Una novia indómita. Stephanie Laurens
Читать онлайн книгу.en ello y, como a mí no me pareció mal, partimos al amanecer. Él parecía ansioso por ponerse en marcha, por eso me extrañó cuando arrancamos a un ritmo bastante relajado. Pero luego, y ahora comprendo que fue en cuanto perdimos de vista la ciudad, hincó los talones y a partir de ahí proseguimos a toda prisa. En cuanto comprobó que yo sabía montar continuamos todo lo deprisa que pudimos. Entonces yo no entendía el motivo, pero él montaba a mi lado, y por eso me di cuenta enseguida de que había visto que nos perseguían. Yo también los vi.
—¿Pudo distinguir si eran milicianos particulares o ladrones? —preguntó Del.
—Creo que eran fieles de la Cobra Negra —ella lo miró directamente a los ojos—. Llevaban pañuelos de seda negros en la cabeza y cubriéndoles las caras. He oído que esa es su… seña de identidad.
—Así es —Del asintió—. ¿Y qué pasó cuando James los descubrió?
—Cabalgamos aún más deprisa. Yo supuse que les sacaríamos ventaja, pues los habíamos visto en un curva, por lo que estaban a bastante distancia aún. Y al principio eso fue lo que hicimos. Pero luego creo que debieron atajar en algún punto porque, de repente, estaban mucho más cerca. Yo todavía pensaba que podríamos escapar de ellos, pero al llegar a un punto en el que la carretera pasa entre dos grandes rocas, el capitán MacFarlane se detuvo. Dio órdenes a la mayoría de los soldados para que continuaran conmigo y se aseguraran de que yo llegara al fuerte, sana y salva. Él y un puñado iban a quedarse para contener a nuestros perseguidores.
La dama hizo una pausa, respiró hondo y, recordando que tenía un vaso en la mano, lo apuró de un trago.
—Intenté discutir con él, pero no quiso oírme. Me llevó aparte, un poco más adelante, y me entregó esto:
De debajo de la mesa, ella sacó una hoja de pergamino doblada y sellada sobre otros documentos. Lo dejó en la mesa y lo deslizó hacia Del.
—El capitán MacFarlane me pidió que le hiciera llegar esto. Dijo que tenía que asegurarme de que acabara en sus manos… como fuera. Me hizo prometer que así lo haría… y luego ya no hubo más tiempo para discusiones —con la mirada fija en el paquete, la mujer respiró entrecortadamente—. Los oíamos acercarse, ululando, ya sabe cómo lo hacen. Ya no estaban lejos y… yo tuve que marcharme. Para poder entregarle esto, no me quedaba otra elección que irme y… lo hice. Él volvió sobre sus pasos con unos pocos hombres, y los demás me acompañaron a mí.
—Y en cuanto comprendió que estaba a salvo, les hizo regresar —intervino Gareth con delicadeza—. Hizo todo lo que pudo.
—Y también hizo lo correcto —Del posó una mano sobre el paquete y lo deslizó hacia él.
Ella parpadeó varias veces antes de levantar la barbilla. Su mirada seguía fija sobre el paquete.
—No sé qué habrá ahí dentro, no he mirado. Pero sea lo que sea… espero que merezca la pena, que merezca el sacrificio que hizo —por último levantó el vaso hacia Del—. Lo dejo en sus manos, coronel, tal y como le prometí al capitán MacFarlane que haría.
Tras lo cual se apartó de la mesa.
Todos se levantaron y Gareth le sujetó la silla.
—Permítame organizar una escolta para que la acompañe de regreso a casa del gobernador.
Gareth y Del intercambiaron una mirada y el coronel asintió. No tenía ningún sentido correr riesgos innecesarios con la señorita Ensworth.
El intercambio de miradas se produjo por encima de la cabeza de Emily Ensworth, que asintió hacia Gareth con gesto serio.
—Gracias, mayor.
A continuación, inclinó la cabeza hacia Del y los otros dos hombres.
—Buenas noches, coronel. Caballeros.
—Señorita Ensworth —todos hicieron una reverencia y aguardaron a que Gareth se alejara con ella antes de volver a sentarse.
Contemplaron el paquete que descansaba sobre la mesa delante de Del. Sin decir una palabra, aguardaron el regreso de Gareth.
Y en cuanto volvió, Del tomó el paquete, apartó la hoja de pergamino, la extendió y comprobó que estaba en blanco. Su único propósito había sido el envolver un documento, una carta, con el sello ya roto.
Del desdobló la carta y le echó un rápido vistazo. Después, tras mirar a sus hombres, se inclinó sobre la mesa y, en voz baja, leyó su contenido.
La carta estaba dirigida a uno de los más influyentes príncipes Maratha, un tal Govind Holkar. Empezaba de manera muy inocente, hablando sobre noticias de sociedad relacionadas con lo que llamaban «el grupo más joven del palacio del gobernador». Pero, tras esos primeros párrafos, el tono de la misiva cambiaba y pasaba a intentar descaradamente persuadir a Holkar para que destinara más hombres y recursos a la secta de la Cobra Negra.
Cuanto más avanzaba en la lectura, más fruncía Del el ceño.
—Y, como de costumbre —anunció al concluir la lectura—, está firmada con la marca de la Cobra Negra.
Del dejó caer la carta sobre la mesa y sacudió la cabeza.
—No es más de lo que ya sabemos, de lo que James ya sabía.
—Tiene que haber algo más —Gareth tomó la carta—, algo oculto.
Del se reclinó en el asiento. Se sentía extrañamente desfallecido por dentro y observó a Gareth repasar la carta en silencio. Pero su compañero al fin levantó la cabeza y la sacudió con gesto sombrío.
—Si hay algo, yo no lo veo.
Logan tomó la carta y la leyó y, tras sacudir la cabeza, se la pasó a Rafe, sentado en su rincón.
A Rafe no le llevó mucho tiempo ojear la única hoja. Se reclinó sobre la silla, sujetando la carta en una mano con el brazo extendido.
—¿Por qué? —agitó la carta—. Maldita sea, James, ¿por qué diste tu vida por esto? ¡Aquí no hay nada!
Rafe arrojó la carta sobre la mesa y la fulminó con la mirada. La hoja se dio la vuelta y aterrizó boca abajo.
—Esto no merece la…
Al no decir nada más, Del lo miró y lo vio mirando fijamente, ensimismado, la carta. Como si se hubiese transformado en su némesis.
—¡Cielo santo! —susurró Rafe—. No puede ser —volvió a tomar la carta.
Por primera vez desde que lo conocía, Del vio temblar las manos de Rafe Carstairs.
Rafe levantó la carta y la acercó más a su cara, mirándola fijamente…
—Es el sello —con voz cada vez más firme, se inclinó hacia delante y giró la carta, sujetándola para que el sello, en su mayor parte intacto, quedara a la altura de los ojos de los demás—. Ha utilizado su propio sello. El condenado Ferrar al fin ha cometido un error, y James, joven, de vista aguda y mente aún más aguda, lo descubrió.
Gareth tomó la carta. Era el más familiarizado con el sello de Ferrar, pues había sido él quien había registrado su escritorio. Estudió atentamente el sello antes de levantar la mirada y fijarla en la de Rafe. Y asintió.
—Es el suyo.
La excitación contenida en los dos hombres era palpable.
—¿Podría alegar que alguien le había robado el sello y lo había utilizado para implicarle? —preguntó Del—. Por ejemplo uno de nosotros.
Una sonrisa se extendió lentamente por el rostro de Gareth, que miró a Del.
—Eso no colará. Es un sello de anillo, y nunca abandona el dedo meñique de Ferrar. De hecho, a no ser que pierda el dedo, es imposible que lo haga. Todos los secretarios y empleados del palacio del gobernador lo saben, pues él mismo se encarga de presumir de su linaje. Todo el mundo conoce su anillo de sello,