¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe. Natalie Anderson

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¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe - Natalie Anderson


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no te amilanas y que dices que sí a todo.

      Victoria sonrió a pesar de sentirse irritada. Aurelie había descubierto su punto débil. Toda su vida había dicho sí: a sus padres, a Oliver, a toda la gente a la que había querido agradar incluso contra sus propios intereses. Entonces se dio cuenta de lo que Aurelie había dicho.

      –¿Me recomendaron? –¿quién podía haberlo hecho? Solo llevaba en París siete meses. Hacía apenas unas semanas había relanzado su propia línea de papelería personalizada y arte caligráfico. ¿Habría sido algún cliente del pasado, cuando su negocio prosperaba en Londres?

      Pero en lugar de contestar, Aurelie se acercó a la ventana. Victoria también había oído crujir la gravilla. Había llegado un coche.

      –Oh, no –exclamó Aurelie–. Está aquí. No puede ver nada de esto. Si entra, escóndelo todo –dijo, y con la agilidad propia de una atleta, salió corriendo.

      Victoria se quedó sola. Asumió que se trataba del novio y, sin poder contener la curiosidad, se acercó a la ventana.

      El coche aparcado ante la puerta estaba vacío. Un asistente uniformado se acercó a él para aparcarlo en algún lugar donde no estropeara la idílica imagen del castillo. Aunque comparado con otros no fuera especialmente ostentoso, era el edificio más grandioso que Victoria había visto en su vida. Estaba rodeado de jardines formales, con largas avenidas, románticos rincones y numerosa fuentes. Era una preciosidad.

      Volvió a la mesa y, tras guardar las tarjetas terminadas, sacó algunas en blanco. Luego preparó la pluma y la tinta y practicó sobre una para calentarse los dedos y asegurarse de que la tinta corría con fluidez.

      –Aurelie, ¿estás ahí?

      Victoria se quedó paralizada. Hizo una mancha de tinta, pero no le importó, porque le inquietó mucho más aquella cálida y relajada voz que conocía bien.

      Miró hacia la puerta, conteniendo el aliento, a la vez que él entraba Liam.

      ¿Liam? ¿El espectacular e inaccesible Liam?

      Él hizo una leve pausa en la puerta antes de dirigirse hacia ella. A Victoria no le pasó desapercibido su magnífico y atlético cuerpo. Liam Wilson era peligrosamente competitivo, le gustaba ganar a costa de lo que fuera.

      Y claramente había ganado a la mejor: Aurelie.

      Sus ojos marrones se clavaban en ella. Llevaba el cabello, marrón oscuro, más corto que la última vez que se habían visto. Apenas sí fue consciente de que iba con vaqueros y una camiseta blanca, porque la intensidad de su mirada la mantuvo hipnotizada.

      Liam Wilson. Victoria no daba crédito. Perpleja, bajó la mirada para serenarse. ¿Cómo era posible que estuviera aún más guapo? ¿Cómo era posible que le bastara mirarlo para desearlo?

      –Victoria.

      Esta fijó la mirada en la mancha de tinta, aunque fue consciente de que Liam se detenía a unos centímetros de su silla.

      Liam carraspeó.

      –Ha pasado mucho tiempo.

      Victoria intuyó la sonrisa que siempre se percibía en su voz; aquella seguridad en sí mismo que le resultaba tan atractiva. Una confianza de la que ella carecía y que envidiaba.

      Centrado, ambicioso, fascinante. Liam era distinto a todos los hombres que había conocido. Alto, fuerte y decidido, hacía lo que fuera necesario para conseguir lo que quería, destruía cualquier oposición. A Oliver. A ella.

      Alzó la mirada. El peligro que en el pasado había atisbado en su mirada se había convertido en letal. Su expresión, a pesar de la sonrisa, se había endurecido.

      Victoria no supo qué hacer para conseguir que el cerebro volviera a funcionarle.

      –¿Qué tal te ha ido? –preguntó él.

      Debía estar bromeando. Habían pasado cinco años desde que se habían visto la última vez, cinco años desde que había interrumpido la declaración de Oliver y, a cinco días de su boda, la saludaba como si fuera una compañera de colegio.

      Victoria desvió la mirada hacia las tarjetas en blanco, contenta de haber guardado las que Aurelie no quería que él viera.

      Aurelie Broussard iba a casarse con Liam Wilson. Liam era el padre del hijo de Aurelie.

      ¿Por qué le costaba tanto asimilarlo? Ella había tenido la oportunidad en una ocasión de darle el sí. No a casarse, pero el sí a algo. Sin embargo, se lo había dado a otra persona y la vida los había llevado por distintos caminos.

      Victoria se irguió, luchando contra el torbellino de recuerdos y emociones que sentía. Ella era feliz, y así debía comportarse.

      –Muy bien, gracias –dijo, sonando lo más natural posible.–. ¿Qué tal estás tú?

      –Asombrado de verte.

      Liam la recorrió con la mirada, deteniéndose en sus labios, bajando la vista hacia su figura, tal y como había hecho la primera vez. Pero entonces tenía la excusa de no saber quién era.

      Victoria se tensó bajo su inspección, rogando que su cuerpo no reaccionara a la instintiva atracción que le despertaba.

      –Ha pasado mucho tiempo –repitió él–. Y aunque parezca imposible, estás todavía más guapa.

      A Victoria se le aceleró la respiración y sintió una corriente de calor recorrerla. Su cerebro se ralentizó, y tardó en recordarle que Liam acostumbraba a coquetear. Pero en aquella ocasión era totalmente improcedente, aunque no sería ella quien se lo recordara. Era el prometido de la mujer para la que trabajaba, así que actuaría con calma y profesionalidad.

      –Tú también tienes muy buen aspecto –dijo con una educada sonrisa. Podía manejar la situación.

      Él se apoyó en el escritorio, al lado de su silla, pero Victoria no se movió. No permitiría que Liam se diera cuenta de cuánto la perturbaba. No era la primera vez que jugaba con ella. Recordaba la misma expresión en su rostro cuando la había encontrado en el cuarto de baño. Entonces, como en aquel momento, parecía un gato observando a un ratón sobre el que estuviera a punto de abalanzarse.

      Victoria Rutherford no tenía la menor intención de volver a ser un ratón.

      –Gracias –dijo él.

      Victoria entornó los ojos al sentir que el enfado atravesaba su armadura de cortesía. Liam no había cambiado. Ni siquiera cuando estaba a punto de casarse.

      –Victoria –susurró él tal y como había hecho en otra ocasión. Y como entonces, ella sintió que el corazón se le paraba.

      Él se inclinó peligrosamente cerca, y aunque ella contuvo la respiración, no se salvó de oler su aroma a aire de mar y libertad, una mezcla embriagadora que en una ocasión había estado a punto de volverla loca. La peor de las tentaciones. El mejor amigo de su novio.

      Como prometido de su clienta, seguía siendo territorio prohibido, incluso más. Así que tendría que aplacar sus disparadas hormonas. Liam Wilson no sería nunca para ella.

      –¿Qué estás haciendo? –preguntó alarmada, cuando él se acercó un poco más.

      Sin apartar sus ojos de los de ella, Liam esbozó una sonrisa al tiempo que invadía su espacio. Ella se quedó atrapada en su mirada. Lo tenía tan cerca que podía ver cada una de sus pestañas.

      –¿Te importa que te quite esto? –Liam le quitó la pluma de un tirón–. Parece un arma. Ya me apuñalaste en el corazón una vez, y no quiero arriesgarme a que lo hagas de nuevo.

      Victoria lo miró, perpleja. ¡Como si ella le hubiera herido! En todo caso había sido al revés. Liam les había hecho daño a Oliver y a ella. Había roto el vínculo entre ellos y nunca habían logrado recomponerlo. Pero no pensaba decirle hasta qué punto había sido importante en su vida.

      –¿Que yo te


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