vas a decir tú sobre la ingeniería del próximo milenio? Estamos hablando de mil años, maldita sea. Es imposible predecir incluso si el ser humano seguirá existiendo dentro de mil años, con lo que más difícil resulta aún hablar del estado de la ingeniería en ese periodo de tiempo.

      –Y tu dices que yo maldigo muchas veces.

      –¿Y qué quieres que te diga? Se me están pegando tus malas costumbres. Justice, hace cinco años desde la última vez que apareciste en público. No creo que sea el momento de que eso cambie.

      –No he hecho ninguna aparición pública en cinco años porque no he tenido nada que merezca la pena decir en esos malditos cinco años. Cuando tenga algo que merezca la pena decir, empezaré a volver a hacer apariciones públicas. Hasta entonces, creo que puedo apañármelas en un pequeño simposio sin hacer el ridículo.

      –Ahora que tu nombre está vinculado a ese pequeño simposio, como tú lo llamas, los medios de comunicación se sentirán muy interesados en él. Después de una ausencia tan larga, esperarán que tú ofrezcas algo de vital importancia. Y supongo que no tienes algo de vital importancia que decirles, ¿verdad?

      –No te tienes que preocupar por lo que yo tenga que decirles, tío. Ya me inventaré algo. Lo más irónico de todo esto es que, si yo afirmo que es posible, algún idiota me creerá y lo inventará.

      –Sigo esperando que me des una buena razón para explicar por qué estás haciendo esto.

      Justice le apoyó una mano en el hombro a su tío. Sabía que a Pretorius le iba a costar entenderlo, pero algo tenía que cambiar. En aquel momento. Antes de que pasara la oportunidad.

      –Llevo un año entero sin inventar algo de importancia.

      –Lo que ocurre es que tu creatividad está bloqueada, nada más. Podemos encontrar el modo de desbloquearla sin llegar hasta ese extremo.

      –No veo cómo mi creatividad puede estar bloqueada si no la tengo. Soy ingeniero.

      Pretorius suspiró.

      –Los inventores son personas creativas, Justice.

      –Eso es una mentira y lo sabes.

      –Mira, entiendo que necesites a una mujer. No me opongo a eso. Ve y… encuéntrala –susurró, sonrojándose–. Deja que la naturaleza siga su curso. Cuando lo haya hecho, tú estarás renovado y revitalizado.

      –No es tan sencillo.


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