El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
Читать онлайн книгу.de los activistas a los bancos para que dejen de otorgar créditos para el desarrollo de combustibles fósiles (McKibben, 2020). Pese a todo, las inversiones globales en energías limpias están en su punto más bajo de los últimos seis años, mientras las emisiones de combustibles fósiles han alcanzado su punto más alto.[28]
Algunos espíritus se abren a la necesidad de un cambio radical ante la experiencia cotidiana de la catástrofe anunciada. Rifkin consigna que, incluso en los Estados Unidos, el número de negacionistas o escépticos del cambio climático se ha reducido de manera considerable a raíz de las sucesivas catástrofes ambientales que afectan al país, desde huracanes e inundaciones hasta olas de calor e incendios devastadores. Según encuestas realizadas en diciembre de 2018, el 73% de los estadounidenses consideran que el cambio climático está en marcha (un 10% más que en 2005) y casi la mitad (46%) dice haber vivido experiencias ligadas al cambio climático, un 15% más que en 2015 (Rifkin, 2019a: 9-10).
Hacia la sociedad en movimiento y el protagonismo de los jóvenes
Cabría preguntarse a qué nos referimos cuando hablamos de movimientos para la justicia climática. Como sostiene Martínez Alier (2020), “Para que haya un movimiento no hace falta una organización. Es erróneo buscar la presencia del movimiento global de justicia ambiental en los cambiantes nombres de las organizaciones antes que en las acciones locales con sus formas diversas y en sus expresiones culturales”.
El movimiento por la justicia ambiental y climática comparte el ethos de los movimientos alterglobalización, de los cuales forma parte. La acción directa y lo público, la vocación nómade por el cruce social y la multipertenencia, las redes de solidaridad y los grupos de afinidad aparecen como piedra de toque en el proceso siempre fluido y constante de construcción de la identidad. En cuanto movimiento de movimientos, sus formas son plurales y adoptan diferentes niveles de involucramiento y acción, que van desde grandes y pequeñas organizaciones que desarrollan una persistente tarea militante y registran continuidad en el tiempo, hasta otras más fluidas y transitorias como redes o alianzas surgidas con el objetivo de realizar una determinada acción y que luego se disuelven o quedan en estado de latencia. Así, el movimiento para la justicia ambiental y climática incluye desde organizaciones de base (colectivos ecologistas y feministas, movimientos socioambientales locales y culturales, ONG ambientalistas, organizaciones de pueblos originarios); redes de organizaciones y movimientos sociales nacidos como instancias de coordinación para realizar acciones de protesta puntuales, específicas y simultáneas en diferentes partes del mundo (ya sea ante la OMC, la COP o el Foro de Davos) y protestas de jóvenes en forma de “huelgas climáticas” como las que promueven Fridays for Future y Jóvenes por el Clima, hasta movilizaciones espontáneas, algunas de carácter masivo y transversal, que denuncian la inacción de los gobiernos ante los crímenes ambientales (como sucedió en Brasil y otras partes del mundo en relación con los múltiples incendios de la Amazonía e incluso en Australia, donde miles de manifestantes, sobre todos jóvenes, marcharon en enero de 2020).[29]
Puede suceder que algunas de estas acciones, pese a su masividad, se agoten en la dimensión cultural-expresiva y no alcancen dimensión política. Pero ante la envergadura de la crisis climática, las movilizaciones adquieren contornos sociales y participativos cada vez más amplios y transversales e incluyen a amplios sectores de la ciudadanía que toman conciencia de la gravedad de la crisis y la necesidad de exigir políticas activas urgentes y transformadoras. Estamos ante la emergencia de un nuevo activismo climático, muy vinculado a la juventud, que desborda cualquier organización de base y apunta a conformar, antes que un movimiento social, una sociedad en movimiento.
En 1988, la tapa de la revista Times mostraba un globo terráqueo atado con varias vueltas de soga y un colorido atardecer como fondo bajo el sugestivo título “Planeta del año: la Tierra en peligro de extinción”. Treinta y un años después, en diciembre de 2019, la portada de la revista publicaba el rostro de la joven sueca elegida como “la persona del año”, con el subtítulo “Greta Thunberg, el poder de la juventud”. Greta fue la persona más joven en aparecer en la portada de la conocida revista. O, en palabras de los editores: “Si bien la revista tiene un largo historial en el reconocimiento del poder de la juventud, nunca antes había elegido a una adolescente”.
En términos de activismo climático, muchas cosas cambiaron desde el Acuerdo de París hasta la cumbre de Madrid, muchas de ellas vinculadas con la irrupción de los jóvenes que asumieron el protagonismo del movimiento por la justicia climática. Ya dijimos que en 2015 la gran estrella de la contracumbre parisina fue la escritora canadiense Naomi Klein, que acababa de publicar Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima. En diciembre de 2019, en Madrid, la figura insoslayable fue Greta Thunberg, la adolescente sueca que dos años atrás había iniciado una cruzada contra el cambio climático.
En agosto de 2018, luego de varias olas de calor e incendios forestales que convirtieron el apacible verano sueco en un infierno, una jovencita de aspecto frágil lanzó la primera “huelga estudiantil por el clima”. Con apenas 14 años y afectada por el síndrome de Asperger, Greta Thunberg dejó de asistir a clases para plantarse todos los días frente al Parlamento y denunciar los riesgos de la inacción de las élites políticas y económicas ante el acelerado cambio climático. Su perseverancia, su obstinación y la impactante crudeza de sus declaraciones la hicieron célebre de la noche a la mañana. Su llamado dio la vuelta el mundo y encontró eco en miles de adolescentes y jóvenes que –unidos en el movimiento Fridays for Future– se pusieron a la cabeza del movimiento global por la justicia climática.
Las palabras de Greta poseen una fuerza dramática inusual, en sintonía con la gravedad de la hora. “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y luego quiero que actúen”, les dijo a los líderes del Foro Económico Mundial reunidos en Davos en enero de 2019. “Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí. Debería estar de vuelta en la escuela, al otro lado del océano. Sin embargo, ¿ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza? ¿Cómo se atreven?”. “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”. “Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y, sin embargo, soy de los afortunados”, dijo en septiembre de ese año en Nueva York, en la cumbre de Jóvenes por el Clima de la ONU.
En su paso por la COP 25 en Madrid, Greta se rodeó de activistas, sobre todo indígenas, y de científicos estudiosos del cambio climático. A la hora de hablar ante los políticos y observadores tradicionales, evitó la emoción y las frases contundentes para apelar a los datos científicos sobre la situación del clima. Su lema fue, más que nunca: “Escuchen a los científicos”.
El “efecto Greta Thunberg” se tradujo en el lanzamiento de las huelgas globales contra el cambio climático, cuyo impacto y masividad sorprendieron a propios y extraños. Durante la segunda huelga global, el 15 de marzo de 2019, más de 1,4 millones de jóvenes se manifestaron en 125 países y 2083 ciudades. En la tercera, el 20 de septiembre de ese mismo año, fueron 4 millones en 163 países, entre ciudades del Norte y del Sur. La convocatoria de Greta y, por extensión, la acción de los nuevos movimientos por la justicia climática, pusieron en evidencia el fracaso de los grandes objetivos que se había trazado la humanidad casi medio siglo atrás, al inaugurar la era de las cumbres climáticas globales. En primer lugar, el fracaso del llamado “desarrollo sustentable o sostenible” como nuevo paradigma, vaciado de todo contenido transformador y sacrificado en los altares del capitalismo y del libre mercado. En segundo lugar, el quiebre del pacto intergeneracional que, desde la época de las primeras cumbres, buscaba garantizar el derecho de las futuras generaciones a una herencia adecuada que les permitiera un nivel de vida no inferior al de la generación actual.
¿Pueden tener vuelta atrás estos quiebres? Todo depende de las decisiones políticas que las élites políticas y económicas adopten a nivel global en el corto plazo. No más de una década, esta que acaba de comenzar. Como expresa una carta firmada por más de once mil científicos de todo el mundo: “La crisis climática ha llegado y va mucho más rápido de lo que la mayoría de los científicos esperaba. Es más severa que lo