Un mal comienzo. Stella Bagwell

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Un mal comienzo - Stella Bagwell


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urgente me obligó a tomar un avión de vuelta a los Estados Unidos. Llamé al hospital más tarde y una enfermera me aseguró que estaba bien. Me alegré de ello.

      Adam se había convencido de que no le importaba si Maureen York tenía la cortesía de ir al hospital a ver si se había muerto o no. Pero ahora, sentía que tenía quince años en vez de veinticinco. Su explicación lo hacía sentir ridículamente bien.

      –Solo tuve la molestia de una escayola –dijo, forzándose a separarse de ella.

      Tomó su taza y se acercó a la pared de cristal. Las montañas cubiertas de coníferas se extendían ante sus ojos hacia el sur. Hizo el esfuerzo de mantener su atención fija en su belleza en vez de la de Maureen York.

      –¿Qué la ha traído a Sanders Gas and Exploration? –le preguntó–. Hace seis semanas tenía un trabajo con una buena empresa.

      Maureen se preguntaba lo mismo. Se hallaba satisfecha con sus anteriores jefes. Sus oficinas centrales se hallaban en Houston, el centro de la industria petrolera. Le pagaban un salario excelente y la gente con quien trabajaba era de lo más agradable. Pero se había sentido ahogada en la ciudad. Y aunque no le gustase reconocerlo, se había enfrentado al hecho de que su vida se había estancado. Quería y necesitaba un cambio. Sin embargo, si hubiese sospechado que ese hombre era parte de Sanders Exploration, nunca habría aceptado el trabajo.

      –Por empezar, quería salir de Houston. No me disgustaba la ciudad, pero estaba cansada de vivir en un apartamento y llevar esa vida agitada. Quiero una casa con jardín y árboles.

      No pudo evitar mirarla por encima del hombro.

      –Parece que quiere establecerse, más que avanzar en el trabajo.

      Ella cuadró los hombros y dio la vuelta al escritorio para colocarse a su lado frente a la ventana.

      –Supongo que se puede decir que me gustaría bajar el ritmo, pero no de la forma que usted supone.

      Los verdes ojos se cruzaron con los castaños.

      –No sabía que hubiera otra forma para… una mujer.

      ¿Por qué permitía que la irritara? Era tonto, considerando que había tenido que lidiar con hombres mucho peores.

      –Quizás le interese saber que no todas las mujeres estamos desesperadas por casarnos. Podemos llevar nuestra vida sin un hombre.

      –¿Ah, sí? Mi madre cree que una mujer tiene que encontrar a un hombre y un hombre a una mujer antes de que puedan ser totalmente felices.

      –Su madre ha de ser una romántica redomada –murmuró. Luego se dio la vuelta y concentró su atención en las montañas que se extendían varios kilómetros de distancia.

      Y Maureen York no era una romántica. No lo había dicho, pero Adam lo había leído en su rostro antes de que ella se diese vuelta. Era un alivio saber que ella no buscaba romance. Ello haría que trabajar juntos resultase mucho más fácil.

      –Este trabajo hará que tenga que viajar a un montón de sitios, particularmente aquí, en Nuevo México. No es probable que tenga demasiado tiempo para disfrutar de su casa con jardín.

      –No quiere que acepte el trabajo, ¿verdad? –le preguntó ella, mirándolo por el rabillo del ojo.

      Él se forzó a mantener la mirada fija en los hermosos bosques donde se podían ver ardillas y pájaros alimentarse a todas horas del día.

      –Yo no soy quien toma la decisión final. Mi padre es quien tiene ese derecho –le dijo.

      –Eso no es lo que yo he dicho –señaló ella.

      –Creo que ha venido aquí buscando algo que no podía encontrar en Houston. No creo que lo encuentre aquí tampoco.

      ¿Cómo podía saber lo que ella buscaba? Maureen acabó el amargo café y tiró el vasito a una papelera.

      –¿Es usted una autoridad en geólogos, o mujeres, o ambos?

      –No me considero una autoridad en nada –respondió él.

      Ella sonrió, pero la expresión no le alcanzó los ojos.

      –Entonces no intente comprenderme. Muchos hombres lo han intentado y fallado.

      –Mire, señorita York, no intento analizarla. Solo quiero asegurarme de que usted está aquí para trabajar. Puede que esta no sea la gran empresa para la que usted trabajaba en Houston, pero tenemos muchos pozos petrolíferos. Si usted ha venido aquí pensando que sería fácil, será mejor que se vuelva a Texas.

      Ella se acercó hasta estar solo a un paso, se cruzó de brazos y levantó la vista hacia él.

      –¿Qué edad tiene, señor Sanders?

      Él frunció el ceño como si no pudiera creer lo que le preguntaba.

      –Veinticinco. Pero no creo que mi edad tenga nada que ver con esta conversación.

      –Ajá. Bien, me sorprende que haya logrado aprender tanto en un período tan corto de tiempo. A la mayoría de los hombres les lleva muchos años más de los que usted tiene.

      Adam podía decir sin una gota de pedantería que tenía el don de la palabra, especialmente con el sexo opuesto. Algo que, según le habían dicho, había heredado de su padre de nacimiento, Tomas Murdock, quien había muerto poco tiempo después de que él llegase al mundo. Pero aquella mujer no se parecía a ninguna de las que había conocido hasta ese momento. Quería besarla y estrangularla. Quería hacer que la altiva confianza se borrara de su rostro.

      Ella dejó caer los brazos y la mirada de él descendió a la generosa curva de sus senos. Bajo la camisa de algodón color verde menta se podía distinguir el ligero borde de su sujetador de encaje. Intentó no pensar en el aspecto que tendría sin esa prenda.

      –Supongo que se puede decir que soy… un alumno adelantado –dijo.

      Al notar que sus ojos se detenían más abajo de su rostro, Maureen cruzó nuevamente los brazos sobre el busto y le lanzó una mirada relampagueante.

      –Se lo digo ahora mismo. El único motivo por el que me quedaré con Sanders Exploration es su padre. Es un hombre respetado en el medio y ahora que lo he conocido, me doy cuenta del motivo. Me siento honrada de poder trabajar para él. Y he decidido que resultaría tonto desaprovechar esta oportunidad por el orgulloso y sabelotodo de su hijo.

      –¿Significa esto que trabajaremos juntos, entonces? –preguntó él con una sonrisa maliciosa.

      –En contra de toda sensatez.

      También era en contra de lo que Adam consideraba sensato, pero no era un hombre que se arredrara ante un desafío.

      –Mi padre se alegrará de oírlo.

      Ella sonrió también, y el movimiento de sus labios tuvo suficiente poder para hacer que a Adam se le encogiesen los dedos de los pies.

      –No se moleste en decir que usted también se alegra –dijo ella.

      Como si considerase su conversación acabada, ella se dirigió a la silla en la que se había sentado antes y agarró un bolso de cuero. Se colgó la correa del hombro y se encaminó a la puerta. La mirada de Adam siguió el elegante movimiento de sus caderas.

      –¿Necesita ayuda para encontrar un sitio por aquí? –se le ocurrió preguntar a él.

      Ella miró su reloj y luego abrió la puerta.

      –Dentro de treinta minutos tengo una cita con un agente inmobiliario.

      –¡Un agente inmobiliario! ¿Quiere decir que piensa comprar más que alquilar?

      –Tengo intención de plantar raíces –sonrió ella nuevamente.

      –¿Sin período de prueba?

      –En cuanto vi esta zona, me enamoré de ella. Acabo de decidir que lo que tenga que soportar en el trabajo será un pequeño precio


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