Playboy. Katy Evans

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Playboy - Katy Evans


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      Ojos Plateados me echa un vistazo rápido que hace que me hormiguee algo en la entrepierna. Miro hacia otro lado mientras mi acompañante saca unos billetes que cambia por una bandeja para fichas.

      —Por cierto, me llamo Carson… —dice al cabo de un rato. Me agarra y me lleva del codo hacia el hombre—. Me llamo Carson —repite—. Y esta es… mi acompañante —nos presenta con torpeza.

      —Hola. Yo me llamo… Esto… —¿Carson ha olvidado cómo me llamo? Estoy a punto de decirlo, pero cuando el tipo me mira tan de cerca con esos ojos gris platino, me da la sensación de que he perdido la capacidad de hablar.

      Por Dios, ¿de verdad existe ese color de ojos?

      Ya lo creo. Metalizados, nítidos e hipnotizantes. Le tiendo la mano. Él me la aprieta con calidez y firmeza.

      —¿Qué decías? —pregunta sonriente con esa voz tan grave y varonil.

      Retiro la mano y me la restriego en el costado para deshacerme del hormigueo que me ha producido su contacto. Mil ojos se clavan en nosotros mientras volvemos a nuestros asientos. Así que este es el tío del que no dejaba de parlotear mi acompañante…

      Ahora entiendo a qué venía tanto rollo.

      Esta situación me pone nerviosa. Echo un vistazo a la sala y reparo en que hay muchas mujeres, la mayoría de las cuales mira hacia el que seguramente sea el mejor jugador de póquer de la ciudad.

      Creo que no me he puesto así por un hombre en mi vida. El corazón me va tan rápido que me parece que se oye por los altavoces y que resuena por todo el barrio.

      Mientras disponen la mesa para la siguiente partida, trato de respirar, relajarme y recordarme que se supone que esto es divertido.

      Ojos Plateados me observa sin reparo.

      Cuando me obsequia con esa sonrisa lenta y torcida, la parte baja de mi cuerpo comienza a participar demasiado para mi gusto. Jodeeeer, ¿cómo voy a sentarme y fingir que no me pasa nada?

      Cierro los ojos y respiro.

      —¿Eres primeriza? —me pregunta como si solo estuviéramos nosotros en la mesa.

      Hostia puta. ¿Tiene una bola de cristal o qué? Estoy segura de que tiene dos bolas de acero que algunos hombres no tendrán jamás.

      —Estaría bien saber a qué te refieres con si soy primeriza —contesto para ganar tiempo.

      Levanta la mano y, al instante, tiene a un camarero al lado.

      —Un whisky con hielo para la dama y otro para mí.

      Hay que ver qué labia tiene.

      —Que si es tu primera timba —puntualiza.

      —Sí. Soy virgen en esto del póquer. —Soy descarada a propósito.

      —Vale. Me gusta ser el primero. —Su expresión todavía es una página en blanco. Por un segundo, creo que me va a arrastrar al rincón oscuro más cercano y me sorprende lo mucho que me gusta la idea—. Empecemos, pues. —Esboza una sonrisa tenue.

      Me mira como si supiera lo que estoy pensando.

      Ay, madre. Este tío es más ilegal que todo este local de juegos clandestinos.

      Se barajan las cartas y se reparten dos a cada jugador. Las miran detenidamente y hacen sus apuestas. Siguen un orden, pero no tengo idea de cuál es. Lo más seguro es que esté relacionado con la insignia blanca de plástico que hay en la mesa. Ya lo averiguaré; eso suponiendo que mi acompañante dure el tiempo suficiente.

      Observo cómo Ojos Plateados revisa sus cartas para ver qué tiene. Las desliza por el tapete de fieltro con un suave movimiento, echa la espalda hacia atrás y se cruza de brazos; es imposible leer su expresión mientras estudia a sus rivales hasta que… me mira a los ojos.

      Esta vez no sonríe.

      Y eso me pone nerviosa.

      No aparta la mirada. Intuyo que sabe que me siento violenta pero no le importa. Noto un calorcillo en la boca del estómago cuando le devuelvo la mirada. Me quedo muy quieta y trato de fingir que no me afecta. Pero ¿cómo no me va a afectar? Si le afecta hasta a mi acompañante, que está bastante nervioso a mi lado.

      Al fin, Ojos Plateados rebusca entre su montón de fichas y echa la mitad de su dinero al bote.

      Algunos se retiran. Uno o dos dicen: «No voy». Mi pareja agrega a regañadientes la mitad de sus fichas y dice: «Voy».

      Enseñan las cartas. Mi acompañante pierde y Ojos Plateados gana con un trío de reinas.

      No paso por alto la ironía del asunto.

      Se vuelven a repartir las cartas.

      Intento no mirarlo, pero juega otra mano y, acto seguido, se limita a observarme. Es intimidante. Tiene una mirada penetrante y directa, y muy tangible. La noto en la cara. Su masculinidad hace que mi feminidad cobre vida.

      Menos mal que estoy sentada, porque si estuviera de pie me flaquearían las rodillas y quizá me pondría en evidencia.

      Rachel sabría manejar a un semental tan sexy. La rondó el picaflor más famoso de la ciudad, Malcolm Saint, y no se rindió a sus atenciones. Al menos, durante un ratito. En cambio, yo llevo tres minutos y ya he mojado las bragas.

      Este tío… Estoy convencida de que tiene a todas las que quiere. Las camareras que deambulan por el almacén no dejan de mirarlo con interés, pero él las ignora. Asimismo, juraría que está muy interesado en jugar a las cartas con mi acompañante, al que parece ponerlo nervioso que toda la atención de Ojos Plateados recaiga sobre él. La tensión ha aumentado de manera considerable.

      Algunos jugadores se retiran como si presintieran que la timba consiste en algo más que ganar fichas. Ojos Plateados estudia a Carson y, a continuación, acaricia sus fichas con aire pensativo y las apila. Mi acompañante, que sigue inquieto, tira su pequeña pila.

      Me apresuro a mirar hacia otro lado, avergonzada.

      —¿Juegas? —me pregunta un señor mayor mientras gira tres fichas cerca del tapete.

      —No. —Parezco demasiado esquiva—. Bueno, podría jugar. —Cualquiera tiene derecho a perder dinero aquí, ¿no?

      —¿Quieres hacer una apuesta al margen? —Como no contesto, añade—: Tu novio se va a quedar sin blanca en cinco manos o menos.

      —No es mi…

      —Subo —anuncia por fin Ojos Plateados, que interviene en el momento justo. Reclama atención y la consigue. Los demás jugadores se ponen alerta.

      Mi acompañante tartamudea:

      —No… No puedo igualar la apuesta… Me he quedado sin fichas.

      Ojos Plateados se vuelve hacia mí despacio. Su rostro es un enigma.

      —La chica.

      Pongo los ojos como platos.

      Mi pareja me mira con unos ojos igual de abiertos.

      Me da un vuelco el corazón.

      Me levanto como puedo, pero Carson me agarra del codo.

      —Quiere que te quedes —refunfuña—. Me está obligando a apostarlo todo.

      —Pues yo diría que a la que está obligando a jugárselo todo es a mí. —Bajo la voz para añadir—: Mira, me da igual quién…

      —Las tengo buenas. Por favor. —Carson me enseña sus cartas con disimulo. Tiene un full. Parece desesperado. Me da pena y me molesta a la vez porque este tío juega en otra liga—. Anda, Wynn.

      Ahora sí se acuerda de cómo me llamo, el muy imbécil.

      Me siento.

      El Tahúr Misterioso y el viejo hablan sin palabras. El segundo hace un gesto de desaprobación


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