La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario. Maureen Child

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La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario - Maureen Child


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Caitlyn, agradecida de volver a temas laborales. Le entregó una carpeta–. Ahí tienes todos los detalles. El Palacio de Estoril tiene tu suite reservada para cuando llegues, he avisado a tu piloto y he organizado las reuniones en el astillero. Ahí tienes las fechas y las horas. El hotel se encargará de proporcionarte coche y conductor.

      Jefferson examinó la documentación y, mientras se daba la vuelta para regresar a su despacho, dijo:

      –Resérvate tú también una suite.

      –Eso no será necesario.

      –Lo sé, pero quiero que te sientas cómoda.

      –No –dijo ella. Entonces, respiró profundamente y contuvo la respiración justo lo suficiente para tranquilizarse–. No me refería a eso.

      Entonces se levantó y se dirigió a la cafetera para servirse una nueva taza de café.

      –¿De qué estás hablando?

      –Después de todo, no voy a acompañarte a Portugal, Jefferson. Voy a tomarme mis cuatro semanas de vacaciones.

      –Pero si no te vas a casar… ¿Para qué necesitas ese tiempo?

      –Porque lo he solicitado y quiero tomármelo.

      Jefferson se apartó de la puerta y se acercó a ella. Cuando ella hubo terminado, agarró la cafetera y se sirvió una taza. Antes de hablar, tomó un sorbo.

      –En estos momentos no es muy conveniente.

      –Claro que lo es. Pedí esas cuatro semanas hace ya casi seis meses. Todo está organizado.

      –Las cosas han cambiado.

      –¿Qué cosas?

      –Ya no te vas a casar. Por lo tanto, puedes acompañarme a Portugal.

      –No me necesitas, Jefferson.

      –Seré yo quien decida lo que necesito, Caitlyn –replicó él mirándola con fiereza–. Y, como ayudante mía que eres, considero que necesito tu presencia.

      –Mala suerte –dijo ella, después de tragar saliva.

      –¿Cómo has dicho?

      –Ya me has oído. Trabajo para ti, Jefferson, pero no soy tu criada. Solicité esas semanas de vacaciones y me las voy a tomar.

      –Hazlo después del viaje a Portugal.

      –No. Esta vez no.

      No pensaba ceder ante Jefferson. El año anterior, cuando ya estaba en el taxi para marcharse de vacaciones a Florida, Jefferson la llamó para pedirle que lo acompañara a Francia. Y el año anterior había pasado lo mismo con su viaje a Irlanda. Jefferson había sido capaz de enviar su jet privado al aeropuerto de Shannon para ordenarle que le acompañara a una importante conferencia en Brasil.

      Por eso, aquella vez Caitlyn no pensaba ceder ni un ápice. Iba a marcharse con sus amigas de vacaciones y, si a Jefferson no le gustaba, mala suerte. Sintió un hormigueo de excitación mientras elaboraba mentalmente su propia Declaración de Independencia. No volvería a ser tan responsable con su trabajo. No dejaría en un segundo planto sus deseos y necesidades para asegurarse de que su jefe tenía lo que quería.

      «Soy Caitlyn, escuchadme rugir», pensó. Entonces, levantó la barbilla con gesto desafiante y se enfrentó a su jefe.

      Capítulo Cuatro

      –Estás siendo muy egoísta.

      –¿Egoísta yo? –repitió ella, completamente asombrada de que Jefferson pudiera decirle algo así. Él, que esperaba que el mundo girara a su antojo y que le había estropeado todas sus vacaciones con sus exigencias–. ¿Hablas en serio?

      –Esto no es propio de ti –dijo él, con un tono de voz que conseguía que sus empleados comenzaran a buscar la salida más cercana.

      –No, no es propio de mí. Precisamente por eso voy a hacerlo.

      –Esto no tiene ningún sentido.

      –Claro que lo tiene –replicó ella sintiendo que la ira la atenazaba–. Esperas que yo deje todo lo que tengo que hacer cuando tú quieras. ¿Y cómo voy a culparte yo por ello? Llevo toda mi vida haciendo lo que se supone que tengo que hacer.

      –Admirable.

      –O débil. Mis padres, mis hermanos, Peter, tú… Todos me habéis avasallado porque yo misma lo daba por sentado. Siempre os permitía a todos que me dierais órdenes. Nunca más. He terminado con ello.

      –Caitlyn, trabajas para mí –dijo Jefferson, con voz fría e incluso tolerante. Ella conocía muy bien ese tono de voz, pero no estaba dispuesta a echarse atrás–. Yo soy quien te dice cuándo te puedes tomar unas vacaciones y cuándo se requiere tu presencia. Y te necesito en Portugal.

      –No me necesitas, Jefferson. En el hotel te pueden proporcionar una secretaria. O te podrías llevar a Georgia.

      –¿A Georgia?

      –Está bien, Jefferson –dijo ella. Georgia no podría realizar el trabajo que Jefferson esperaría de ella–. De todos modos, no necesitas a nadie. Todo el trabajo está hecho. Has hecho tu oferta y se han redactado todos los contratos y éstos han sido revisados por los abogados. Lo único que tienes que hacer es firmarlos, ver el barco y ponerle el logotipo de Lyon en la proa. ¿Por qué me necesitas?

      –Porque te pago para que estés donde pueda necesitarte y cuando pueda necesitarte. Es tu trabajo, Caitlyn.

      Ella sintió que la cabeza le daba vueltas. La sangre le fluía con fuerza por las venas y sentía una extraña sensación en la boca del estómago. Su trabajo. Tenía que admitir que era muy bueno. El sueldo era bueno, por lo que tenía su propio piso, y, además, se le daba bien hacer lo que hacía. Sin embargo, aparentemente, había terminado convirtiéndose en parte del mobiliario del despacho de Jefferson. En lo que se refería a Jefferson, no tenía más sentimientos que la fotocopiadora.

      No había esperado que se tomara bien que había decidido irse de vacaciones, pero tampoco que se comportara de aquella manera. Otras personas se iban de vacaciones. Tenían su vida. ¿Por qué ella no?

      –¿Sabes una cosa? –musitó–. Debería haberme dado cuenta de esto hace ya mucho tiempo, pero no quise hacerlo.

      –¿Darte cuenta de qué? ¿De lo mucho que te necesito en ese viaje? Me alegro. En ese caso, no se hable más del tema.

      –No me refería a eso. Hablo del hombre alfa. Me ha pasado durante toda mi vida. Con Peter. Hasta con mis hermanos.

      –¿De qué estás hablando? No te entiendo.

      –Claro que no me entiendes. Qué sorpresa. Pero déjame que te diga que me he aprendido la lección. He terminado con los hombres alfa. De ahora en adelante, sólo quiero hombres beta. Agradables, con los que resulta fácil llevarse bien… No quiero más hombres del tipo dominante y silencioso. Quiero alguien agradable. Dulce y sensible.

      –Me parece que estás hablando de un golden retriever.

      –Por supuesto, ese tipo de comentario sólo podría ocurrírsete a ti.

      –Mira. Creo que, de alguna manera, nos hemos apartado del tema. Aunque no te lo creas, no me interesa tu vida personal. Puedes salir con quien te dé la gana en cuanto regresemos de Portugal.

      –Vaya. Gracias.

      –Ahora que nos hemos entendido por fin, hay unas cuantas cosas de las que necesito que te ocupes antes de que yo me marche al aeropuerto. Llama al piloto y dile que esté listo para dentro de una hora. Cuando lo hayas hecho, ponte en contacto con la oficina de Florida y diles que estaré allí el viernes. Además, cancela todas mis citas para los próximos dos días. No sé cuánto tiempo estaré en Seattle así que…

      Caitlyn lo observó atentamente mientras se daba


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