E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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E-Pack Jazmín B&B 1 - Varias Autoras


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Soy quien la está criando, quien la quiere.

      –Pero no eres su madre biológica.

      –No.

      –¿Es de Gabriela? –preguntó Alex.

      –Sí –se limitó a contestar ella.

      –¿Y por qué no me lo dijiste?

      Yelena notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.

      –Porque Gabriela me lo hizo prometer antes de morir. La noche en que murió tu padre… Gabriela tenía una relación con Salvatore Vitto.

      –¿El capo de la droga? –preguntó él con el ceño fruncido.

      Ella asintió.

      –Gabriela no tenía ni idea de quién era. Se habían visto varias veces a lo largo de los años. Cuando se enteró de su identidad, quiso romper con él, pero la secuestró. Fue entonces cuando me llamó, se había escapado. Pasamos semanas recorriendo Europa para que perdieran nuestra pista. Y terminamos en Alemania.

      Yelena recordó el horror de esas últimas semanas y se puso a temblar.

      –Bella nació el dieciocho de marzo, en una pequeña clínica alemana en la que registramos a Gabriela con mi nombre. Vitto es una mala persona y Gabriela pensaba que la mataría y se llevaría a la niña si se enteraba de que estaba embarazada.

      –¿Y por qué no volvisteis a casa antes de que naciese Bella?

      –Porque Vitto tenía el pasaporte de Gabriela. Cuando conseguimos uno nuevo en la embajada, en Alemania, a Gabriela ya se le notaba mucho el embarazo y no quiso volver. Ya sabes lo cabezota que era.

      Él asintió y sonrió un poco.

      –Ya puedes imaginarte cuál habría sido la reacción de mis padres si hubiese vuelto embarazada y sin casarse.

      –Así que volviste tú y dijiste que era tu hija.

      –Tenía que proteger a Bella.

      Yelena pensó que había llegado el momento. Respiró hondo y lo miró a los ojos.

      –¿Alex? Tengo que contarte algo más.

      Él rio con ironía.

      –Claro que sí, lo que quieras.

      –Arriba.

      Él miró hacia los ascensores, luego a ella. Yelena asintió. También había llegado su momento.

      UNA vez en su salón, Yelena decidió ir despacio.

      –Alex, ¿te acostaste alguna vez con Gabriela?

      –¿Qué tipo de pregunta es…?

      –Por favor, Alex, necesito saberlo.

      Él frunció el ceño.

      –Una vez. En el baile que se celebró en julio en la embajada. Después de que tú y yo nos besásemos. Había bebido y…

      Alex dejó de hablar. Palideció.

      –¿Piensas que Bella es mía?

      –Di por hecho que Vitto era el padre, y creo que mi hermana también, pero las fechas encajan. Y tu madre comentó que Bella se parecía a Chelsea y a ti cuando erais bebés.

      Él empezó a ir y a venir por el salón, se pasó una mano por el pelo. Llegó hasta la zona de la cocina y golpeó la encimera con ambos puños.

      –Si quieres, podrían darnos los resultados de una prueba de ADN en diez días –sugirió Yelena en voz baja.

      Alex se agarró a la encimera y bajó la cabeza. Ella esperó a que dijese algo. Lo había hecho bien, ¿por qué se sentía como si hubiese puesto toda su vida patas arriba?

      Ambos se sobresaltaron cuando llamaron a la puerta.

      Era Melanie, con Bella en brazos.

      –Creí haberte oído llegar y…

      –¿Te importa darme media hora más, Mel? –le pidió Yelena.

      –De acuerdo.

      Cuando la vecina se marchó, Yelena cerró la puerta y se giró hacia Alex, que estaba de espaldas, observando las fotografías que tenía puestas encima del aparador.

      Ella se acercó con curiosidad.

      Alex tenía en la mano un marco de plata con una fotografía de Bella. Miró a Yelena.

      –Pensaba que lo había matado ella –dijo.

      Yelena tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba hablando de sus padres.

      –Alex, Pam lo hizo por ti, para que nadie vuelva a sospechar de ti. Según la autopsia, la hora de la muerte fue las once y veinte.

      –Así que, si mi madre hubiese llamado a una ambulancia, todavía estaría vivo.

      –Tal vez. Es difícil saberlo.

      –Pensaba…

      –¿Que ella lo había empujado a la piscina?

      Él asintió, mirando la fotografía de Bella antes de volver a dejarla.

      –Y por eso guardaste silencio, para encubrirla.

      Él no respondió, fue a sentarse en el sofá.

      –Alex. Tu madre va a ir a declarar mañana y vamos a contar con un buen abogado, pero lo que más necesita es tu apoyo.

      –Por supuesto.

      Yelena deseó abrazarlo, calmar su dolor hasta que volviese a ser el Alex al que ella había conocido, risueño y bromista, que había coqueteado con ella y que le había hecho el amor apasionadamente.

      –Alex… ¿Quieres que haga la prueba de ADN? Aunque también comprendería que no quisieras.

      Él se levantó con rapidez.

      –Yelena, ¿de verdad piensas que podría vivir sin saberlo? ¿Que podría ignorar a mi hija?

      Ella se quedó horrorizada al darse cuenta de que, si Alex se empeñaba, podría quitarle a Bella.

      Él la vio palidecer.

      –¿Qué te pasa, Yelena? –le preguntó, mirándola a los ojos–. No voy a quitarte a Bella.

      –No, claro que no –replicó ella, fulminándolo con la mirada.

      Él sonrió. Aquella era su Yelena.

      –Te quiero –añadió.

      Ella se quedó petrificada. Hasta el propio Alex estaba sorprendido. No había pretendido decírselo allí, pero habría sido un cobarde si no lo hubiese hecho.

      Yelena se giró, con los brazos cruzados y la cabeza agachada. No dijo nada y Alex sintió que iba perdiendo el control. Se lo había dicho y no había obtenido respuesta.

      –No, Alex. Mi hermano está intentando destruir a tu familia… –dijo ella por fin.

      –Esto no tiene nada que ver con Carlos.

      Yelena se giró y lo miró con escepticismo. Y eso le dolió.

      –Le he llamado esta mañana y le he ofrecido un trato. Y ha aceptado, pero ahora no quiero hablar de tu hermano –añadió–. Esto no tiene nada que ver con él. Yo…

      Hizo una pausa, se aclaró la garganta, dio un paso al frente y la agarró por las muñecas. Cuando se miraron a los ojos, a Alex se le aceleró el pulso. Había llegado el momento de la verdad.

      –Solo tiene que ver contigo y conmigo. Eres fuerte, leal y apasionada –le dijo, acariciándole la mejilla–. Mi madre y mi hermana te adoran. Te has convertido en su amiga.

      Respiró hondo, intentó mantener el control.


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