Vacuidad y no-dualidad. Javier García Campayo
Читать онлайн книгу.Mandamiento de la ley de Dios dice: «No tendrás pensamientos ni deseos impuros». Este mandamiento no existiría en tradiciones como la budista, porque se asume que no podemos controlar nuestros pensamientos; por tanto, ¿cómo podría ser pecado? Incluso en el cristianismo se hace referencia a esta dificultad casi insoluble. Como dice el apóstol san Pablo en Romanos 7, 15: «Porque lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco».
No podemos controlar nuestro yo, y el Buda enfatiza este hecho. El Discurso menor a Saccaka recoge un diálogo con Saccaka, un reputado maestro jainista de Vesali, que reproducimos a continuación.
Saccaka afirma: «Este cuerpo es mi ser, las sensaciones son mi ser, las percepciones son mi ser, las inclinaciones son mi ser y la consciencia es mi ser».
¿Qué opinas Saccaka –preguntó el Buda–, un rey ungido, como el rey Pasenadi de Kosala o el rey Ajatasattu de Magadha, ejercería el poder en su propio reino ejecutando a aquellos que deban ser ejecutados, sancionando a aquellos que deban ser sancionados y desterrando a aquellos que deban ser desterrados?
Saccaka responde que los gobernantes de cualquier comunidad tienen derecho a hacer este tipo de cosas. El Buda confirma que así deben actuar los reyes para proteger la integridad del reino frente a quienes intentan debilitarla. (Este discurso no trata sobre la ética o sobre la no violencia, por eso el Buda no entra a si es justo o no ejecutar, sino que compara el control que los reyes poseen sobre su comunidad con la afirmación de Sacakka de que su ser son los cinco agregados, porque aunque «son suyos», no los controla como un rey lo hace con su reino).
¿Qué opinas Saccaka? –pregunta el Buda–. Cuando afirmas que este cuerpo es mi ser, ¿ejerces tanto control sobre el cuerpo como para decir “que mi cuerpo sea así” o que “mi cuerpo no sea así”? Tras estas palabras Saccaka guardó silencio.
(Majjhima Nikaya 35. Nanamoli y Boddhi 1995, págs. 325-26)
Tenemos una idea poco realista sobre el poder que ejercemos sobre nuestro cuerpo y nuestra mente cuando decimos que son «yo» o «míos». Realmente son fenómenos transitorios, cambiantes, impersonales y fuera de nuestro control. No podemos ordenar al cuerpo que esté sano, en vez de enfermo, ni ordenar a las sensaciones que sean agradables, en vez de desagradables. Como se ve, el control que ejercemos sobre nuestro yo es nulo, a diferencia del poder real que ejercía un rey de la antigüedad sobre sus súbditos.
Práctica: desafiando la controlabilidad de cuerpo y mente
Siéntate en un lugar tranquilo. Trae a la mente una situación reciente en la que no controlaste algún deseo, que situamos básicamente en el cuerpo (adicción, sexo, pereza). ¿Cómo ocurre ese proceso de lucha? ¿Quién intenta controlar? ¿Dónde está el controlador? ¿Por qué no pudiste controlarlo?
Ahora trae a la mente una situación reciente en la que no controlases tus emociones o tus pensamientos (la mente genera pensamientos rumiativos que no deseas, aparecen emociones tristes que no quieres que surjan). ¿Cómo ocurre ese proceso de lucha? ¿Quién intenta controlar? ¿Dónde está el controlador? ¿Por qué no pudiste controlarlo?
5. Independencia o no-dualidad: este último aspecto es más difícil, no solo de experimentar, sino siquiera de imaginar, y suele requerir la práctica de la meditación. Hemos hablado del yo como observador. Cuando lo observado es interno, como pensamientos, emociones o impulsos, el observador es más difícil de ver, porque se fusiona con el objeto observado, en este caso el fenómeno mental, y no existen diferencias, a menos que haya metacognición. Al observador es más fácil sentirlo cuando observamos objetos «externos» a la mente: cuando vemos una casa u oímos a un pájaro. La casa y el pájaro están «ahí afuera», mientras que el observador esta «dentro» de nosotros, en una posición que sentimos como detrás de los ojos.
Sin embargo, la idea que tienen mindfulness y las tradiciones contemplativas es que observador y observado no son independientes sino interdependientes. Como decía el místico hindú Jiddhu Krishnamurti: «El observador es lo observado». Esto tendría múltiples interpretaciones, algunas erróneas según mindfulness; por eso, podríamos transcribirlo como «el observador no existe de forma independiente de lo observado». Si observamos el sol, el objeto influye en el observador. Si observamos la ira, somos parcialmente la ira y nos modifica. En antropología y ciencias sociales es bien conocido que el observador de un fenómeno sociológico cambia el fenómeno. Si un antropólogo occidental observa una tribu con apenas contacto con la civilización, no están actuando como lo harían habitualmente, porque hay un extraño observando. Considerar que el yo es independiente de lo observado es pensar que puede existir una entidad aparte que pueda observar lo que sea sin mezclarse y sin influenciarse por ello.
Práctica: desafiando la independencia del yo, la dualidad observador-observado
Adopta la posición de meditación. Pon atención a los sonidos. Dependiendo del entorno, oirás pájaros, coches, personas hablando… Da igual, no generes juicios ni ninguna cognición. Observa dónde aparecen los sonidos. Generalmente, uno siente que es en la zona de los oídos, justo en el límite de nuestro cuerpo, en la zona donde tenemos esos órganos.
Sin embargo, siente ahora que tu conciencia se expande y que no se limita al cuerpo. Siente como si pudieses lanzarla al lugar donde se está produciendo el sonido: donde canta el pájaro, chirría el coche o habla la gente. Es posible que tengas la percepción de que el sonido se genera allí, en ese lugar, y no en nuestros oídos. ¿Qué explicación le darías a esa experiencia?
Reflexionando sobre la sensación del yo
Según todo lo que hemos contado sobre por qué creemos que el yo existe, ¿cuál es nuestra experiencia?
El cuerpo da la sensación de ser claramente un continuo desde que nacemos hasta que morimos. Aunque, en realidad, está constantemente cambiando, como lo demuestra el proceso de envejecimiento o las enfermedades. Los estudios dicen que cada siete años cambian casi todas las células del cuerpo. Respecto al control, es evidente que no tenemos ninguno: enferma cuando quiere y no hemos podido conseguir el aspecto físico que deseamos. No es uno, porque está compuesto de muchas partes, y no es independiente, porque requiere de continuo aporte de agua y nutrientes, porque, si no, moriría.
Los pensamientos, emociones e impulsos no muestran continuidad, están siempre cambiando. No están bajo nuestro control: no pensamos, sentimos o actuamos como queremos, sino que estamos peleando continuamente con estos tres aspectos, sin éxito. No son independientes, sino que surgen basándose en estímulos externos o en la memoria. Y no son uno solo, tenemos múltiples emociones encontradas entre sí, pensamientos diferentes y contradictorios e impulsos divergentes entre ellos.
Por último, si creemos, como la mayoría de las personas, que el yo es el observador, el ensamblaje de todos estos elementos, vemos que no podemos encontrar el lugar donde está, con lo cual la continuidad no se sostiene. El yo no está bajo nuestro control, la mayor parte del tiempo depende de las circunstancias externas (los sucesos que nos ocurren) e internas (pensamientos y mociones sobre todo), y es múltiple; en cada situación (como padre, esposo, trabajador, amigo) y en cada momento, generamos yoes distintos.
En suma, y como dice el Buda, el yo está vacío. Le explica a Saccaka, el maestro jainista con quien ya había hablado sobre el control del yo, que buscar el yo es como un hombre que va en busca del corazón de un platanero y corta con un hacha el gran tronco del árbol. «Entonces lo talaría desde las raíces, cortaría su corona y desenrollaría las vainas. Pero, al desenvolverlas, nunca llegaría a encontrar ningún duramen en el núcleo». Con esta analogía, reflexiona sobre la imposibilidad de encontrar un yo nuclear, absoluto. Darse cuenta de esto, «Esto no soy yo, esto no es mío, esto no es mi ser», facilita soltar y desapegarse, conseguir la no reactividad, alcanzando «una visión sin igual que lleva a recorrer el sendero que conduce a la libertad» (Majjhima Nikaya 35. Nanamoli y Boddhi 1995, pag. 328).
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