Susurran tu nombre. Alex North
Читать онлайн книгу.creativo sobre el precario estado de mis finanzas.
—¿Qué quiere decir «precario»?
Fue casi una sorpresa que no lo supiera. Mucho tiempo atrás, Rebecca y yo acordamos hablarle a Jake como un adulto, y si no conocía una palabra, explicársela. Jake lo asimilaba todo y, como resultado de ello, a veces nos salía con cosas raras. Pero en aquel momento, no era una palabra que quisiera explicarle.
—Quiere decir que es algo de lo que solo debemos preocuparnos la persona del banco y yo —dije—. No tú.
—¿Cuándo nos iremos?
—Lo antes posible.
—¿Y cómo nos lo llevaremos todo?
—Alquilaremos una furgoneta. —Pensé en el dinero y reprimí un amago de pánico—. O a lo mejor con el coche nos basta. Lo llenamos hasta arriba y hacemos varios viajes. Es posible que no podamos llevárnoslo todo todo. Podríamos repasar todos tus juguetes y ver qué es lo que quieres guardar.
—Quiero guardarlos todos.
—Ya veremos, ¿vale? No quiero que te deshagas de nada que no quieras, pero tienes muchos que son de niño pequeño. Y a lo mejor podríamos hacerle un favor a otro niño.
Jake no replicó. Tal vez fueran juguetes para un niño más pequeño, pero todos tenían un recuerdo unido a ellos. Rebecca siempre había sido mejor en todo con Jake, también en jugar con él, y yo seguía visualizándola, arrodillada en el suelo, moviendo figuritas de un lado a otro. Incansable y hermosamente paciente con él, en todos los sentidos en que a mí me costaba tanto serlo. Los juguetes de Jake eran objetos que ella había tocado. Cuanto más viejos fueran, más huellas de ella debían de contener. Una acumulación invisible de su presencia en la vida de Jake.
—Como te he dicho, no quiero que te deshagas de nada que no quieras.
Lo que me hizo pensar en su Estuche de Cosas Especiales. Estaba allí, en la mesa al lado del dibujo, una cartera de cuero desgastado, del tamaño de un libro de tapa dura, que se cerraba con cremallera por tres de sus cuatro lados. No tenía ni idea de lo que habría sido en una vida anterior. Era como una agenda de anillas grande, pero sin las hojas; a saber qué habría hecho Rebecca con ellas.
Unos meses después de su fallecimiento, revisé todas sus cosas. Mi esposa había sido siempre de esas personas a las que les gusta guardarlo todo, aunque también era práctica, y gran parte de sus cosas más antiguas estaban metidas en cajas que guardábamos apiladas en el garaje. Un día, metí unas cuantas de esas cajas en casa y empecé a examinar su contenido. Allí dentro había objetos incluso de su infancia, que no tenían nada que ver con nuestra vida en común. Imaginé que aquello haría que la experiencia resultara más fácil, pero no fue así. La infancia es, o debería ser, una época feliz, pero yo sabía que aquellos objetos, llenos de esperanza y desenfadados, habían tenido un final infeliz. Rompí a llorar. Jake había entrado en aquel momento y había descansado una mano en mi hombro, y al no responder yo de inmediato, me había rodeado con sus bracitos. Después, habíamos estado mirando juntos más cosas y él había descubierto lo que acabaría convirtiéndose en el Estuche y me había preguntado si podía quedárselo. Por supuesto que podía, le había respondido yo. Podía quedarse con todo lo que quisiera.
El Estuche estaba vacío en aquel momento, pero pronto empezó a llenarlo. Parte de su contenido provenía de las posesiones de Rebecca. Había cartas, fotografías y chismes de todo tipo. Dibujos que él había hecho y objetos que consideraba importantes. Como si fuese un objeto relacionado con la brujería, el Estuche rara vez se apartaba de su lado y, a excepción de algunas cosas, yo no tenía ni idea de qué guardaba Jake allí dentro. Y no lo hubiera mirado ni siquiera si hubiera podido hacerlo. Eran sus Cosas Especiales, al fin y al cabo, y tenía derecho a tenerlas.
—Vamos, colega —dije—. Recojamos tus cosas y salgamos de aquí.
Dobló la hoja con el dibujo que estaba haciendo y me lo dio para que se lo llevara. Fuera lo que fuese aquella imagen, no era lo bastante importante como para guardarla en el Estuche, que Jake cogió a continuación. Cruzó entonces la sala en dirección a la salida, junto a la cual colgaba de una percha su cantimplora. Pulsé el botón verde para abrir la puerta y miré hacia atrás. Sharon estaba ocupada con la limpieza.
—¿Quieres decir adiós? —le pregunté a Jake.
Jake se giró al llegar a la puerta y, por un instante, su expresión se volvió de tristeza. Me imaginaba que se despediría de Sharon, pero se limitó a decirle adiós con la mano a la mesa vacía en la que estaba sentado cuando yo llegué.
—Adiós —dijo—. Prometo que no se me olvidará.
Y antes de que me diera tiempo a hacer algún comentario, se escabulló por debajo de mi brazo.
Cinco
El día que Rebecca murió, me había encargado yo de ir a recoger a Jake.
Era uno de aquellos días que supuestamente tenía que dedicar a escribir, y cuando Rebecca me pidió si podía ir yo a buscar a Jake en su lugar, mi primera reacción fue de fastidio. Tenía que entregar mi siguiente libro en pocos meses y apenas había sido capaz de escribir nada bueno en todo el día, de manera que, a aquellas alturas, contaba con poder tener media hora final de trabajo que produjera un milagro. Pero como había visto que Rebecca estaba pálida y temblorosa, había accedido a su petición.
En el coche, de camino de vuelta a casa, me había esforzado por preguntarle a Jake qué tal le había ido el día, pero sin resultados. Era lo normal. O bien no se acordaba o era que no quería hablar. Y, como solía pasar, había tenido la sensación de que sí que le habría respondido a Rebecca, lo cual, sumado al fracaso en mi empeño de sacar adelante el libro, me había hecho sentirme más ansioso e inseguro que nunca. Al llegar a casa, Jake había salido a la velocidad del rayo del coche. ¿Podía ir a ver a mamá? Sí, le había dicho yo. Estaba seguro de que a ella le gustaría. Le dije que no se encontraba muy bien y que fuera cariñoso con ella, y también que se acordara de quitarse los zapatos al entrar en casa porque ya sabía que a su madre no le gustaba nada que ensuciara.
Y luego yo me había entretenido un poco en el coche, tomándome mi tiempo, sintiéndome mal por ser un despreciable fracasado. Había entrado sin prisas en casa, había dejado las cosas en la cocina y me había dado cuenta de que mi hijo no se había quitado los zapatos para dejarlos allí como yo le había pedido. Porque, evidentemente, a mí nunca me hacía caso. Reinaba el silencio. Imaginé que Rebecca se habría acostado arriba y que Jake habría subido a verla y que todo el mundo estaba bien.
Excepto yo.
Hasta que finalmente entré en el salón y vi a Jake de pie en el extremo opuesto de la habitación, junto a la puerta que daba acceso a la escalera, mirando algo que había en el suelo y que yo no alcanzaba a ver. Estaba completamente quieto, como hipnotizado por lo que estaba viendo. Cuando me acerqué despacio hasta allí, me di cuenta de que no es que estuviera inmóvil, sino que estaba temblando. Y entonces vi a Rebecca, en el suelo, al pie de la escalera.
Después de aquello, tengo un vacío de memoria. Sé que aparté a Jake de allí. Sé que pedí una ambulancia por teléfono. Sé que hice todo lo correcto. Pero no recuerdo haberlo hecho.
Y lo peor del caso es que, a pesar de que nunca lo había comentado conmigo, estaba seguro de que Jake lo recordaba todo.
Diez meses más tarde, entramos en una cocina donde todas las superficies parecían estar ocupadas por platos y tazas y en la que el poco espacio de encimera visible estaba sucio con manchas y migas. En el salón, los juguetes repartidos por el suelo de parqué estaban desperdigados y parecían olvidados. A pesar de mis discursos sobre la necesidad de clasificar los juguetes antes de la mudanza, daba la impresión de que ya habíamos examinado todas nuestras posesiones, cogido lo que necesitábamos y dejado el resto esparcido por todas partes, como si fuera basura. Hacía meses que sobre la casa se cernía constantemente una sombra, cada vez más oscura, como un día que gradualmente va llegando