De la noche al día. Arlene James

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De la noche al día - Arlene James


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lo cierto es que tengo novio.

      –Bueno, pues el trabajo tendrá que tener prioridad. Si no lo sabe ya, tendrá que aprender.

      –Lo sabe.

      –Entonces, cancela tus planes.

       –Ah, no.

      –¡Jenkins! Esto es tu trabajo. ¡Quiero que vayas a esa cena el viernes por la noche.

      Ella se agarró a un clavo ardiendo.

      –¿Cenar? Bueno, a cenar sí, eso podré arreglarlo si…

      Chuck entrecerró los ojos soltando el aire como un cerdo truculento, pero Denise sabía que no debía infravalorarle.

      –¿Lo llevas contigo? –sugirió él.

      A Denise se le erizó el vello del cuello.

      No tenía la más remota idea de lo que estaba planeando su jefe, pero no dudaba que se guardaba algún as en la manga. El Chuck que ella conocía no se tomaba con deportividad las negativas.

      Pero él parecía haberse animado por la idea.

      –¡Sí, sin duda! Llévalo contigo. Insisto. De verdad.

      Ella se sintió como una rata en una trampa, pero si tenía que elegir, prefería hundirse con el barco a caer en las manos de Chuck para poder escapar. Con frialdad inclinó la cabeza aceptando su invitación.

      Sólo cuando salió, comprendió que su pequeño plan tenía una fisura.

      No tenía ninguna cita para el viernes, cuanto menos un novio.

      Era, por supuesto, la solución obvia, no sólo porque fueran amigos, sino porque era el único hombre que conocía en todo el pueblo. Y además, tenía la sensación de que él no le fallaría. Lo que no tenía tan claro era que él no quisiera aprovecharse de la situación, pero tenía que arriesgarse. No le quedaba otro remedio. Temblando para sus adentros, se aclaró la garganta, inspiró profundamente y alzó la mano para llamar a la puerta.

      Una voz masculina avisó desde la distancia que ya salía. Denise se cruzó de brazos y se separó un poco de la puerta para admirar el enorme porche con sus molduras blancas contrastando con el color azul cielo de las paredes. Era realmente una casa antigua encantadora, aunque no la que ella hubiera escogido para sí misma, pero le pegaba mucho a Morgan Holt. Se imaginaba el amor y orgullo que había ido en cada pincelada y cada martillazo. Debía haber trabajado años para restaurar la casa. La elegante puerta de caoba con su larga cristalera oval se abrió hacia dentro y Denise se dio la vuelta y esbozó una sonrisa.

      –¡Eh! Me alegro de verte. ¡Pasa! –Morgan se retiró de la puerta para dejarla entrar–. Dios, ¡Qué día tan precioso hace ahí fuera!, ¿verdad? Me encanta este tiempo del año. Las hojas empezarán a ponerse amarillas enseguida. Los días son perfectos y las noches lo bastante frescas como para encender un fuego. ¿Qué más se puede pedir?

      –¡Nada!

      Denise alzó las manos en un gesto tan frívolo que se avergonzó al instante. Morgan compuso su cara cuadrada e indicó la primera habitación que salía del recibidor.

      –Vamos a sentarnos y me cuentas lo que va mal.

      Denise miró a su alrededor. El recibidor era todo de madera pulida, latón y unas escaleras serpenteantes de mármol y barandilla de madera. Un enorme espejo, enmarcado en pesada madera ornamentada colgaba de una pared y enfrente un antiguo árbol perchero. Entre ellos, un pequeño candelabro de latón con cerámica colgaba del techo.

      Denise siguió a Morgan al salón. Él le indicó un sofá y se sentó él mismo en la mecedora de enfrente apoyando los brazos sobre las rodillas. Denise cruzó los tobillos y las manos en el regazo con el corazón acelerado.

      –De acuerdo. ¿Qué va mal?

      Ella esbozó una sonrisa con voz falsamente brillante.

      –No va nada mal. Sólo pensé que podías unirte a mí y a otra gente para cenar el viernes… por la noche. En la posada de Ozark Springs.

      –¿El viernes por la noche?

      –Ya sé que es un poco tarde, pero prometí llevar a un… amigo. Sinceramente, Morgan, te agradecería tanto que pudieras venir…

      –De acuerdo. Ahora, ¿cuál es el resto de la historia?

      Sin aliento por el alivio, Denise se reclinó contra el respaldo y cerró los ojos.

      –No puedes imaginar lo mucho que te agradezco…

      –Simplemente dime lo que ocurre.

      Ella se incorporó de nuevo pensando que después de todo, saldría todo bien.

      –Lo cierto es que no necesito tanto una cita como un novio. Oh, no es que quiera uno, es sólo que… bueno, mi jefe está en una edad problemática, por decirlo de forma educada. De hecho, si estuviera deseando acabar con mi carrera, podría denunciarlo por acoso sexual, pero he pensado que lo más justo será conseguir el ascenso a pesar de él, quizá sobre él y entonces le haré pagar… bueno, ya me entiendes.

      Denise lanzó una carcajada esperando que él la imitara, pero Morgan estaba mortalmente serio.

      –O sea que tu jefe estará en la cena.

      –Sí. ¡Y gracias a Dios que eso es todo! Tuvo el valor de intentar que me quedar a pasar la noche en la posada, que es por lo que le dije que ya tenía planes.

      –Ya. ¿Y de quién fue la idea del novio?

      –De él, la verdad. Sacó esa conclusión y yo dejé que se lo creyera. Entonces insistió en que llevara a mi novio a cenar. Sólo que no conozco a nadie más para pedirle que aparente ser mi novio. ¿Lo entiendes?

      Él sonrió entonces.

      –Claro. Ningún problema.

      Ella suspiró y se llevó la mano al pecho.

      –No sé cómo agradecértelo.

      –¡Eh, no es para tanto! Me gusta la posada de Ozark Springs.

      –¡Qué bien! Yo nunca he estado allí, pero ahora lo estoy deseando. Ah, tengo que avisarte que es fundamentalmente una cena de negocios. Tenemos un nuevo minorista y el representante de la empresa cenará con nosotros.

      –¿Entones seremos sólo los cuatro ?

      Denise puso un gesto de desagrado.

      –Parece ser que Chuck nunca lleva a su esposa a esas cenas. Chuck es mi jefe.

      Morgan asintió.

      –Tiene sentido. Sin duda, la pequeña esposa estropearía su estilo.

      –Sin duda. Ah, una cosa más. Creo que Chuck planea algo. Cuando insistió en que llevara a mi novio, tenía cierto brillo en los ojos, que creo que se guarda un as en la manga. No te sorprendas si dice o hace algo extraño.

      –¿Algo como para echar a un novio de verdad?

      –Eso es lo que yo imagino.

      –Sin problema.

       –¿Estás seguro?

      –Conozco a los tiburones como Chuck. No te preocupes. Confía en mí.

      Curiosamente ella lo hizo.

      –Te estaré eternamente agradecida.

      –¡Eh! ¿Para qué son los amigos? –se frotó las manos con aquel gesto exuberante suyo–. Ahora, ¿puedo invitarte a una copa?

      –Oh, no, gracias. No suelo beber más de un vaso de vino con la cena. Se me sube directamente a la cabeza.

      –Entonces haces bien en evitarlo.

      –Sí. Bueno, será mejor que me vaya. Smithson querrá su cena.

      –Hablando de cena –Morgan se levantó


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