Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson

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Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson


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agarraba a su falda, era obvio que sentía que algo iba mal. Además, el pequeño solía ponerse muy nervioso en presencia de extraños.

      –Tengo que llevar a Beau a casa y…

      –¿Beau?

      –Sí. Mi hijo se llama Beau Ashford –señaló ella, levantando la barbilla.

      –No por mucho tiempo –murmuró él, furioso.

      Ella respiró hondo.

      –Como te he dicho, Canyon, tengo que llevar a Beau a casa para prepararle la cena y…

      –Bien. Me incluyo en tus planes –le interrumpió.

      –Mira, Canyon, yo…

      Keisha se calló al ver salir a Pauline Sampson, la directora de la guardería. Pauline había sido una de sus primeras clientas en el despacho de abogados y también era muy amiga de Joan, la mujer del señor Spivey. La mujer se estaba acercando a ellos con cara de preocupación y un toque de curiosidad.

      –Keisha, te he visto desde la ventana. Solo quería asegurarme de que todo va bien –señaló Pauline.

      Fuera como fuera, Keisha no tenía intención de contárselo a Pauline.

      –Sí, todo va bien.

      Comprendiendo que Keisha no iba a presentarlos, Canyon le tendió la mano a la otra mujer.

      –¿Cómo estás, Pauline? Soy Canyon Westmoreland, el padre de Beau.

      –¿Westmoreland? –preguntó Pauline, arqueando las cejas.

      –Sí, Westmoreland –respondió él con una sonrisa arrebatadora, la misma que le hacía ganar casos en al juzgado.

      –¿Eres pariente de Dillon Westmoreland? –inquirió Pauline con interés.

      –Sí, es mi hermano mayor.

      –El mundo es un pañuelo. Sí que te pareces a él. Dillon y yo fuimos juntos al instituto –comentó Pauline, sonriente.

      –Sí, el mundo es un pañuelo –repitió él y se miró el reloj–. Si nos disculpas, Pauline, Keisha y yo tenemos que llevar a Beau a casa para cenar.

      –Claro, lo entiendo –repuso la otra mujer con una sonrisa, y se dirigió a Keisha–: Buen fin de semana.

      –Lo mismo digo, Pauline.

      Cuando se hubieron quedado solos de nuevo, Canyon se agachó y tomó a Beau en brazos. Keisha soltó un grito sofocado, dispuesta a advertirle de que a su hijo no le gustaban los extraños. Pero se quedó boquiabierta y muda al ver que el pequeño le rodeaba el cuello con sus bracitos.

      –Yo lo llevaré al coche –se ofreció Canyon.

      –Puede ir andando.

      –Lo sé. Pero quiero llevarlo en brazos. Dame ese gusto.

      Keisha no quería darle ningún gusto. No quería tener nada que ver con él. Si Canyon pensaba que iba a poder hacer lo que quisiera con Beau, se equivocaba. Él ya había hecho su elección hacía tres años.

      Entonces, recordó las palabras de su madre cuando le había comunicado que estaba embarazada. Lynn le había advertido que no diera por hecho que Canyon iba a ser como Kenneth Drew. Su madre pensaba que todos los hombres tenían el derecho a saber si tenían un hijo, por eso ella se lo había dicho a Kenneth. Y solo había empezado a excluirlo de su vida familiar cuando Kenneth se había negado a reconocer a su hija.

      Lynn pensaba que Keisha no le había dado a Canyon la oportunidad de aceptar o rechazar a su hijo. Pero Keisha no estaba de acuerdo. El saber que su padre la había rechazado la había atormentado toda la infancia y parte de la edad adulta. Por eso, había decidido no arriesgarse a que su hijo pasara por la misma experiencia.

      Cuando llegaron al coche, ella abrió la puerta y se apartó para que Canyon colocara al niño en su asiento. Sorprendida, observó cómo Beau protestaba e intentaba volver a los brazos de su padre.

      –Parece que le gustas –murmuró ella, sin mucho entusiasmo.

      –Es un Westmoreland.

      Keisha no dijo nada. Parecía que él estaba pensando en ponerle su apellido. Sin embargo, era ella quien decidiría qué derechos quería darle respecto a su hijo.

      –A partir de ahora, no estaré lejos de ti, compañero –le dijo Canyon a Beau.

      Como si el niño lo hubiera entendido, miró a su padre y le preguntó cómo se llamaba.

      –Papá –dijo Canyon, alto y claro.

      –Papá –repitió el pequeño.

      –Sí, papá –volvió a decir Canyon con una sonrisa. Tras cerrar la puerta del coche, se giró hacia Keisha.

      –Dillon tiene un hijo llamado Denver que es un poco mayor que Beau. Se parecen.

      –¿Quién?

      –Denver y Beau. Aunque Denver es un poco más alto, si los pusieras juntos apenas podrías diferenciarlos.

      Keisha se encogió de hombros. Ella reconocería a su hijo en cualquier parte. Además, no creía que los dos niños se parecieran tanto.

      –Ya que insistes en que hablemos hoy, puedes seguirme a casa. Pero no pienso romper mi rutina con Beau por ti.

      –Ni yo quiero que lo hagas.

      Cuando ella iba a subirse al coche, Canyon la tocó. Al instante, su cuerpo subió de temperatura. Al parecer, tres años sin tener contacto con él no la habían hecho inmune a la poderosa química que había entre ellos.

      –¿Keisha?

      –¿Qué? –preguntó ella con el pulso acelerado.

      –¿Hay alguna razón para que alguien te esté siguiendo?

      –¿Por qué lo dices? –replicó ella, frunciendo el ceño.

      –Hoy te empecé a seguir desde tu oficina, pero no fui el único. Un coche negro salió delante de mí y te siguió durante un par de kilómetros. Intenté llamar su atención poniéndome a su lado para obligarle a parar. No sé si era un hombre o una mujer, porque tenía cristales tintados. En vez de parar, hizo un rápido giro en la siguiente intersección y desapareció.

      Keisha recordó cuando había mirado por el retrovisor y había visto dos coches que parecían estar tratando de adelantarse el uno al otro.

      –¿Tu coche es rojo?

      –Sí.

      –Escuché el sonido de un claxon y te vi intentando sacar al coche negro de la carretera. Pensé que no eran más que dos conductores haciendo el tonto.

      –No, solo quería descubrir por qué te seguía. Hasta he llamado a la policía para informar de ello.

      –¿La policía?

      –Sí. Pete Higgins es jefe de policía y amigo de Derringer. Él comprobó la matrícula del coche que te seguía y me dijo que era robado. Hace un rato me ha telefoneado para informarme de que están buscándolo.

      Aunque Keisha solo había visto a Derringer Westmoreland una vez, había oído muchas cosas de él. Antes de casarse, había tenido reputación de mujeriego, como muchos de los hombres de su familia.

      –Bueno, no tengo ni idea de por qué iban a querer seguirme. ¿Por qué me seguías tú?

      –Porque he intentado hablar contigo durante meses y siempre te negabas. Ahora sé por qué.

      –Hablaremos después –repuso ella.

      –Iré detrás de ti.

      Hasta que Canyon no se hubo subido al coche y se hubo puesto el cinturón, no asimiló lo que había descubierto en los últimos veinte minutos.

      Tenía un hijo. Un hijo del que no había


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