Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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salir?

      –Paul Summers.

      –No le conozco

      –Porque está en la International Businnes Law, dos edificios más allá. Pero deberías intentar cruzarte con él. Es un encanto.

      –¿Un encanto? –Gwen agarró un bolígrafo y apuntó su nombre–. Estoy segura de que se me ocurrirá algún motivo para pasarme por su despacho. Aunque… –la recorrió de arriba abajo con la mirada–, no puede decirse que seamos mujeres del mismo tipo.

      No, desde luego que no. Gwen tenía el pelo rubio y rizado y unos senos maravillosos que mostraba con una sutil habilidad.

      –No sé por qué, pero no creo que le importe.

      Gwen alzó las manos.

      –¡Qué más da! No te he pedido que vengas por eso. Siéntate y cuéntamelo todo.

      Olivia se sentó con las manos en el regazo.

      –No sé qué contar, la verdad. No quiero violar la intimidad de Jamie, pero estoy a punto de estallar.

      –¿Estás enamorada?

      La preocupación que asomó al rostro de Olivia fue inconfundible.

      –No, claro que no. No soy tan tonta. Ni siquiera estamos saliendo.

      Gwen arqueó una ceja con expresión dubitativa.

      –En serio. Le dije que necesitaba aprender a relajarme y divertirme y él… se ofreció a ayudarme. Ayer por la noche me hizo salir hasta muy tarde. Y el domingo vamos a ir a un parque de atracciones. Ese tipo de cosas.

      Decidió ahorrarse lo de bañarse desnuda en el jacuzzi.

      –De acuerdo, todo eso es muy divertido, pero estoy segura de que ha habido algo más.

      –Sí, estoy dispuesta a admitir que también están pasando otras cosas. Otras cosas muy divertidas.

      –Olivia, no me puedo creer que estés haciendo algo así.

      –Lo sé. Es…

      –¡Estoy orgullosa de ti! Me gustaría poder hacer algo parecido. Yo también necesito un poco de diversión en mi vida.

      Aquella declaración dejó a Olivia estupefacta.

      –¿Qué quieres decir, Olivia? Tú siempre te estás divirtiendo.

      –Sí, me gusta salir y divertirme, pero nunca he sido tan valiente como para hacer lo que estás haciendo tú. ¡Y con Jamie Donovan nada menos!

      Olivia no sabía qué decir. Siempre la había sorprendido la amistad de Gwen, el hecho de que una mujer como ella quisiera ser su amiga.

      Gwen negó con la cabeza.

      –Lo digo en serio. ¿No te parece increíble estar haciendo algo así?

      –¡Sí! Hasta cuando estoy con él tengo la sensación de que es algo que le está ocurriendo a otra persona. Es tan…

      Gwen se inclinó hacia delante.

      –¿Maravilloso?

      –¡Ja, ja! De acuerdo, sí. Es maravilloso, tanto dentro como fuera de la cama –ignoró el gemido de celos de su amiga y se encogió de hombros–. Es tan sencillo y directo… Jamás había conocido a un hombre como él.

      –Sí, claro, pero volvamos a la parte de lo maravilloso que es.

      –Gwen…

      –Vamos –le suplicó Gwen–. Cuéntame algo. ¿No tienes ni unas migajas para una mujer hambrienta? ¡Por favor!

      Olivia tomó aire.

      –De acuerdo. Te contaré una cosa.

      Gwen sonrió y apoyó la barbilla entre las manos.

      –Ayer por la noche fuimos a cenar y nos pasamos un poco con el vino. Decidimos ir a mi casa, pero… nos distrajimos y estuvieron a punto de pillarnos haciendo el tonto en una parada de autobús.

      –¡No! –chilló Gwen–. ¿Qué pasó?

      –Nos estábamos besando y, quizá, yendo un poco más allá. Era de noche y no estábamos en condiciones de pensar. Pasó un coche y nos iluminó como si fuera un foco.

      –¿Y qué pasó cuando llegasteis a tu casa?

      Olivia sonrió de oreja a oreja.

      –Terminamos lo que habíamos empezado, sin que nadie nos viera –salvo ella misma.

      –Eres mi heroína. Lo sabes, ¿verdad?

      –Gwen, yo soy mi propia heroína.

      Gwen señaló hacia la puerta.

      –Sal de aquí. No quiero volver a verte.

      Olivia comenzó a salir, pero se detuvo con la mano en el picaporte.

      –Eh, ¿te apetece ir al cine el sábado por la noche?

      –¿Y Jamie?

      –No es mi novio, Gwen.

      Gwen arqueó una ceja.

      –Así que trabaja el sábado.

      –Sí.

      Tras dejar de reír, Gwen asintió.

      –De acuerdo, vamos al cine. Y también a cenar.

      Olivia fue sonriendo durante todo el trayecto hasta su despacho.

      ¿De verdad era valiente? Ella no tenía esa sensación. Al principio, estaba aterrada. Después, sobrecogida. Y, en aquel momento, exultante y un poco perpleja. Pero también se sentía feliz. Mucho más de lo que se había sentido en mucho tiempo.

      Acostarse con Jamie Donovan era un milagroso elixir.

      Era hasta físicamente agotador. Cuando se sentó tras el escritorio, sus muslos protestaron por el esfuerzo. Otro pequeño momento de felicidad. Jamie había vuelto a hacer el amor con ella aquella mañana. Dos veces. Perderse la carrera matutina había sido un placer. Y el ejercicio había sido igual de intenso.

      La única razón por la que había decidido ir a la universidad era que estaba horrorizada con su propio comportamiento. Cuando Jamie se había ido, Olivia se había quedado en la cama con una enorme sonrisa en el rostro. Aquello se había acercado en exceso a la actitud de una enamorada.

      Así que se había duchado y vestido y se había puesto los tacones. ¿Y qué iba a hacer consigo misma? Algo responsable, como planificar o investigar. Pero, teniendo en cuenta que su mente continuaba volando hacia las manos de Jamie agarrándole el trasero, pensó que quizá fuera preferible comenzar por algo más sencillo, como el correo electrónico.

      Olivia encendió el ordenador y abrió el correo electrónico. No había mucho correo en verano, así que reparó al instante en un aviso de su jefe de departamento. Quería verla en su despacho en cuanto pudiera pasar por allí.

      El corazón le dio un vuelco al pensar en qué podría querer. Como instructora, no tenía una plaza fija en la universidad. Podían despedirla cuando quisieran, por cualquier razón, aunque trabajara como una bestia de carga. Siempre había trabajado mucho, pero, desde su divorcio, impartía cuatro asignaturas por semestre además de dos seminarios de verano, decidida a demostrar su valía. No podía permitirse el lujo de perder su trabajo y, habiendo desaparecido de escena su marido, la universidad no sentiría presión alguna para retenerla en la plantilla.

      Las ganas de sonreír se esfumaron mientras leía el mensaje por segunda y tercera vez. El jefe de departamento no daba ninguna pista de lo que quería y Olivia intentó convencerse de que sería algo rutinario. A lo mejor quería que se encargara de los cumpleaños del departamento. No sería la primera vez que un instructor era utilizado como asistente.

      Deseando de pronto haberse puesto unos zapatos mucho más estables, recorrió el largo pasillo que conducía hasta el


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