E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca septiembre 2020 - Varias Autoras


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volvió a sentarse y él ocupó el otro sillón y la escrutó en silencio. Parecía que había estado impaciente por que llegara para pedirle que la llevara a casa, y sentía que estaba siendo cruel aunque sabía que no tenía otra opción. Estaba preciosa, con el ensortijado cabello tapándole parte de la cara, los carnosos labios fruncidos en un mohín de enfado y las largas piernas asomándole por debajo del vestido.

      –Antes del accidente… –comenzó Brooke en un tono vacilante–… nuestro matrimonio estaba pasando por un mal momento, ¿no es así?

      La verdad era que no quería que le respondiera que sí, pero sentía que tenía que preguntarle y ser lo bastante fuerte como para afrontar la realidad por dolorosa que fuera. Si había problemas en su relación, no sería justo ni para él ni para ella que siguieran fingiendo lo contrario.

      Lorenzo la miró desconcertado.

      –¿Qué te hace pensar eso?

      –Tampoco hay que ser un genio para darse cuenta –contestó ella en un murmullo–. No me tocas nunca, a no ser que no puedas evitarlo. Ni tampoco mencionas nunca nada personal, y si te hago alguna pregunta de ese tipo me sales con evasivas. Además, es evidente que no quieres que vuelva a casa. Sé sincero, Lorenzo; lo soportaré. Y luego puedes irte a casa o volver al banco, porque parece que trabajas dieciocho horas al día.

      Lorenzo apretó los dientes, lleno de frustración. Habría sido el momento perfecto para hablarlo si no tuviera que tener en cuenta el delicado estado de Brooke. Además, había lágrimas en sus ojos.

      Enfadada consigo misma, Brooke se las enjugó con impaciencia con el dorso de la mano.

      –Deja de tratarme como a una niña; deja de escoger las palabras cuando me hablas. ¡Tengo veintiocho años, por amor de Dios, no soy una cría! La amnesia es frustrante, pero estar todo el día aquí metida, preguntándome qué clase de relación tenemos es un auténtico suplicio… –exclamó levantándose y dándole la espalda, decidida a no llorar delante de él.

      Aturdido, Lorenzo se levantó y le puso una mano en el hombro, pero ella se revolvió, girándose hacia él para decirle con fiereza:

      –¡Vete a casa! Ya hablaremos otro día…

      Lorenzo no pudo contenerse. La asió por los brazos y, cuando se encontró inclinándose contra su voluntad para besarla, se increpó mentalmente por ese momento de debilidad. Sin embargo, conocía demasiado bien a las mujeres como para no darse cuenta de que si Brooke, que le había rodeado el cuello con los brazos, se lo estaba permitiendo, era para ponerlo a prueba. Aun así, no había nadie observándolos y solo sería un beso breve, se dijo cuando ella abrió la boca en una muda invitación.

      La pasión con que estaba besándola sorprendió a Brooke. Los labios de Lorenzo acariciaban los suyos con fruición, justo lo que había estado ansiando durante todas aquellas semanas interminables sin ser consciente de ello.

      Se aferró a sus anchos hombros pues sentía que le flaqueaban las piernas, mientras se deleitaba con la embriagadora sensación de los labios de Lorenzo contra los suyos. Le faltaba el aliento, se notaba mareada, y estaba experimentando toda una miríada de sensaciones que eran completamente nuevas para ella.

      No, era imposible que fueran nuevas para ella, se corrigió; era solo que no las recordaba. Y, sin embargo, la chocaban los rápidos latidos de su corazón, lo duros que se le habían puesto los pezones, y lo sensibles que los notaba al roce contra la tela del vestido. También el calor que notaba entre los muslos, como un ansia palpitante, y la incipiente erección de él contra su abdomen.

      Lorenzo despegó finalmente sus labios de los de ella y la hizo sentarse de nuevo. Solo había sido un beso, se repitió. ¿Y qué era un beso? Sin embargo, se sentía tan irritado consigo mismo por haber vuelto a sucumbir a la tentación que apretó los puños y retrocedió un par de pasos.

      –Ha sido maravilloso –murmuró Brooke con una enorme sonrisa, completamente ajena a sus pensamientos–. Ahora me siento mucho mejor con respecto a lo nuestro.

      –Estupendo –respondió él entre dientes.

      Se sentía completamente descolocado. En los tres años que llevaban casados, Brooke jamás lo había besado de ese modo, ni le había mostrado ni un ápice del deseo que había dado por hecho que sentía por él cuando se habían casado.

      Fijó sus ojos en ella y le dijo:

      –No soy un hombre dado a expresar mis emociones.

      –No hace falta que lo jures –apuntó ella–; es bastante evidente. No lo has hecho en ninguna de tus visitas. Me preocupaba que nuestra relación no fuera bien, y ahora mismo estás muy tenso.

      Lorenzo estaba empezando a sentirse como si estuviera sentado en el banquillo de los acusados.

      –No estoy tenso –replicó.

      Pero no tenía razón; sus facciones no podían estar más tensas, pensó Brooke. Y, sin embargo, a pesar de lo reservado que parecía, había demostrado tanta emoción en aquel beso… ¿O habría sido solo deseo? ¿Y cómo podía ser que no fuera capaz de diferenciar entre una cosa y la otra cuando llevaban tres años casados, cuando no había olvidado cosas como los nombres de las estaciones o los días de la semana? Tragó saliva. Tenía miedo de dejarse llevar por sus expectativas, de esperar demasiado de él.

      –¿Me llevarás a casa esta semana? –le preguntó sin rodeos–. Aunque los médicos no estén de acuerdo, yo me siento preparada para irme. No puedo quedarme aquí para siempre… ¿O es que preferirías que me quedase?

      Al oír la ansiedad en su voz, Lorenzo se sintió como si le hubiesen dado un latigazo. Por más que intentase ocultárselo, era evidente que estaba estresada y preocupada, y volvió a maravillarlo ese poder leer en ella como en un libro abierto cuando nunca había podido hacerlo.

      –Pues claro que no; hablaré con ellos.

      Satisfecha con esa respuesta, Brooke lo miró a los ojos.

      –Te prometo que no te causaré ningún problema. No tengo una depresión ni una enfermedad mental; solo he perdido la memoria. Y solo quiero recuperar mi vida… –murmuró. «Y a mi marido», añadió para sus adentros.

      De pronto se encontró sonriendo ante la perspectiva de reunir a Brooke con toda la ropa que tenía en su vestidor, con sus joyas y con los álbumes que atesoraba, llenos de artículos de la prensa rosa que hablaban de ella. Estaba seguro de que eso la ayudaría a recobrar la memoria. ¿Cómo podía haber esperado que la recobrara encerrada en un entorno completamente aséptico, sin el menor estímulo, privada de todo lo que valoraba y de todo aquello con lo que disfrutaba? En aquella clínica privada no había nada que pudiera resultarle familiar ni que respondiera a sus gustos. Sí, la llevaría a «casa» con él, a Madrigal Court, y allí, con toda probabilidad, recobraría la memoria y recordaría que lo odiaba.

      MIENTRAS la limusina avanzaba por el largo camino de acceso hacia el palacete que se divisaba a lo lejos, Brooke lo miraba todo con los ojos muy abiertos, maravillada, aunque tratando de disimular. Parecía que su marido era muchísimo más rico de lo que había dado por hecho. Pero, por extraño que le resultara, aquella era su vida, se recordó, intentando calmarse, y aquel era su hogar.

      El palacete, que Lorenzo le había dicho que recibía el nombre de Madrigal Court, no podría ser más hermoso, pensó admirando los reflejos del sol en la hilera de altas ventanas. Por el intrincado diseño del edificio dedujo que debía ser muy antiguo. ¿De la época de los Tudor, tal vez?

      Alargó el brazo y tomó la mano de Lorenzo, entrelazando sus dedos con los de él. Se sentía tan halagada y agradecida de que se hubiese tomado el día libre para pasar junto a ella el momento de su vuelta a casa.

      Lorenzo, a quien aquel gesto lo pilló totalmente desprevenido, lanzó una mirada furtiva a sus manos unidas e inspiró profundamente para intentar mantener la calma. No podía dejar de imaginarla entrando en el vestidor y chillando de emoción:


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