Por despecho. Miranda Lee

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Por despecho - Miranda Lee


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me estaba preocupando por ti. ¿Puedes entenderlo?

      –¿Preocupando? –repitió ella, sin poder creérselo.

      Hacía mucho tiempo que nadie daba muestras de preocuparse por ella, seguramente por su imagen de mujer eficiente. Sus padres parecían pensar que era perfecta. Igual que sus dos hermanas pequeñas.

      Y ella tenía toda la vida planificada… hasta la noche pasada, cuando Nicholas había recogido sus cosas y abandonado el apartamento donde vivían, dejándola allí sola, después de describirla como una mujer aburrida, calculadora y tacaña. También le había dicho que había estado arruinando su vida durante los dos últimos años. Que le había tenido controlado, limitando su personalidad y convirtiéndolo en un hombre débil.

      Él ya estaba cansado de ahorrar dinero, cansado de comer en casa y terriblemente cansado de sólo poder tener sexo en una cama.

      Él era más joven que ella, le había recordado con mordacidad. Él quería divertirse antes de asentarse. Necesita diversión y libertad. Así que no quería casarse todavía. No quería afrontar aún la responsabilidad del matrimonio y los hijos. Y no estaba dispuesto a comprar un coche familiar. Quería conducir un Porsche. Quería viajar. Quería tener otras mujeres. Mujeres que fueran más apasionadas en la cama que ella.

      A ella le molestaron especialmente los comentarios de él acerca de su vida sexual, ya que nunca se había imaginado que Nicholas estuviera insatisfecho en ese sentido. Siempre había dicho que comprendía que a ella le disgustasen ciertas cosas. Y de hecho, él había declarado que estaba de acuerdo con ella.

      –Eres una mujer muy reprimida, Olivia –le había seguido diciendo–. No tienes ni idea de cómo hacer feliz a un hombre. ¡Ni idea!

      En aquel momento, ella había pensado que él debía de estar loco. Pero, en esos momentos, Olivia creía que Nicholas estaba en lo cierto.

      –¿Olivia? ¿Se puede saber qué te pasa? –volvió a preguntarle su jefe.

      Ella consiguió reprimir las lágrimas con gran esfuerzo.

      –¿Es por Nicholas?

      Ella sólo pudo asentir mientras los ojos se le humedecían finalmente.

      –¿Es que está enfermo?

      Ella sacudió la cabeza.

      –¡No me irás a decir que os habéis separado!

      Olivia se extrañó por el tono de asombro de su voz. Lo cierto era que veinticuatro horas antes ella tampoco podría haberse creído que eso pudiera suceder. Ella estaba tan convencida de que estaban hechos el uno para el otro, de que buscaban las mismas cosas… Iban a casarse al año siguiente. Y al otro, podrían comprar la casa. Y al siguiente, tendrían su primer hijo, justo antes de que ella cumpliera los treinta.

      Pero en ese instante, lo único que ella veía para sí misma a los treinta años era la soledad. Le había llevado años encontrar a Nicholas. Y ya tenía veintisiete años…

      –Por favor, Lewis –dijo ella, con labios temblorosos, mientras abría el correo electrónico en el ordenador–, no quiero hablar de eso.

      Ella sintió la mirada de él, pero no se atrevió a levantar la vista. Se quedó mirando fijamente la pantalla y comenzó a teclear.

      –No te preocupes en exceso, Olivia –dijo Lewis–. Dale tiempo para que recapacite. Te apuesto lo que quieras a que Nicholas volverá antes de que la semana acabe. Y lo hará arrastrándose.

      Olivia levantó la cabeza mientras sentía que su corazón volvía a albergar cierta esperanza.

      –¿Eso crees?

      –Ningún hombre en su sano juicio abandonaría a una mujer como tú, Olivia –afirmó su jefe–. Confía en mí.

      Nicholas regresó el siguiente fin de semana, pero no lo hizo arrastrándose y no fue para quedarse. Simplemente, quería recoger unas cuantas cosas que se había olvidado. Unos artículos de aseo y una colección de discos compactos. Cuando salió por la puerta, le dijo a Olivia en un tono sarcástico que ella podía quedarse con el maravilloso mobiliario que habían compartido.

      Desde la ventana principal, ella pudo ver cómo Nicholas se marchaba en su nuevo coche, un Porsche negro en el que debía de haberse gastado todos sus ahorros. Dinero que estaba pensado para comprar la casa a medias con ella. La casa donde iba a tener sus dos hijos, según lo planeado.

      Olivia se quedó entre el mobiliario que había comprado de saldo para ahorrar para sus planes futuros. Sintió cómo la depresión la invadía más y más. Y sin duda, la agravaba el hecho de que se acercasen las navidades. Se suponía que la gente debía de estar feliz en navidades.

      Olivia se comportaba de un modo automático en el trabajo, pero en casa apenas podía ni comer. La hora libre para comer la pasaba deambulando sin objeto por el centro comercial Parramatta. Le había dicho a Lewis que tenía que hacer las compras de navidad, pero en realidad, su único propósito había sido escapar de su atenta mirada. No se sentía cómoda ante el intento de su jefe de ser amable con ella.

      Sin duda, el hecho de que llegara el último día de trabajo del año sin haberle llevado ningún regalo ni felicitación de navidad, indicaba lo distraída que Olivia estaba en aquellos días. Se sintió muy culpable cuando vio la preciosa felicitación navideña con bordes dorados que él le había dado, acompañando a una caja de bombones que ella guardó en un cajón como solución de emergencia para una bajada de azúcar.

      Decidió salir a comprarle algo. Pensó que nadie notaría su ausencia. Todo el personal de Altman Industries estaría celebrando la llegada de las vacaciones de navidad. Habría un baile y suficiente comida como para acabar con la dieta más severa. Por no hablar de que tampoco faltarían la cerveza y el champán de calidad.

      Esa fiesta le costaba a Lewis una fortuna. Olivia lo sabía.

      Pero era algo tradicional y él podía permitírselo. Altman Industries era una empresa relativamente pequeña, pero sus beneficios crecían cada año y más desde que hacía tres años había empezado a ser una compañía internacional.

      Lewis había comenzado su empresa en el patio trasero de un garaje unos diez años atrás. Él era químico de carrera, pero su vocación era de ecologista, así que decidió combinar ciencia y naturaleza para producir una sencilla gama de productos para el cuidado de la piel de los hombres, empezando por una espuma de afeitar y una mezcla de loción para después del afeitado y crema hidratante. Luego, siguió un jabón, un gel de ducha, un champú y un acondicionador. Y tres años atrás, una colonia de gran éxito había sido añadida a la gama.

      Lewis había sido suficientemente inteligente como para contratar a una compañía de publicidad muy buena desde el principio, que habían sabido lanzar perfectamente la marca All Man, que provenía del apellido de Lewis, Altman. Utilizaban a famosos deportistas australianos para publicitar sus productos y habían conseguido un éxito inmediato.

      Lewis mudó la empresa desde el limitado garaje a una fábrica moderna con un complejo de oficinas, dentro del céntrico polígono industrial de Ermington. La expansión había sido posible gracias a un préstamo bancario, pero no pasó mucho tiempo antes de que Altman Industries pudiera devolverlo y empezar a conseguir beneficios que eran la envidia de sus principales competidores.

      Lewis estaba planeando ampliar el negocio para el año siguiente y lanzar una gama de productos All Woman. Ya había confeccionado los productos para el cuidado de la piel y el cabello y actualmente estaba trabajando en el perfume.

      Olivia no sabía todo eso por sus conversaciones privadas con Lewis, aunque como secretaria personal de él algo había oído. Ella había leído un artículo reciente sobre él en la revista Good Business, que estaba confeccionando una serie de reportajes sobre las empresas más famosas de Sydney y sobre sus propietarios.

      Ella había leído también que Lewis tenía treinta y cuatro años, que era hijo único y que su padre había muerto cuando él tenía cinco años. Él había


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